jueves. 25.04.2024

Empezar a volver

- 4.11.2010

Se veía venir. Llegó el temido triunfo de los republicanos, que, presionados por el extremista Tea Party y ayudados por el desconcierto en las filas demócratas, pueden convertir en un infierno los dos años que quedan de legislatura. Con holgada mayoría en la Cámara de Representantes, 239 escaños de momento, y 49 senadores, los republicanos se proponen paralizar o revocar las reformas en curso y hacer de Obama un presidente de un solo mandato, como ha sentenciado el veterano político Mitch McConnell, seguidor del Tea Party.

El programa republicano -menos impuestos, menos gobierno y mercado libre- es sencillo y paradójico, pero eso no debe sorprender en un partido regido por la lógica absurda de salir de la crisis económica aplicando los mismos principios que la generaron. De momento, los republicanos pretenden congelar las moderadas medidas neokeynesianas de Obama, que no pueden resolver en poco tiempo problemas que se han incubado durante décadas, y sustituirlas por las recetas neoliberales que han inspirado a los gobiernos republicanos desde los años ochenta.

Con la idea de que el dinero público -“del Gobierno”- coarta la libertad de los ciudadanos, los republicanos pretenden reducir el poder de la denostada “burocracia de Washington” reduciendo el presupuesto nacional por varias vías. Por un lado suprimiendo gastos, excepto los destinados a mantener a las fuerzas armadas, las campañas militares en el exterior y la seguridad nacional frente al terrorismo, que, desde el punto de vista ideológico, concentran, junto con el culto a la bandera, el sentimiento patriótico de los republicanos. Los gastos a reducir son sobre todo los asistenciales, que, según su criterio, se destinan a alimentar vagos y fracasados y fomentan la inmigración ilegal, y por otro lado, entregando al mercado servicios que presta el Estado. Finalmente, se reduce el poder del Estado recortando los recursos de los que dispone el Gobierno mediante la rebaja de impuestos, especialmente los que afectan a las rentas más altas, que merecen esa atención porque son las que generan la riqueza. En este aspecto, es probable que intenten mantener las ventajas fiscales para los ricos, heredadas del gobierno de Bush, y veten cualquier intento de los demócratas de aplicar una subida de impuestos a la banca, a las grandes empresas y a las rentas más altas, o intenten, como sostiene, Dick Armey, sustituir los impuestos progresivos por una tasa única, igual para todos los contribuyentes, sean pobres o ricos.

La reforma sanitaria, que pese a su terca oposición no lograron impedir que se aprobara, es la gran pieza codiciada en esta cacería, porque desde el punto de vista político representa uno de los innegables triunfos de Obama, y porque acabar con ella supondría liberar gasto y confiar el cuidado de la salud a cada persona, es decir al mercado, y no al Estado. Como señala Dick Armey, “el Gobierno debe proteger mi libertad, no mi hígado”. Pero detrás de esta demagógica proclama de libertad, está el fabuloso negocio de las compañías que gestionan la medicina privada, a las que está vinculado el millonario Richard “Rick” Scott, seguidor del Tea Party.

Con la consigna “Que nos devuelvan América”, expresada por Rand Paul, los republicanos se colocan en la estela que inauguró Reagan, en 1980, con su lema “Volver a hacer grande a América”. El objetivo de los republicanos es volver a los buenos tiempos y hacer del mandato de Obama un efímero paréntesis en una larga etapa de hegemonía conservadora, que no ha concluido. Y vista la situación de los demócratas quizá lo consigan.

Francisco Javier Vivas - Escritor

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