jueves. 25.04.2024

Emergencia nacional. La hora de la política

NUEVATRIBUNA.ES - 23.2.2009Las tendencias disolventes de la sociedad actual son poderosas. La crisis está debilitando la confianza entre ciudadanos e instituciones, entre empresas y banca o entre grandes y pequeñas empresas como consecuencia, por un lado, de los diferentes intereses en juego y, por otro, de la impotencia para abordarla. En este contexto, analizar sus causas, con todo lo importante que es, pasa a ser, casi, un asunto secundario.
NUEVATRIBUNA.ES - 23.2.2009

Las tendencias disolventes de la sociedad actual son poderosas. La crisis está debilitando la confianza entre ciudadanos e instituciones, entre empresas y banca o entre grandes y pequeñas empresas como consecuencia, por un lado, de los diferentes intereses en juego y, por otro, de la impotencia para abordarla.

En este contexto, analizar sus causas, con todo lo importante que es, pasa a ser, casi, un asunto secundario. Con todo, se impone una evidencia: la fuerza asignada al mercado es tan grande que resulta imposible frenar su impulso especulativo cuando se generan burbujas y también frenar su caída, cuando aquellas pinchan. No está mal como principio, aunque conviene asumir que el soporte del apalancamiento financiero continuado ha sido otro apalancamiento, puramente ideológico, que ha legitimado los peores comportamientos en beneficio de una determinada concepción del mundo y de determinados intereses y lobbies que salían beneficiados. Pero mientras se depuran responsabilidades, lo importante ahora es apiñarse, reforzar los mecanismos de consenso, repartir la carga entre todos para que la destrucción de empleo se aminore. Y evitar el cierre de empresas.

Un ejemplo negativo. No tiene sentido solicitar el abaratamiento del despido como ha hecho la patronal en España cuando el último trimestre se ha destruido empleo en casi 10.000 personas por día laborable y el promedio de las indemnizaciones, teniendo en cuenta el peso de los contratos eventuales, ronda entre los 16 y 19 días por año trabajado. Pero peor que la reclamación en sí, es lo que muestra: el comportamiento divisorio de las cúpulas empresariales que pretende sacar tajada particular de la crisis más grave que hemos conocido. Es el reflejo de un modelo de empresa que carece de legitimidad para socializar los sacrificios necesarios para abordar la crisis y se muestra incapaz de generar el clima de participación imprescindible para promover la innovación. Es una muestra más de que, en contra de lo propagado desde púlpitos y medios, seguimos de lleno en la Sociedad del des-Conocimiento. Todo dificulta para construir lo que más se necesita, solidaridad.

La destrucción de empleo que anticipa la Organización Internacional del Trabajo, OIT, es durísima y global y lo será, lo esta siendo especialmente en España donde la industria de la construcción ocupaba a casi 3 millones de personas. Se agotan las medidas en todos los países, con independencia del color ideológico del gobierno de turno. Las rebajas de impuestos no incentivan la actividad hundida por la ausencia de expectativas y la quiebra efectiva del sistema financiero. No tiene sentido presumir de alternativas: no las hay, y los partidos de oposición harían bien en admitirlo. En todos los sitios se impone un consenso: solo los estados son capaces de generar actividad y actuar contra la corriente. Pero también limitadamente. Elegir entre lo malo y lo peor es la tarea a la que se enfrenta cada ciudadano, sea trabajador, empresario, banquero... o político.

Hay consenso en que debemos cambiar el modelo económico. Pero eso requiere también cambiar de modelo social. La crisis financiera actual obliga a asumir que en el futuro, por muchos años, escaseará el capital dinero y que solo la innovación interna y el capital humano puede servir de impulso para el relanzamiento económico. Hay que hacer un pacto por la productividad y el conocimiento que suponga, de verdad, convertir el trabajo en capital, reconocerle como capital humano. Si la innovación humana es el único recurso permanente e inagotable es imprescindible acabar con el desapego entre empresa y trabajador.

Es la hora de la política. Las palabras no garantizan soluciones a los graves problemas pero, si la economía es un estado de ánimo, acertar con el tono adecuado de las palabras y mensajes es esencial. El relato de la crisis debe anticiparse a los peores escenarios. Lo ya conocido más lo estimado a corto plazo es lo suficientemente grave como para considerarlo una catástrofe social y así sin duda se habría denominado hace 18 meses. Es necesario construir un discurso de emergencia nacional que cimiente el futuro desde la solidaridad, porque aunque la causa de la crisis sea lejana y global las angustias son cercanas y locales. La gente de la calle puede aceptar las angustias siempre que entienda que todos remamos en el mismo barco y que toca apretar los dientes. Ocurre en España pero también en todo el mundo.

Hoy más que nunca, la política está obligada a ganar altura para aglutinar a las mayorías sociales en torno a nuevas ideas, aquellas que saben centrarse en lo principal y aíslan a las fuerzas que constituyen un obstáculo para el progreso. Ser de izquierdas hoy es, sobre todo, ofrecer una esperanza de racionalidad para el conjunto. No lo es poner en marcha iniciativas ideológicas que rompan consensos.

Los trabajadores tienen que comportarse como si fueran los dueños de sus empresas. Ofrecer sacrificios pero también reclamarlos. No es posible sacralizar los dividendos mientras se fuerzan resultados positivos despidiendo trabajadores, tampoco lo es reclamar sacrificios por dos años y, cuando se recupere la economía, volver a las andadas. Hay que impulsar desde ya un nuevo contrato social. Los denostados sindicatos, más pegados a la realidad que los políticos, deben ofrecerse para un gran pacto global, quizás una reedición de los Pactos de la Moncloa. Ofrecerse para arrimar el hombro y exigírselo al resto de los actores sociales. El sacrificio y la responsabilidad de los trabajadores deben servir de lección a la clase política. La oposición debe reflexionar. También el gobierno. Por el bien de todos.


Ignacio Muro Benayas es economista y profesor de periodismo en la Universidad Carlos III. Autor de “Esta no es mi empresa” (Ecobook, 2008)

www.ignaciomuro.es

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