viernes. 29.03.2024

Elecciones en Andalucía y Asturias: razón y soliloquio

Javier Arenas lo intentó por enésima vez. Logró un puñado más de votos que el PSOE y le superó en tres escaños. Salió al balcón de la sede, sonrió, leyó un discurso y se abrazó a los suyos. Había ganado unos cuantos asaltos a los puntos pero perdió estrepitosamente el combate. Izquierda Unida le amargó la noche, porque se llevó 6 de los 9 diputados que perdió el PSOE.

Javier Arenas lo intentó por enésima vez. Logró un puñado más de votos que el PSOE y le superó en tres escaños. Salió al balcón de la sede, sonrió, leyó un discurso y se abrazó a los suyos. Había ganado unos cuantos asaltos a los puntos pero perdió estrepitosamente el combate. Izquierda Unida le amargó la noche, porque se llevó 6 de los 9 diputados que perdió el PSOE. La izquierda cerró el paso a la derecha, que ya había preparado la semana de abril engrandecida en su fe. También le traicionó la Macarena. La huelga general se acerca.

A caballo del siglo XVIII y XIX, el ensayista alemán Johan Wolfgang von Goethe, sugirió que “el que quiera tener razón y habla solo, de seguro logrará su objetivo”. El Gobierno de Rajoy lleva tiempo hablando solo y por supuesto, confiando en su razón. Hace cuatro meses ganó con autoridad en las urnas las elecciones generales. Ahora perdió con esmero 554 mil votos en las elecciones autonómicas de Andalucía y Asturias. Son las cosas de la democracia. La misma gente que te vota deja de hacerlo si gobiernas tercamente contra los derechos de la mayoría de la sociedad. La derecha está jugando con fuego. Debería de abandonar el soliloquio y hablar con la gente. Lo digo por el bien del país a corto plazo, porque si se empeña pasará a la historia como el Gobierno que en el plazo más breve de tiempo transformó una mayoría absoluta en un batacazo electoral.

Que la izquierda no se duerma

Griñán resistió mejor de lo que decían los sondeos la invasión conservadora, pero ha sido IU la que evitó la debacle. En Asturias el PSOE fue el partido con más escaños e IU consiguió un notable incremento de votos, pero la derecha sigue ganando en escaños; y para colmo, una división en circunscripciones electorales pactada para beneficiar el voto conservador y socialista, ha restado ilegítimamente al menos un par de escaños a la formación liderada por Jesús Iglesias. Es decir, conviene que la izquierda interprete bien el resultado de las urnas y se exija, antes que nada, impulsar el cambio de la ley electoral, y en Asturias, acabar con el atropello de un reparto de escaños por circunscripciones sorprendentemente inspirado por el PSOE.

En los próximos días, deberá producirse un diálogo fluido entre PSOE e IU en ambas comunidades autónomas para fijar algunas prioridades programáticas ante un posible acuerdo. Sin prisas, sin urgencias, pero conscientes de que hay que conciliar una vieja controversia de las izquierdas: gobernar sin complejos y evitar el ataque de liberalismo (ética de la responsabilidad) que sufren los socialistas cuando gobiernan, o el pánico a gestionar gobernando un programa de izquierdas que tiene atrapada a IU. Las opiniones extravagantes, que las habrá en ambos campos, no deben ser excusa para madurar un programa de gobierno.

Hay que precisar que la situación es distinta en Asturias. Si el voto del exterior no lo remedia, las derechas (Foro y PP) formarán gobierno. Incluso si la izquierda recuperase un escaño, sería necesario el concurso del único diputado de UpyD para poder alcanzar un acuerdo progresista. Aunque en realidad, conviene no perder de vista el problema de fondo: las circunscripciones electorales, que niegan de antemano a formaciones como IU la disputa de diputados en dos de ellas. Así no se puede seguir.

Trascendiendo a todo ello,  las izquierdas deben actuar con sentido de futuro. No se puede seguir reaccionando a la defensiva en un escenario que la derecha domina política y culturalmente en España y en Europa. Un buen síntoma sería que la socialdemocracia diese por concluido un triste periodo de sometimiento al poder del dinero. Hollande en Francia parece marcar ese camino. En la pelea de la democracia con la economía no basta con el recurso a la retórica; hay que activar leyes y normas para que la política gobierne los mercados, y no al revés. Hay que construir discurso económico alternativo al del liberalismo desregulador.

Pero sobre todo, hay que cambiar el rostro y los modos de hacer política de las formaciones de izquierda. De la misma manera que los partidos que ganan las elecciones no pueden creer en la impunidad para gobernar, ignorando la función participativa de la democracia, las izquierdas (gobiernen o no) deben disponer de estructuras sólidas, abiertas y transparentes para canalizar las demandas de la ciudadanía, y escuchar y debatir huyendo del sectarismo, creyendo y practicando  la cultura de la tolerancia.

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