jueves. 28.03.2024

Elecciones 2010

NUEVATRIBUNA.ES - 6.7.2010El domingo pasado en México se eligieron gobernadores en más de una decena de sus Estados. El PRI gana nueve gubernaturas, seis que ya tenía, le quita dos al PAN (Tlaxcala y Aguascalientes), y una al PRD (Zacatecas). La alianza entre PAN y PD arrebata tres cacicazgos al PRI, en Oaxaca con Gabino Cué, en Puebla con Moreno Valle y en Sinaloa con Malova.bio Beltrones y PAN).
NUEVATRIBUNA.ES - 6.7.2010

El domingo pasado en México se eligieron gobernadores en más de una decena de sus Estados. El PRI gana nueve gubernaturas, seis que ya tenía, le quita dos al PAN (Tlaxcala y Aguascalientes), y una al PRD (Zacatecas). La alianza entre PAN y PD arrebata tres cacicazgos al PRI, en Oaxaca con Gabino Cué, en Puebla con Moreno Valle y en Sinaloa con Malova.bio Beltrones y PAN).

¿Quién gana? ¿Quién pierde? ¿Y México gana o pierde?

Como todas las elecciones de gobernador, las del domingo tuvieron un fuerte ingrediente local. Cuentan las tradiciones partidistas en cada Estado, y claro, cuentan también los candidatos. Sin embargo, estas elecciones tuvieron también un significado nacional. Más allá de verse como un plebiscito para el gobierno de Calderón, y aquilatar la influencia de la violencia e inseguridad en unos comicios, sirven como una prefiguración de lo que podría suceder en 2012: de la fuerza del nuevo-viejo PRI, y de la posibilidad de una alianza entre izquierda y derecha para competir contra el otrora partido de Estado por la presidencia de la república.

En primer lugar, lo que salta a la vista es el triunfo de la aplanadora priista. Si a finales de los 90 la politización mexicana se centró en sacar al PRI de los Pinos, ante el desastre actual, todo indica que el Partido (con su falta de principios, de ideología y su defensa de lo que llaman eficacia), vuelve a la carga. El mantenimiento de seis gobiernos estatales y el triunfo en otros tres no tiene mucho misterio: el “feuderalismo” reinante resultado de la fragmentación del poder tras la alternancia en el centro del sistema político mexicano ha hecho que los depositarios originales del poder, los poderes locales y estatales, tengan amplio margen para no solo cometer todo tipo de atropellos, sino tener total discreción para utilizar recursos públicos en las mismas en beneficio de su partido. Como señala Denise Dresser, la alternancia electoral del año 2000 cambió a los partidos en la Presidencia, pero no alteró la forma de hacer política en las gubernaturas, y durante los últimos años hemos presenciado la resurrección del autoritarismo, donde los "nuevos virreyes", corruptos, poderosos e impunes, gobiernan a su libre albedrío. Vuelve el problema de las elecciones de Estado y el problema del Partido que es juez y parte en los comicios.

De hecho, el Partido, entendiendo estas elecciones como preludio de su inevitable triunfo en 2012 (de la mano del previsible candidato Enrique Peña Nieto y de su campaña orquestada por Televisa), pensó que iría por el carro completo: por las 12 gubernaturas. No fue así.

Por otro lado, el argumento del triunfo de las alianzas entre el PRD y el PAN en los Estados que aún no tenían una alternancia electoral (en donde el PRI había gobernado siempre) también es posible esgrimirlo. El PRI perdió Oaxaca, Puebla, y Sinaloa. Mucho se criticó esta estrategia (no sólo por el PRI, quien las calificó de “contra natura”) que en principio parece haber sido acertada. A pesar de las fuertes críticas que se les hicieron a sus autores intelectuales (Jesús Ortega y César Nava, del PRD y el PAN) incluso dentro de sus propios partidos, lo cierto es que salió bien. Peleando por su propia cuenta, sin las alianzas locales entre PAN y PRD (“estrategia electoral mata pureza ideológica”), estos triunfos hubieran sido impensables.

Las elecciones, desde esta óptica, se entenderían como un hecho simbólico, un ajuste de cuentas con algunos de los lastres que se cargaban desde la transición, y una forma de castigo (en un país de impunidad, castigo electoral y en la figura de sus delfines) contra políticos de tan sucia trayectoria como Ulises Ruiz y Mario Marín, que desde hace mucho pasaron los límites de la decencia y se convirtieron en lo que Carmen Aristegui llama “prófugos de la opinión pública”, y que el PRI (con ayuda del PAN) sostuvo en contra de toda lógica democrática.

Ante el temor bien fundado de que El PRI viene de regreso sin haberse modernizado, lo cual implica una regresión para la vida política del país, y de que ha centrado su atención en ganar gubernaturas para desde allí financiar y pavimentar el camino a Los Pinos, la única forma de frenar la maquinaria priista es deteniendo su avance en estados cruciales para la elección presidencial del 2012, como señala Dresser. ¿Se habrá logrado esto con las elecciones del domingo?

Un análisis más calmado apunta a que ninguno de los bandos que se proclamó vencedor en la larga tradición política mexicana del “madruguete” las lleva todas consigo.

El PRI ganó, sí, pero en términos netos ahora gobierna sobre 8 millones de personas menos que antes. El Estado de Puebla tiene uno de los electorados más grandes del país, y Oaxaca históricamente había sido una fuente de votos “sospechosos” para ese partido. Además, fue Oaxaca el símbolo de la unión de facto entre PRI y PAN en 2006 (el sostenimiento de Ulises Ruiz por parte del gobierno federal, a cambio de la asistencia de los priistas a la toma de posesión de Calderón). La derrota del PRI por parte del PAN/PRD en ese Estado prefigura la imposibilidad de que el partido tricolor pueda recibir el apoyo del gobierno federal en la siguiente elección. Antes bien, el enemigo a batir será él. Por ello es que se argumenta que esta victoria para el PRI bien podría, si le sigue una exacerbación de su ya presente soberbia, su perdición. Soberbia que en política es semilla de los más graves errores (que se lo digan, por ejemplo, a AMLO o a Santiago Creel) y que, por su mismo carácter embriagante, inhibe el buen juicio y la prudencia que se esperan del político experimentado. Si el PRI cree (algo parecido a lo que pensó la izquierda en los preámbulos de la transición, cuando se imagino ser una mayoría automática, a la que solo faltaba que se le respetara el voto para tener la presidencia, y que acabó perdiendo ante el PAN) que lo que le queda para 2012 es un día de campo, y sus políticos empiezan a dedicarse a buscar desde ahora acomodarse en el equipo ganador en lugar de enfocarse en como derrotar a sus adversarios, caerán un fatal error. Los movimientos ya empezaron mientras se escribe esto, así como la legión de aduladores del Partido, que de repente, ya no se esconden ni ocultan su filiación, ni sus deseos (¿necesidad?) de que vuelva por muchos años más, para a poner orden a un país que el PAN no ha sabido o querido gobernar.

Lo que es indudable es que este PRI va extendiendo su poder estatal e infraestructural (Michael Mann) que tanto le falta a los demás partidos y con ello sus posibilidades de triunfar en 2012… pero para ello falta una eternidad.

Por el lado de las alianzas, no hay que dejar de advertir que su fortaleza es su debilidad: fueron una estrategia impuesta por la urgencia, de última hora, y a falta de capacidad de competir contra la maquinaria priista por separado. No se han resuelto los problemas al interior de la izquierda dividida y la derecha desgastada por el poder, ni ninguno de los partidos de oposición han logrado convencer ni diferenciarse de las “mañas” del PRI en su modo de gobernar. En cuanto dejaron la oposición, perdieron ese halo de pureza precisamente porque empezaron a ser juzgados.

Paralelamente a las pérdidas del PRI, el PAN y el PRD perdieron también bastiones históricos. Llamativo es el caso de Zacatecas (Estado tradicionalmente del PRD), en donde el PT, el PRD y el PAN local compitieron por separado y perdieron ante el PRI.

Más interesante aún es averiguar de dónde provienen los candidatos vencedores de las alianzas: del PRI. En Puebla y Sinaloa fueron expriistas recientísimos. Y hasta en el triunfo más celebrado -celebración a la que me sumo- el de Oaxaca de la mano de Gabino Cué (economista con estudios en España), el triunfador, aunque apoyado por López Obrador, fue en su día parte de gobiernos priistas estatales, y se le ha calificado de heredero del grupo político del ex gobernador del PRI Diodoro Carrasco, quien saltó al PAN para arrebatarle el poder a Ulises Ruiz.

En este asunto de las alianzas, personajes individuales destacan. Entre los críticos señalaría a AMLO ,quien aunque sistemáticamente las criticó, con astucia de zorro azul de la estepa no se separó de Cué; y a Fernando Gomez Mont (Secretario de Gobernación, amigo de Calderón, e hijo de uno de los hombres que dieron destino y sentido al PAN), quien hasta renunció a su partido como protesta ante estas coaliciones que ahora triunfan. Quizá el ganador que más importa de cara al 2012 en este particular sea Marcelo Ebrard (Jefe de Gobierno del DF, contendiente por el liderazgo de la izquierda), quien las apoyó abiertamente.

Las elecciones fueron de nuevo un catálogo de irregularidades tristemente parecido a las épocas del partido hegemónico. No sólo eso, sino que hechos como el asesinato de Rodolfo de la Torre en Tamaulipas (candidato del PRI y virtual gobernador) dan cuenta de que el principal logro de la transición se encuentra agotado, como señala Sergio Aguayo. La violencia política hace su entrada seguida de la impunidad (¿se recuerdan de verdad los cientos de militantes del PRD asesinados en el sexenio de Salinas?). El hecho de que el crimen organizado no haya sido noticia el domingo significa sólo que las cosas “pudieron haber salido peor”. Sin ánimos de ser catastrofista, es innegable que las elecciones efectuadas ayer se dieron en un contexto en que la lucha entre los partidos estuvo permeada por la violencia del narcotráfico en un esfuerzo por intervenir en los comicios de una u otra forma. Así, en estados como Tamaulipas, Sinaloa y Puebla, entre otros, las campañas estuvieron influidas por la presencia de criminales profesionales interesados no solamente en resguardar sus espacios económicos, sino también en garantizar la impunidad con la que operan en esos territorios (Shabot). La abstención en general fue significativa, pero no llega a ser la abstención excepcional que los más pesimistas auguraban y quizá tenga más que ver con un hartazgo generalizado hacia la partidocracia que con un clima de miedo que impele a no abandonar el hogar ni para ir a votar. Más miga me parece que tiene el advertir sobre los argumentos de ciertos “idiotas útiles” que sugieren como razón de peso para el retorno del PRI el que sus políticos (por razones no confesables pero evidentes) saben cómo pactar con el crimen organizado. Es falso. No sólo el acuerdo de antaño es difícilmente reeditable con la lucha contra las drogas como prioridad para la seguridad hemisférica de Washington, sino que si se diera, sería un acuerdo diferente: antes, el acuerdo era uno en que el narco estaba en posición subordinada el poder político, aceptaba las reglas impuestas por este, y tenía poca autonomía. Ahora, buscar rehacer un acuerdo desde una posición de igualdad o inferioridad, tendría como consecuencia que el miasma de la corrupción y la penetración del crimen en el Estado crecerían de tamaño y en profundidad.

En términos generales, creo que las elecciones no dan muchos motivos de alegría (aunque nos queda Oaxaca). Da la sensación de que el gatopardismo partidista sólo es una arista más de la tendencia actual del oligopolio mexicano en que los partidos y algunos poderes fácticos luchan sin cuartel (y sin reglas) por un poder casi absoluto. Parece que, de una colonización única del PRI-Estado pasamos a una múltiple: de algunos partidos, de algunos sindicatos mafiosos (el SNTE sólo, en lo alto), empresarios, y el crimen organizado. Ellos son los verdaderos electores, y quienes se juegan sus negocios en los comicios. Los ciudadanos somos comparsas.

Para los partidos políticos (aunque dudo que el PRI lo entienda así, ya embriagado por sus victorias, lleno de arrogancia y de deseos de venganza por estos 10 años sin la Presidencia), la lección del domingo es que será muy difícil recomponer una hegemonía como la del antiguo régimen y que se necesitan cambios drásticos en los mismos, si quieren no ya ser la vanguardia de la sociedad, sino volver a conectarse con ella de alguna manera. Para los ciudadanos, el domingo es una piedra más en el camino del desencanto por la democracia electoral. Sobre esto, me parece significativo que un académico como Sergio Aguayo, uno de los protagonistas de los intentos de democratizar el país desde la sociedad civil, y uno de los grandes activistas por unas elecciones limpias y confiables, considere en una columna reciente que esa vía ya se agotó. Nota de esperanza que me deja su escrito: existen otras maneras de construir la democracia además de las elecciones. Y claro, pasan por el compromiso permanente.

César Morales Oyarvide - Politólogo mexicano

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