viernes. 26.04.2024

El tesón del hombre orquesta

Hay tres tipos de personas. Por un lado están las visibles, un reducido número de individuos con una peculiar luz propia que les hace perceptibles para el resto del mundo. En el otro extremo encontramos a los invisibles, esa mayoría de hombres y mujeres que pueblan las calles, ajenos por completo a la mirada de los otros y cuyo principal desvelo es llegar desapercibido a fin de mes.

Hay tres tipos de personas. Por un lado están las visibles, un reducido número de individuos con una peculiar luz propia que les hace perceptibles para el resto del mundo. En el otro extremo encontramos a los invisibles, esa mayoría de hombres y mujeres que pueblan las calles, ajenos por completo a la mirada de los otros y cuyo principal desvelo es llegar desapercibido a fin de mes. Y por último tenemos el colectivo de los ruidosos, variopinta comunidad con pretensiones selectas capaz de desplegar todo el virtuosismo del hombre orquesta con tal de llamar la atención, de ser vistos.

Estos curiosos individuos, los ruidosos, suelen hallarse en los más variados ambientes, si bien la política acostumbra a ser uno de sus espacios más propicios para sus sonoras entradas en escena. Estadistas de la talla de Silvio Berlusconi o Nicolás Sarkozy son magníficos representantes de este escandaloso grupo. La especie, en cualquier caso, no está ausente de la carpetovetónica realidad de nuestras Españas. De hecho, la ostentosa presencia de desafinados hombres (y mujeres, claro) orquesta se ha convertido en una de las características del ejecutivo de Mariano Rajoy, ávido de disonantes notas musicales que distraigan la atención de la orquestada rapiña de lo público en que se ha convertido su personal respuesta a la crisis. Y entre ellos, pocos tan estruendosos como el nuevo ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert.

Buen conocedor de mercado de la opinión pública, el ex presidente de Demoscopia sabe muy bien los resortes que ha que mover para no perder protagonismo. Una habilidad que, por lo pronto, no parece dispuesto a desaprovechar. Ahí están sino sus polémicas iniciativas, como recurrir al fantasma del maoísmo para arremeter contra la inocente asignatura de Educación para la Ciudadanía. O su divertida broma de modificarles de la noche a la mañana el temario de oposición a los 60.000 aspirantes a cubrir alguna de las exiguas plazas de profesores de la enseñanza pública. O su arrebato a lo Agustina de Aragón contra los guiñoles de la televisión francesa. O su amenaza con dejar sin beca al estudiante que se conforme con el cinco pelado, una propuesta que de aplicarse con la rotundidad planteada por el ministro hubiese dejado sin beca a alumnos tan poco ambiciosos como Albert Einstein, Gregor Johan Mendel, Thomas Alva Edison, Pablo Picasso, Rafael Alberti o Winston Churchill.

Propuestas ruidosas, cargadas de bombo y platillo, con las que Wert impulsa su particular cruzada para elevar la calidad de la enseñanza en España. Iniciativas, eso sí, complementadas con las actuaciones transversales del ministerio del Interior, tal y como quedó de manifiesto la pasada semana en Valencia donde las aleccionadoras dosis de porra y calabozo a los estudiantes de enseñanza media pusieron de relieve la actualidad y vigencia de la eterna máxima de que “la letra con sangre entra”.

En cualquier caso, la estrepitosa forma de actuar del señor ministro no le resta razón a sus denuncias sobre el declive educativo en España. Es suficiente con observar la evolución del pensamiento conservador español para comprobar el empobrecimiento de ideas al que nos ha conducido el todavía sistema educativo español. Sin necesidad de remontarnos a los tiempos de Cánovas, podemos apreciar como en solo unas décadas la derecha española ha pasado del profundo aforismo de “la calle es mía” de don Manuel Fraga, a los excesos espontáneos de Paco Camps y su “te quiero un huevo”. Y encima al dandy del Turia le acaban de hacer doctor con calificación cum laude. Eso sí, para consuelo de Wert, el ex presidente de la Generalitat curso el doctorado, bien vestido, pero sin beca.

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