jueves. 18.04.2024

El sueño mileurista

Un reciente estudio de la Fundación Sindical de Estudios de CCOO de Madrid titulado “El umbral de la pobreza en el mercado laboral de la Comunidad de Madrid” concluye que tres de cada diez trabajadores madrileños, 1.039.553 asalariados, el 17,3 por ciento de la población madrileña, se encuentra por debajo del umbral de la pobreza, al cobrar salarios inferiores a la mitad de la renta disponible media, es decir menos de 11.130 euros al año.
Un reciente estudio de la Fundación Sindical de Estudios de CCOO de Madrid titulado “El umbral de la pobreza en el mercado laboral de la Comunidad de Madrid” concluye que tres de cada diez trabajadores madrileños, 1.039.553 asalariados, el 17,3 por ciento de la población madrileña, se encuentra por debajo del umbral de la pobreza, al cobrar salarios inferiores a la mitad de la renta disponible media, es decir menos de 11.130 euros al año. La buena marcha de la economía madrileña durante más de una década no ha beneficiado a miles de familias y cientos de miles de personas.

Conflictos laborales recientes como el de los trabajadores del Servicio de Estacionamiento Regulado (SER), o el de los que limpian edificios y locales, han puesto de relieve que alcanzar el “mileurismo” es el sueño de muchas trabajadoras y trabajadores madrileños.

Jóvenes de entre 18 y 25 años. Trabajadores en algunos sectores de la hostelería, la restauración, mujeres que trabajan en el comercio o en servicios a las empresas. Mujeres en algunos sectores industriales. La mitad de los trabajadores y sobre todo trabajadoras de Madrid, no superan la barrera del mileurismo. El que en el “mileurismo” o “submileurismo” se encuentren el 58 por ciento de los trabajadores españoles no es un consuelo para unos trabajadores madrileños que soportan mayores costes, de vivienda, de transportes al centro de trabajo, o de servicios esenciales como guardería que la media de los españoles. Vivir en Madrid es más duro para una familia trabajadora que hacerlo en la mayor parte de España.

El motor económico de Madrid ha movido mucho dinero, pero muy desigualmente distribuido. Ahora, cuando los nubarrones en el horizonte, anuncian tiempo de vacas flacas, quienes han amasado fortunas aprovechando las oportunidades de una información privilegiada y una influencia directa en los centros de poder, se apresuran a reclamar moderación salarial, más flexibilidad en el marcado de trabajo y, con asombroso desparpajo, mayor liberalización de los mercados. Fórmula eufemística que sirve para exigir la entrada indiscriminada de la iniciativa privada en la gestión de los servicios públicos, es decir de los recursos presupuestarios que los trabajadores ponemos en manos de las Administraciones Públicas. No hay que olvidar que en torno al 90 por ciento de la recaudación por IRPF corresponde a lo que los trabajadores aportamos en forma de retención en nuestras nóminas. El grito de guerra de esta ofensiva es algo así como lo privado es mejor y más barato. Lo primero no es cierto y lo segundo enmascara que el menor coste, al principio, no se sustenta en menores beneficios empresariales sino en salarios de miseria.

No se debe olvidar que los trabajadores y los sindicatos en los que se organizan no hemos traído esta crisis, que sobre todo tiene mucho que ver con altos beneficios empresariales insostenibles por mucho tiempo y no con los salarios de la gran mayoría de los trabajadores.

Los trabajadores somos moderados en nuestras reivindicaciones salariales, pero eso no significa que aceptemos el mileurismo como horizonte final de nuestras carreras profesionales, especialmente para las mujeres, los jóvenes o los inmigrantes.

Una economía más estable y sólida requiere más inversión productiva, más reinversión de beneficios empresariales, más innovación en nuestros productos y más calidad en nuestros servicios y, sobre todo, más inversión en las personas trabajadoras. Más estabilidad, más formación y cualificación, más inversión en salud laboral. Esas son las bases de una economía sólida y de una sociedad cohesionada, equilibrada y justa.

El sueño mileurista
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