jueves. 28.03.2024

El sindicalismo internacional y la crisis

NUEVATRIBUNA.ES - 25.11.2009Cuando la crisis económica se manifestó con toda su crudeza, pocos fueron los dirigentes políticos que, en una u otra medida, no reclamaran reformas en el sistema económico-financiero que ha dirigido el mundo en las últimas décadas.
NUEVATRIBUNA.ES - 25.11.2009

Cuando la crisis económica se manifestó con toda su crudeza, pocos fueron los dirigentes políticos que, en una u otra medida, no reclamaran reformas en el sistema económico-financiero que ha dirigido el mundo en las últimas décadas. Sin embargo, las reuniones del G-20 no han avanzado en ese sentido, sus acuerdos se han limitado, prácticamente, a la intervención financiera de los distintos gobiernos, y con escasa coordinación.

Si en los peores momentos los gobiernos de los países más poderosos no han tenido verdadera voluntad de cambio, ahora, cuando el crecimiento de la economía en EEUU y Europa hace pensar (incluso a Rajoy) que lo peor ha pasado, ya nadie habla de reformas. Atrás queda la necesidad de cambiar el modelo de desarrollo económico, la refundación del capitalismo, la regulación del sistema financiero… Ni siquiera ha habido avances significativos en la lucha contra los paraísos fiscales.

La izquierda, a nivel internacional, ha sido incapaz de articular un discurso alternativo que pudiese aglutinar a las fuerzas progresistas y presionar para avanzar hacia un mundo menos injusto, más sostenible económica, ecológica y socialmente. Realmente creo que ni se lo ha propuesto, renunciando así, no solo al cambio de modelo de desarrollo sino, también, a la batalla de las ideas, de los valores.

Los países ricos, que han destinado cientos de miles de millones de dólares para salvar a los bancos, se niegan a aportar los 44.000 millones al año que pide la FAO para salvar a los 17.000 niños que mueren de hambre al día. Mientras, cuando todavía no se ha consolidado la recuperación económica, los bancos de Wall Street (Morgan Stanley, JP Morgan…) vuelven a los bonus récord que incentivaron el colapso financiero. Los banqueros sacan pecho, nadie es capaz de defender modelos distintos al suyo, se consideran la columna vertebral de la economía y reivindican la vuelta a las retribuciones astronómicas que han tenido estos años.

Es cierto que en España, la crisis ha servido para reflexionar sobre las debilidades de nuestro modelo productivo y para buscar alternativas al mismo. Comisiones Obreras ha elaborado un documento, “Reflexiones y propuestas para el cambio de modelo productivo en España”, en el que se proponen una serie de medidas orientadas a lograr una economía sostenible y socialmente avanzada, pero estas propuestas son solo para el modelo español, para que pueda competir mejor, y no solo en base a bajos salarios y precariedad, con el resto de los países; es un documento que teníamos que haber elaborado hace unos años. Algo parecido sucederá, en el mejor de los casos, con la ley de economía sostenible que el viernes aprobará el Gobierno.

Homologar nuestro modelo productivo con el de las economías más avanzadas, apostar por la sostenibilidad y la justicia social no es poco, pero, en una economía globalizada, no nos librará (acaso limitará sus repercusiones) de los efectos de una nueva crisis. Y mucho menos evitara que se incrementen las desigualdades y aumente, en cientos de millones, el número de personas que pasan hambre en el mundo.

Defender a la humanidad de las consecuencias de una crisis como la actual requiere revisar, no solo los procedimientos de control del sistema financiero, sino también el papel del FMI y el BM en la regulación del mercado mundial y el del dólar como moneda de referencia; hace falta democratizar la toma de decisiones económicas, cambiar las relaciones comerciales entre países ricos y pobres… Y hace falta lo que sin duda es lo más difícil, lo que ninguna ley puede garantizar: un cambio cultural que evite el delirio consumista que, además de poder en cuestión el equilibrio ecológico de la Tierra, conduce a endeudarnos por encima de nuestras posibilidades y a desequilibrar el sistema económico-financiero.

Está claro que las medidas a tomar, los cambios a introducir, sobrepasan con mucho la capacidad de un solo país y, ante la ausencia de compromiso de gobiernos y el autismo de la izquierda política, el sindicalismo de clase, a través de la CES y la CSI, debería tomar la iniciativa y, sin olvidarse de los problemas concretos de cada país, dedicar parte de sus energías a elaborar un programa de actuación a medio plazo que, al menos, intente minimizar el riesgo de una crisis como la actual. El movimiento sindical internacional no puede renunciar a actuar sobre las causas de esta crisis, no hay que olvidar que al final, los más perjudicados son los trabajadores en condiciones precarias, el colectivo al que se debe dedicar preferentemente la atención del sindicalismo de clase.

Enrique Tordesillas es colaborador de El Periódico de Aragón y Radio Zaragoza y miembro del Observatorio de la Fundación 1º de Mayo "Sindicalismo y cambio en el mundo del trabajo".

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