jueves. 25.04.2024

El PP: sin virtud y sin fortuna

NUEVATRIBUNA.ES - 12.11.2009En tiempos revueltos suelo acudir a los clásicos. No sé si tamaña confesión, en época de políticos iletrados y ágrafos, merece perdón o incrementa la desconfianza que hacia mí sienten muchos de los llamados servidores de lo público. Pero, educado en otros tiempos, nada mejor tengo que ofrecer. Y entre los clásicos, Maquiavelo, claro.
NUEVATRIBUNA.ES - 12.11.2009

En tiempos revueltos suelo acudir a los clásicos. No sé si tamaña confesión, en época de políticos iletrados y ágrafos, merece perdón o incrementa la desconfianza que hacia mí sienten muchos de los llamados servidores de lo público. Pero, educado en otros tiempos, nada mejor tengo que ofrecer. Y entre los clásicos, Maquiavelo, claro. Fundador de la ciencia política, hizo bascular su análisis de lo que necesita el “Príncipe” para triunfar en torno a dos ejes: la “virtud” y la “fortuna”. Lo que quiso decir por virtud aún provoca debates, pero podríamos simplificarlo como una suma de conocimientos, de eficacia en su tarea y de adecuación a una imagen que proyecta para fascinar a los ciudadanos. El que Maquiavelo se sitúe en una perspectiva de realismo amoral no significa que excluya, como componente de la virtud, un sentido ético, ya que la ética puede ser esencial para configurar los elementos a los que aludo. Con eso, se diría, tendríamos a un buen Príncipe. Sin embargo reconocerá que, por pertrechado de sabiduría que éste el líder, deberá recordar que la suerte es decisiva en muchas circunstancias, por lo que hará mal en jugarse todo a un evite. Pero, sobre todo, la apelación a la fortuna alude a la necesidad de la previsión, de enfrentarse activamente con sus trampas; por eso, con lenguaje de su época –no pidamos a Maquiavelo que sea políticamente correcto-, escribirá que la Fortuna, que es diosa, ama a los capitanes valientes, a los que en lugar de esperar, establecen estrategias en pos de sus deseos.

Pues bien, diríase que el PP se encuentra ahora mismo sin virtud y sin fortuna. Parece que cada paso que da contribuye a enfangarle el alma y aquí y allá le surgen crisis de imposible solución a gusto de todos y, en Comunidades esenciales, su liderazgo, tan aparentemente consolidado, se le trueca mina de esperpentos. ¿Y qué decir de su virtud? En materias clave de la acción política sólo alcanza a situarse como “enemigo” del Gobierno, hasta provocar hartazgo en la ciudadanía, que contempla cómo renuncia a la crítica constructiva y responsable para saldar sus acciones con ataques frontales hasta en temas en que lo razonable –y bueno para sus ambiciones- sería alcanzar acuerdos. Nada más sabe interpretar el teatrillo de la confrontación y del menosprecio del otro y hasta a la profesión periodística lleva crispada con sus opiniones manufacturadas, su renuencia a responder preguntas. Claro está –pescadilla que devora su cola- que no puede evitar preguntas hirientes. Y así será por mucho tiempo. Porque en la otra acepción, el PP se está mostrando como un partido demasiado sometido a las servidumbres de la sospecha. Y la solución a esto, en trance de agotarse el recurso a difamar a jueces o policías, es francamente esquiva. Ausentes de valor, incapaces de cambio –pese a su retórica excitada-, la fortuna se le volverá esquiva y menudearán las madejas de crisis internas, los agravios, las venganzas placenteras.

¿Pero es eso casualidad? Insisto en que me parece que hay que situar antes su ausencia de virtud que el zarpazo de la fortuna. Y no creo que eso vaya a cambiar. Las causas serán muchas pero, al menos, deben ser tomadas en consideración algunas que hunden sus raíces en el tiempo, y aun en la cultura de la derecha española. Valga de ejemplo el hiperliderazgo al que acostumbra: el PP se ha ido constituyendo como un agregado de jefes incontestados y cuando uno falla camino del bochorno –Camps- o cuando se encierran dos en el mismo gallinero –Gallardón, Aguirre- se desmorona el sistema de certidumbres y se agujerea la trama del poder interno que, a su vez, debe estar en contacto y dar confianza a grupos del poder económico. Intenta la solución cortando militancias y prohibiendo el uso de la palabra, un imposible. A ello se añade la ausencia de democracia interna: es noticia estos días, por novedoso, que se reúnen, y votan, los órganos del partido. Como las prácticas democráticas, insólitas en el PP, tienen la ventaja de servir de amortiguación de descontentos y de generación de consensos, las miradas siguen fijas en los líderes… y si están en crisis, tal tropismo agrava la situación. (No es extraño que el desprecio por lo democrático conduzca a que un Conseller, sin asomo de vergüenza, pueda ser a la vez Portavoz Parlamentario, soez ataque a la división de poderes y claro ejemplo de sometimiento de las instituciones al partido). Por otro lado la llegada al poder de Aznar y toda la anterior Legislatura estuvo marcada por la apuesta por la crispación, recuso fácil e inercial; pero cuando el partido tiembla ese uso se vuelve peligroso, en especial si la credibilidad del ataque se difumina en sórdidos lamentos de consumo doméstico.

Se me dirá, sin embargo, que las encuestas le son favorables –no es desdeñable imaginar la demoscopia como nueva forma de diosa Fortuna-. Es cierto. Pero cabría, al menos, introducir un matiz: el Gobierno no está sabiendo responder al enfado de la crisis –el “lado moral de la crisis”, diría- a base de propuestas e iniciativas estratégicas y creíbles, de tal manera que está, como pararrayos, atrayendo a su casa la rabia contenida. Pero es que, de eso, el PP tampoco está sacando ganancias, pues no basta con las toscas embestidas de un Rajoy sobrepasado. Dicho de otra manera: un PP más virtuoso y afortunado podría sobresalir mucho más. Lo que, sobre todo, es aviso al PSOE. Lo peor, en fin, es este empantanamiento de la política entre la poca ilusión por conquistar el futuro y los quejidos amargos del Santo Job.

Manuel Alcaraz Ramos es Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y Director de Extensión Universitaria y Cultura para dicha ciudad. Ha militado en varias formaciones de izquierda y fue Concejal de Cultura y Diputado a Cortes Generales.

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