jueves. 28.03.2024

El PP, Bárcenas y el dilema del prisionero

No es de extrañar que los españoles estemos intrigados por el final del episodio más espectacular de corrupción potencial, presunta y como no tercie algún milagro, real como la vida misma, ligado al caso Bárcenas e implicaciones latentes. Las conjeturas son muy variadas y de diferente alcance, según la catadura de quién las efectúe.

No es de extrañar que los españoles estemos intrigados por el final del episodio más espectacular de corrupción potencial, presunta y como no tercie algún milagro, real como la vida misma, ligado al caso Bárcenas e implicaciones latentes. Las conjeturas son muy variadas y de diferente alcance, según la catadura de quién las efectúe. Es por ello que vamos a intentar poner un poco de racionalidad al caso, si es que tal circunstancia es factible. Para ello vamos a recurrir a un modelo de los matemáticos Flood y Dresher, formulado en 1950, que se ha revelado poderoso para analizar la tensión entre las decisiones individuales y colectivas: el dilema del prisionero.

La formulación del problema del prisionero, acomodada al caso que nos ocupa, incluye como personajes al PP, por un lado y a Bárcenas por otro. Supongamos que el juez o jueza que juzgue el caso, los interroga por separado (cosa muy factible) y les ofrece a cada uno de ellos el siguiente trato:

Si uno de ellos delata al otro y éste guarda silencio, el primero obtendrá la libertad y una recompensa, mientras que el otro (el incriminado) será condenado a la máxima pena.
Si ambos callan, quedarán libres, eso si, sin recompensa.
Si cada uno de ellos delata al otro, entonces ambos serán condenados, pero a una pena menor.

Ofrecidos realmente o no por algún juez o jueza, lo que es indudable, es que son muy razonables estas tres opciones decorando el escenario de los hechos. Si analizamos un pacto de esta naturaleza, concluiremos que todo induce a delatar. Esto lo vemos con claridad si pensamos que la actuación sea racional y cada uno obrase siguiendo su propio interés (egoísta claro está): en la primera opción puede salir indemne (si el otro, por suerte, calla), y en la tercera la pena es menor. Si uno calla, puede haberle delatado el otro en la primera opción y la pena es máxima entonces. Tendría que confiar en que el otro callara, y eso es difícil de creer o de imaginar. Las opciones de este sistema inducen a incriminar al otro, racionalmente. Sin embargo, vamos a razonar que, precisamente esa postura va a suponer que los dos salgan perdiendo. Veamos, la matriz de recompensas que podemos construir con las posibles iniciativas de Bárcenas y del PP,

A la vista del cuadro anterior, el pensamiento racional lleva a que el PP analiza las opciones de Bárcenas y concluye que haga lo que haga éste, el PP saldrá victorioso si lo incrimina. Pero Bárcenas razona de igual modo. De esta forma, la conclusión a la que llegan ambos es que tienen que incriminar al otro. Pero al llegar a esta conclusión  los dos se ven castigados con una pena menor, pero ninguno se libra, como vemos en el cuadro de la matriz de recompensas. Esta es la conclusión si se obra dentro de la racionalidad, que lleva a incriminar al otro. El dilema del prisionero no tiene, pues,  solución racional. No hay una estrategia tomada de modo racional que no conlleve el arrepentimiento posterio

Pero hay una alternativa que emana del pensamiento irracional. En este caso, el PP puede pensar que si guarda silencio, Bárcenas, también lo hará. Es un optimismo injustificado, pero a la vista de la tabla, esta posición, de darse en ambos, les lleva  a librarse, con lo que el beneficio es mutuo. La irracionalidad, pues, permite el escape de ambos, de darse simultáneamente en los dos. Una cierta probabilidad de irracionalidad por parte de ambos, no solo es creíble, sino probable.

Pero, todavía más, hay un enfoque cuántico del problema. Esto  supondría que Bárcenas y el PP formarían una pareja entrelazada (superposición de estados para los cuánticos), en cuyo caso la incriminación y el silencio pasan a darse en forma de pacto coordinado que resulta en adoptar una de las soluciones por ambos. Si el otro guarda silencio, yo también. Otra cosa es que se tienen que aferrar a la postura, ocurra lo que ocurra, pudiendo siempre ser violentados por el otro. Esto altera el concepto de irracionalidad que hemos aplicado anteriormente. La superposición cuántica altera las probabilidades de ocurrencia. Así la inclinación a incriminar al otro, al interferir, reduce la probabilidad de que uno incrimine al otro. Entran en juego los sentimientos ambivalentes y condicionados que acaban en que el entorno incide y que la postura no esté bien definida.  En este caso, admitamos que el juez o jueza pueden influir sobre el resultado, haciendo visible a cada uno lo que puede hacer el otro. Estp puede inducir a algo que se observa en la práctica y es una tendencia a cooperar.

Si atendemos lo investigado hasta ahora, en el terreno teórico, claro está, un tratamiento que permite, gracias a la sugerencia de von Neumann.  encontrar la mejor solución analizando la probabilidad que proporciona a cada acción y elegir en consecuencia minimizando el máximo esperado de las pérdidas del oponente (lo que se conoce como minimax). Así se determina la estrategia óptima para los juegos de suma cero, que son aquellos en que las ganancias de uno se enjugan con las pérdidas del otro. Pero en los juegos de suma no cero, en los que otros beneficios aparecen en escena, como producciones, aspectos sociales, etc. , como es el del prisionero, lo más importante a tener en cuenta es que las soluciones de ganancia-ganancia son preferibles a las actuaciones de ganancia-pérdida, porque como diría Bill Clinton “solamente prosperamos cuando los demás prosperan”. Si esta fuera la lógica del juego del prisionero, de forma iterada, entre el PP y Bárcenas solamente habrían unos perdedores: los españoles. Somos los únicos que al margen de llegar a saber qué ocurrió en el más lamentable proceso jamás acontecido en la Historia de España, quedarían con la sospecha de que sus euros están en  cualquier sitio menos donde debieran haber estado siempre. Somos los españoles, los únicos que no tomamos parte en este juego del prisionero, en el que son nuestros intereses los puestos en el tapete del disparate. Es nuestra Historia la que está en entredicho y somos meros espectadores. Esperemos acontecimientos.

El PP, Bárcenas y el dilema del prisionero