viernes. 19.04.2024

El pacto como remiendo

El remiendo forma parte de los usos y costumbres pasadas de nuestras personas mayores. El arte del remiendo lo practicaban nuestras madres y abuelas (la igualdad no había entrado en las trastiendas de los hogares españoles) en épocas donde la escasez y la pobreza hacían estragos. Un pantalón, un jersey o unos calcetines eran remendados una y otra vez alargando la vida de cada prenda.

El remiendo forma parte de los usos y costumbres pasadas de nuestras personas mayores. El arte del remiendo lo practicaban nuestras madres y abuelas (la igualdad no había entrado en las trastiendas de los hogares españoles) en épocas donde la escasez y la pobreza hacían estragos. Un pantalón, un jersey o unos calcetines eran remendados una y otra vez alargando la vida de cada prenda. Aunque me consta que en muchas familias la crisis ha obligado a recuperar dicha costumbre, el remiendo cayó en desuso en pos de la eficacia, la modernidad, la auto-afirmación y los nuevos iconos de la moda, de tal forma que un siete se solventa ahora yendo a comprar otra prenda buena y de mejor calidad, de paso que regeneramos el estilo, abrazamos un nuevo futuro, un nuevo lenguaje y una nueva forma de estar y emitir señales a nuestros semejantes.

En nuestra tradición política se habla mucho de grandes Pactos y Acuerdos. Sin embargo, al igual que ocurría con la ropa, ha habido pocos Pactos trascendentes y transformadores por el estado de indigencia de una democracia de baja calidad, lo que ha propiciado en última instancia un uso excesivo del remiendo como subproducto político del Pacto.

Un Pacto político solo merecería llevar tal nombre si rompe con una tradición, si resuelve un problema pensando a lo grande, si mira más allá de los próximos meses y si se hace con grandeza y visión de futuro. Y, por supuesto, si sirve a aquellos que no tienen ningún tipo de poder de negociación. En definitiva, si sustituye el viejo traje desgastado, apolillado y a punto de entrar en la categoría de harapo, por uno moderno, justo, digno y sostenible.

Hay quien dice que Pactos de esa naturaleza sólo pueden darse una vez en cada generación. Pero, ¿cuántas veces hemos oído la palabra Pacto en los últimos 30 años? Cualquier foto, firma o votación parlamentaria ha sigo sancionada con un marchamo que no hace gala a su verdadero significado. La política española ha dado origen a muchos Pactos-Remiendos que fracasan y son cuestionados a las pocas horas, días o semanas, obligando a sus protagonistas a volver a zurcir las suturas mal prendidas y parchear los agujeros cogidos con alfileres.

Muchos dirigentes políticos practican como método de acción el regate en corto, el quiebro de última hora, la equidistancia calculada y el pragmatismo a prueba de principios, de tal manera que lo que llaman Pacto tiene más que ver con un intercambio de favores, botines o protagonismo entre quienes lo llevan a cabo. El resultado de esos acuerdos se asemeja más a un reparto del mercado de influencias y del poder entre los que negocian, y a un remiendo que apenas sutura la herida por la que sangran millones de ciudadanos. En definitiva, muchos Pactos como Remiendos, pero casi ninguno con categoría de Política con Mayúsculas.

La crisis actual desata una gran pasión por la petición de grandes Pactos. Del Gobierno del PP con el PSOE, de sindicatos con empresarios, etc. Pero el modus operandi tradicional nos invita a desconfiar de ellos como creadores de bienestar sostenible en el tiempo. Muchos de los líderes políticos son especialistas en gestar Pactos-Remiendos en las catacumbas de los despachos y comedores de restaurantes o en servilletas de papel en capós de vehículos, siempre vigilados y espiados por quienes realmente mandan desde hace mucho: El establishment económico y financiero. Sus protagonistas se excusan diciendo que la gestación de los mismos no puede ser pública, ni hacerse tampoco con luz y taquígrafos, la manera más inequívoca de reconocer que no creen ni en la transparencia ni en el debate real con la sociedad.

Hubo un tiempo, durante la consagrada Transición, en el que dicha conducta podría entenderse pues el ruido de sables y botas en los Cuarteles podía malograrlos. Pero hoy refleja miedo al debate ciudadano. La consecuencia es que los llamados Pactos de Estado siempre han favorecido a los poderosos y perjudicado a los que menos tienen. La izquierda debería haberlo aprendido, al menos aquellos dirigentes que no decidieron convertirse en parte del establishment. De estos últimos ya no podemos esperar mucho. Sus discursos y soflamas progresistas ya no soportan una mínima prueba de realidad.

La izquierda debe recuperar la iniciativa con nuevos proyectos, nuevas marcas y nuevos líderes. Sólo así podrá ayudar a los que menos tienen y recuperar el apoyo de una mayoría social y progresista. Ahora sólo cabe la confrontación de ideas con los conservadores y evitar llegar con ellos a Pactos-Remiendos que sólo beneficiarán a los de siempre. Pero si hay que hacer Pactos de Estado hagámoslos: Reformemos la Constitución, las instituciones del Estado, La Justicia, el Sistema Fiscal y la Ley Electoral para impulsar una democracia real y un bienestar para toda la ciudadanía. La sociedad española ya no cabe en un traje anticuado y curtido en una época que ya no existe. Necesitamos un traje nuevo que refleje nuestra actual identidad democrática y nuestro deseo de ser actores reales del progreso social y no meros convidados de piedra.

El pacto como remiendo
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