viernes. 26.04.2024

El modelo inglés

La situación de la economía británica es una demostración fehaciente de hasta qué absurdos extremos puede llegar el doctrinarismo en su visión de la política económica.

La situación de la economía británica es una demostración fehaciente de hasta qué absurdos extremos puede llegar el doctrinarismo en su visión de la política económica. El gobierno Cameron-Clegg se formó sobre la base de un consenso antikeynesiano de raíz; en otros temas, algunos de la importancia de la actitud ante Europa, las divergencias son de bulto: Cameron es euroescéptico, mientras Clegg es europeísta, por ejemplo. Pero Cameron está aparentemente empeñado –con un empeño que podría llevarle a ganar el premio Nobel– en demostrar con hechos que el keynesianismo es una aberración, y a Clegg le va esa marcha. El gobierno aprobó en mayo una drástica reducción del gasto público, decidió que a la universidad sólo deben ir los ricos, y suprimió prestaciones sociales; todo, eso sí, muy bien envuelto en moralina de austeridad. Ah, y decidió despedir a medio millón de funcionarios, esa gentecilla plagada de vagos que en realidad no hace nada por mejorar la competitividad. Conforme los programas de consolidación fiscal han ido avanzando, la economía británica se ha ido paralizando; en el cuarto trimestre de 2010, registró un brillante -0,6 por 100 de crecimiento, o sea, decreció. Está al borde de otra recesión. Pero el gobierno no ceja.

La patata caliente ha pasado a manos del Banco de Inglaterra, la autoridad monetaria. Rápidamente, la dirección del Banco ha decidido mantener el tipo de interés de referencia en el 0,5 por 100, la mitad que el del Banco Central Europeo y el nivel más bajo de su historia. Y hace esto cuando la inflación interanual ha saltado del 3,7 al 4 por 100 anual en un mes. Pero aún hay más. El Banco de Inglaterra mantiene su programa de ampliación de reservas bancarias, con el ambicioso objetivo de comprar activos de los bancos comerciales hasta un importe de 200.000 millones de libras esterlinas, casi 240.000 millones de euros. Esto, prácticamente, supone barra libre para los bancos.

Con lo que transmiten los gurús financieros, uno no se hace idea de qué creen estar haciendo las autoridades británicas, tanto fiscales como monetarias. En los tiempos en que uno estudiaba, estaba claro que la política fiscal era la más “sensible” a los ajustes de la actividad y el empleo, mientras que la política monetaria lo era a los de la inflación y la balanza de pagos. Si aquello que uno estudió vale aun para algo, que probablemente no, porque los genios de la autorregulación lo han cambiado todo, se diría que el Reino Unido aplica justo la política contraria a la indicada para relanzar la actividad y el empleo así como reducir la inflación. De continuar con el mix actual, la libra se depreciará aun más en los mercados de divisas, lo que favorecerá temporalmente a los exportadores británicos pero acelerará la inflación. Al mismo tiempo, la restricción fiscal mantendrá la actividad deprimida y un desempleo en aumento o, al menos, con gran resistencia a disminuir. A plazo un poco más largo, con salarios congelados –como debe de ser, los Cien Ilustres dixerunt– e inflación creciente, habrá una considerable transferencia de renta de los asalariados a sus empleadores (¡vaya, si va a resultar que Cameron no es tan tonto como parece!) y, con tipos nominales fijos en niveles ínfimos y, de nuevo, inflación creciente, los tipos reales serán – son ya – negativos, con lo cual quien tiene dinero puede divertirse jugando en el casino de la City, que la casa incluso le devuelve algo de lo que pudiere perder.

Ante este panorama, uno puede preguntarse: ¿y cuál es el modelo productivo de este buen señor, David Cameron? Muy sencillo. Lo mismo que España es el país de vacaciones para toda Europa, ¿por qué no va a ser la City londinense el casino preferido de los ludópatas globales? Así se ganaría una pasta gansa en comisiones de intermediación, y de ello podría llegar a vivir todo el país; no todos bien, desde luego, pero lo que hace falta es que vivan bien quienes tienen que vivir bien; los demás ya se irán acostumbrando. El plan sólo tiene un fallo, o por mejor decir un riesgo. Para salir bien, se precisa que el margen de ganancia segura que se ofrece a los inversores con tipos de interés reales negativos (uno tiene que devolver menos que lo que le han prestado) no se vea evaporado por la pérdida de valor internacional de los activos como consecuencia de la depreciación de la libra. Esto depende de que las autoridades sean capaces de frenar la espiral antiinflacionista, o sea, de mantener la inflación justo en el punto en que representa un incentivo y no lo contrario. Por eso es tan importante contener la demanda efectiva, manteniendo alto el paro o incluso aumentándolo, si es menester. En realidad, no había nada de ironía en calificar de ‘brillante’ el registro de un crecimiento negativo en el cuarto trimestre de 2010. Es la confirmación de que la política de Cameron produce exactamente los resultados que está pensado que produzca. Lo cual demuestra dos cosas. Una, que los antikeynesianos no son antikeynesianos hasta el fin; el doctrinarismo es para los incautos que se lo quieran tragar; estos antikeynesianos lo que son es keynesianos perversos, que mantienen intacto el aparato conceptual de Keynes, sólo que para ponerlo al servicio de fines inconfesables. La otra, reconozco mi error anterior, es que Cameron no es, en efecto, tan tonto como parecía: fue número uno de su promoción de Economía en Oxford.

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