jueves. 25.04.2024

El mentiroso y el gato

Siempre tiene uno la tentación de creer que cuando uno gobierna con un programa radicalmente distinto al que difundió en campaña electoral, o incluso al que agitó desde la oposición, es debido a la dimensión, nunca imaginada, de una crisis que empezó siendo ajena y acabó quebrando nuestra economía.

Siempre tiene uno la tentación de creer que cuando uno gobierna con un programa radicalmente distinto al que difundió en campaña electoral, o incluso al que agitó desde la oposición, es debido a la dimensión, nunca imaginada, de una crisis que empezó siendo ajena y acabó quebrando nuestra economía. Es un mal de la política y de toda actividad colectiva, cargar sobre las espaldas del adversario la responsabilidad del desastre. Un cálculo suicida, si tenemos en cuenta que, en ocasiones, la cruda realidad te obligará a enfrentarte a todos los males que negabas tan solo unas semanas atrás. El ejemplo español es tristemente paradigmático: el PP creyó que valía todo para acelerar el deterioro del PSOE y precipitar la convocatoria electoral que le condujera al gobierno del país. Ya en el gobierno, uno duda de estar ante mentirosos compulsivos y conscientes de lo que hacen o ante gestores de pacotilla, en apariencia solventes, pero incapaces de tomar una medida que no haya supervisado Merkel y las instituciones financieras. Lo cierto, como ya sabemos, es que “la gran diferencia entre un gato y un mentiroso es que el gato tiene apenas nueve vidas”.

Porque efectivamente, han bastado tan solo unos meses para comprobar que estamos ante una combinación perversa de las dos hipótesis anteriores: la derecha que nos gobierna, además de mentir con inusitada facilidad, y de exhibir una patética sumisión al poder del dinero, tan bien representado por Merkel, se ha puesto manos a la obra para eliminar las conquistas sociales y servirse de la crisis –realmente existente- a fin de construir un descarnado proyecto de involución democrática, cuyo principal rostro es el que deriva de transferir ingentes recursos públicos a la iniciativa privada  y a las rentas más altas de la sociedad española. La consecuencia más dramática de esta conducta y del proyecto que la acompaña salta a la vista: 1,7 millones de hogares que ya no tienen a ninguno de sus miembros activos con empleo, justo cuando la red de protección social que podría aliviar su drama está siendo saqueada por el Gobierno de Mariano Rajoy.

Esperando alguna verdad

Nadie debe convencerme de la delicada situación por la que atraviesa la economía española. Años antes de que Zapatero negara tres veces el impacto de la crisis,  participaba del análisis de CCOO que alertaba, en plena bonanza, de un modelo de crecimiento con pies de barro. En más de una ocasión leí informes del Gabinete Económico que advirtieron con terquedad que la crisis de la economía financiera y especulativa, con origen en Estados Unidos, acabaría contagiando la economía productiva, y destruyendo todo el empleo y más que, de forma precaria, se creó en  la España de la burbuja inmobiliaria. Entonces, los medios de comunicación, cómplices de la política de escaparate, participaron de la subasta bipartidista y rara vez se detenían en lo que se nos venía encima. Preferían, según su alineamiento ideológico, valorar las políticas del Gobierno –aun  con poso crítico- o censurarlas. ¿Qué importaba lo que podría ocurrir en unos meses, si ahora de neutralizar al otro se trataba?

Cuando el modelo de crecimiento sostenido en la etapa de bonanza se derrumba con la crisis y afecta a la cohesión social; o cuando la intensa destrucción de empleo pone de manifiesto los desequilibrios en la distribución de la renta que impactan en mayor medida sobre los colectivos más vulnerables, los propagandistas de turno peleaban por reivindicar la ortodoxia de Bruselas o los parabienes de Merkel, Sarkozy y los mercados. Así, socialistas y conservadores, abrazaron la patria del liberalismo, unos para justificar el giro radical que emprendieron en su política económica; otros para acusar a los primeros de la mala gestión de la misma. Ambos sin detenerse a considerar la única oferta de sentido común que había sobre el tablero: la propuesta por el movimiento sindical para que los poderes públicos, las fuerzas políticas y las organizaciones sindicales y empresariales negociaran un Pacto para la reactivación económica, el empleo y la cohesión social como mejor antídoto frente a la crisis.

El actual Gobierno ya no sabe que hacer. Ni siquiera sabe que cosas de las que hace tienen que ver con su programa electoral. Lo importante es resistir, aunque sea a costa de sacrificar el modelo de convivencia que surgió en la transición. Quieren acabar con todo. Pero deben al menos intentar, en esta huída hacia el abismo, aplicar aquella máxima del escritor francés Jules Renard: “De vez en cuando di la verdad para que te crean cuando mientes”.

 


El mentiroso y el gato
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