sábado. 20.04.2024

El legado de Tony Judt

“La razón por la que necesitamos a los intelectuales, así como a cuantos más periodistas de valía podamos, es llenar el espacio que va creciendo entre las dos partes: los gobernantes y los gobernados”. Tony Judt Termina el año y es tiempo de balance, de ordenar las ideas, de reflexionar sobre nuestra existencia, sobre los logros alcanzados y sobre las expectativas vitales por obtener.

La razón por la que necesitamos a los intelectuales, así como a cuantos más periodistas de valía podamos, es llenar el espacio que va creciendo entre las dos partes: los gobernantes y los gobernados”. Tony Judt

Termina el año y es tiempo de balance, de ordenar las ideas, de reflexionar sobre nuestra existencia, sobre los logros alcanzados y sobre las expectativas vitales por obtener. Tony Judt, es tal vez, una de las mejores herramientas que alguien preocupado por su tiempo puede encontrar a su alcance para buscar un sentido y un significado a su acontecer y también a su proyecto de vida. El legado de Tony Judt, elegido por Babelia junto a Timothy Snyder, como el mejor ensayista de este 2012, con su libro póstumo Pensar el siglo XX, ofrece una oportunidad inmensa para adentrarnos en nuestro tiempo, el pasado y el que estamos proyectando.

Tony Judt fue un historiador de origen judío, que vivió en Europa y finalmente pasó sus últimos años de vida en Estados Unidos, donde fue profesor exitoso en la Universidad de Nueva York hasta que una enfermedad incurable lo llevara a su muerte en el pasado año 2010. Tony Judt ya sabía en 2008 que el mal de Gehrig iba a acabar con él. Sin embargo, en lugar de rendirse a la enfermedad, se refugió en las reservas inimaginables de su fuerza mental para llevar a cabo una serie de proyectos. Durante las insoportables noches de parálisis total, concibió y memorizó capítulos de una autobiografía El refugio de la memoria. A través del prisma de su propia vida y de la familia, estaba proyectando una historia cultural e intelectual del siglo XX. Como no podía escribir, aceptó la sugerencia de Snyder, un talentoso y joven historiador americano especializado en Europa del Este, para ir sacando adelante los episodios por medio de una larga conversación. Así nació Pensar el siglo XX.

Defensor incansable y apasionado de la socialdemocracia intentó dejarnos un legado, especialmente a nosotros los jóvenes, para reflexionar acerca de la necesidad de ser críticos con nuestros gobernantes y defender la idea de la disconformidad como eje principal de la vida social. Tony Judt estaba convencido de que “Algo va mal” y en sus reflexiones reafirma el carácter destructivo de la cultura que admira de forma acrítica la obtención de riqueza, asegurando que esta es "la causa más grande y más universal de corrupción de nuestros sentimientos morales". Su libro es un alegato apasionado a favor de lo público, del bienestar colectivo que se ha visto asediado desde hace décadas por el individualismo mercantilista y el egoísmo que solo ha traído a nuestras sociedades más desigualdad, menos oportunidades y más pobreza.

Criado en el este de Europa, Judt también lega una colosal obra sobre la historia de los europeos tras 1945. Postguerra es una síntesis extraordinaria sobre la construcción de lo que denomina como “forma de vida”. Esa Europa forjada sobre la fe keynesiana en la inversión pública, en el Estado como eje transformador y regulador de las relaciones sociales, ha constituido para el historiador británico un legado que habrá que preservar. El principal: entender la política como proceso: El tema fundamental del libro, además de los análisis del periodo, es la constatación de la extinción de los 'grandes relatos' de la historia europea: la narrativa de la cristiandad, la narrativa de la grandeza nacional, y la narrativa del materialismo dialéctico. Notables son también las reflexiones de Judt sobre los intelectuales, en Pasado imperfecto y Sobre el olvidado siglo XX. En este último libro, también lo hace en menor medida en Pensar el siglo XX, nos alerta sobre la aceleración del tiempo informacional que ha cambiado la recepción de la historia.

Tal vez, la cualidad más importante de Tony Judt, sea, como ha puesto de manifiesto José Carlos Mainer, su narración precisa que comenta el detalle fundamental del hecho político o social que sintetiza. Por ejemplo, Judt es capaz de explicar algo tan complejo como la generación que, viniendo del franquismo hizo la transición y se reconvirtió a la democracia, como jóvenes profesionales (generalmente abogados) católicos educados en una cultura del diálogo y la transacción.

Eric Hobsbawm, poco antes de morir escribió una reseña que me parece sumamente interesante. “Éramos amigos, aunque no íntimos, y aunque ambos fuimos historiadores políticamente comprometidos y ambos preferimos vestir la ropa informal de los historiadores en lugar del uniforme del regimiento, marchamos a diferentes ritmos. No obstante, nuestros intereses intelectuales tenían algo en común. Ambos sabíamos que el siglo XX solo podía ser completamente entendido por aquellos que se convirtieron en historiadores precisamente porque lo vivieron y porque compartieron la pasión básica: a saber, la creencia de que la política era la clave de nuestras verdades y nuestros mitos. A pesar de nuestras diferencias, tanto el Marxism and the French Left de Tony como mi más reciente Cómo cambiar el mundo están dedicados a la memoria del mismo pensador independiente, el fallecido George Lichtheim. Nos llevábamos bien en términos personales -claro que Tony le caía bien a todo el mundo y era generoso. Tenía buena opinión de mi trabajo y lo dijo en su último libro”.

Me resulta enormemente interesante el estilo que Hobsbawm observa en Judt: el del inquisidor, el abogado que trata de ganar un caso. Pero lo que más aprecio de Judt, es lo que escribe Mainer en EL PAÍS: ese detalle de sintetizador de lo esencial está en todas sus obras, pero especialmente en Postwar que le da un gran vigor. Sin embargo, la obra de Hobsbawm es insustituible e imperecedera no solo porque también tiene precisión narrativa, sino porque es capaz de plantear hipótesis y establecer explicaciones a través no solo de la erudición, sino de su fantástica capacidad de observador de la realidad. En eso Hobsbawm es único y se nota en cualquier libro, hasta en el último: Cómo cambiar el mundo.

Tony Judt, un sionista apasionado, vivió apasionadamente la caída del muro de Berlín y el momento socialdemócrata de la Europa de los años 60 y 70. A su juicio hay tres elementos fundamentales que constituyen la base de un sistema de dominación que encuentra en la indiferencia la clave de su éxito: la inseguridad, el miedo, y la desconfianza. Ante esta situación de grave trascendencia social Judt se pregunta y nos obliga a preguntarnos ¿por qué es tan difícil encontrar una alternativa?

Resulta inevitable confesarlo, la peor de las sensaciones es el miedo: la seguridad que caracterizó a Europa en las décadas anteriores se ha convertido actualmente en un inmenso pánico. En cualquier caso, estaríamos ante un escenario tan inquietante como propicio para reformular el debate sobre la naturaleza del bien público que tanto ha reclamado Judt. En su testamento, incluso afirmó: «Yo creo que para convencer a la gente de la necesidad de que el Estado proporcione algo, se necesita una crisis: una crisis provocada por la ausencia de provisión. La gente en general nunca asumirá que un servicio del que sólo tiene una necesidad ocasional debiera hacerse disponible permanentemente. Sólo cuando experimentan la incomodidad de no tenerlo disponible para ellos puede argumentarse a favor de una provisión universal». “Las repúblicas y las democracias sólo existen en virtud del compromiso de los ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos. Sí los ciudadanos activos y preocupados renuncian a la política, están abandonando su sociedad a sus funcionarios más mediocres y venales.” Y ello valorando y respetando lo público frente a la actual opulencia de lo privado.

“Si no respetamos los bienes comunes, si permitimos o fomentamos la privatización del espacio, de los recursos y los servicios públicos, si apoyamos con entusiasmo la tendencia de la joven generación a ocuparse exclusivamente de sus propias necesidades: no debería sorprendernos una disminución constante de la participación cívica en la toma de decisiones públicas”.

Este brillante profesor aseguró que la disconformidad y la disidencia son fundamentalmente obra de los jóvenes y cita ejemplos en la historia del protagonismo de las jóvenes generaciones envueltas en épocas revolucionarias. Resaltó que los jóvenes son capaces de afrontar, exigir, protestar y reclamar, antes que resignarse. Pero también nos alerta del peligro de que los jóvenes, ante la degradación de la política, se desanimen y se desentiendan de ella. Tal vez, la llamada a la crítica encuentra en Judt un origen en sus raíces. Al fin y al cabo, ¿quién era Tony Judt? Pues un gran intelectual y un socialdemócrata anti-dogmático. Como señala Peter Kellner: un manojo de contradicciones: un idealista que criticaba con libertad a los que compartían sus ideales; un judío, inmensamente orgulloso de su herencia, que llegó a ser odiado por muchos sionistas; y un socialdemócrata europeo que prefería vivir en los Estados Unidos.

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