sábado. 20.04.2024

El juramento del lehendakari Urkullu

¡Qué más dará que los políticos juren, prometan o comprometan sus cargos y sus carteras ante la Biblia de Jerusalén en verso alejandrino o ante la novela El hombre que fue jueves, de G. K.

¡Qué más dará que los políticos juren, prometan o comprometan sus cargos y sus carteras ante la Biblia de Jerusalén en verso alejandrino o ante la novela El hombre que fue jueves, de G. K. Chesterton, o el Catecismo del padre Astete!

¿Acaso significa algo distinto, con sustancia y alcance pragmático moral si se hace ante, cabe, sobre, tras, delante, detrás de la Constitución de Cádiz, la ley Paccionada, “el estatuto de Gernika o el Fuero Viejo de Bizkaia”?

Lo mismo podría decirse de la postura física adoptada. ¿Qué plus de autenticidad añade al acto si se hace de pie, de rodillas, tendido prono, supino o metido en una cama al estilo Groucho Marx, o hacerlo “en pie, sobre la tierra vasca y bajo el roble de Gernika, con el recuerdo a nuestros antepasados y ante los representantes del pueblo”?

¿Qué aporta, en realidad, la actitud fría y formalista que supone “jurar” “a lo Urkullu”, es decir, mandando a Ochandiano la fórmula redactada por Juan Ajuriaguerra, “ante Dios humillado” y sustituirla por “humildemente ante Dios y la sociedad”, rechazando la presencia, no sólo de ese crucifijo de 71 centímetros de alto y 30 de envergadura, pieza histórica donde las haya, y despreciando la primera Biblia traducida al euskera, de la mano del escritor Jean Pierre Duvoisin?

Más desprecio a las reliquias sacrosantas del vasquismo secular no se había visto nunca por uno de su camada. Y ya puestos, podía haberlo hecho bajo una higuera o un manzano, tan dignos y tan insignes como un roble.

Menos mal que, en cuanto empiecen las discusiones en el Parlamento, nadie se acordará de si Urkullu juró ante el Apocalipsis de san Juan, el estatuto de Gernika, y, menos aún, si lo hizo a ritmo de jazz, de zambomba o de corno inglés.

Que se sepa, la actual crisis nadie la explica buscando una conexión, aunque sólo fuera tenue y sutil, con el hecho de que Zapatero juró o prometió su cargo ante la Constitución y ante un Crucifijo así de grande.

Es más, en los casos de corrupción que durante estos años estamos padeciendo, ningún analista, aun siendo agnóstico o ateo, ha recordado que ciertos políticos corruptos juraron sus cargos ante la Biblia y ante la mirada nada complaciente de un Nazareno estreñido. Tampoco he detectado a ningún meapilas transcendental, tipo Juan Manuel de Prada, viendo en las corrupciones de ciertos políticos de izquierdas una relación de causalidad con el hecho de no jurar sus cargos ante el Cristo de los Humillados, sino ante una Constitución aconfesional. Pues si, como aconsejaba Locke, no había que fiarse de los ateos a la hora de firmar un documento contractual bajo el imperativo del nombre de Dios, lo mismo cabría imaginar del político laico y agnóstico, que no sé si es el caso de Urkullu.

Si lo es, habrá que recordar que ser laico no es incompatible con ser creyente, de misa y comunión, si no diaria, sí cuaresmática y pascual. Y si lo es, habrá que esperar, entonces, qué hace como lehendakari a favor de ese laicismo, que, de momento, por no serlo, no es ni constitucional. Porque una cosa es afirmar de forma protocolaria el propio laicismo, y muy otra luchar día a día contra la invasión permanente de esas termitas de la vida civil, que llamamos obispos. 

La verdad es que a estas alturas de la vida uno desconfía de todos estos actos protocolarios, que, a decir verdad, no dicen ni prometen nada. Lo único que demuestran es que el ser humano es fetichista por naturaleza e hipócrita por vocación. Luego se dirá que los supersticiosos son los habitantes de no sé qué isla del Pacífico, que cuando nombran al jefe del agua de su territorio lo hacen ante la mirada vigilante de una calabaza vacía. Calabaza vacía o Estatuto de Gernika, ¡qué más da!, si ambos fetiches –mutatis mutandis-, cumplen la misma función mítica

Si no fuera por los trajes – recuérdese que los romanos en estas circunstancias iban vestidos de blanco, “a quienes por esto llamaban candidatos” (de cándido), según cuenta Tácito.-, y por los pelos pringados de gomina, podría decirse que nos encontramos en plena zambra medieval.

El Dios de España siempre estuvo más cerca del PP que del PSOE, e incluso que del PNV, que es mucho decir.

Que no aparezca Dios en los actos protocolarios de la política no supone ningún avance importante, si, a continuación, quienes los protagonizan no toman otras decisiones laicas en la vida social e institucional del país. La mayoría de los políticos, incluidos los socialistas, se han cagado de miedo ante los obispos. Y siguen padeciendo idéntica diarrea estructural ideológica. Temen a la Iglesia como al Diablo.

No extrañará, por tanto, que con estos políticos, a pesar de su laicismo de boquilla, la aconfesionalidad, que establece la constitución, sigue más virgen que santa Roca.

El juramento del lehendakari Urkullu