jueves. 28.03.2024

El imperio contraataca de nuevo

En la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, hace exactamente cuarenta años, los tanques de la entonces Unión Soviética y unos cuantos de sus aliados del Pacto de Varsovia ahogaban en sangre lo que había sido la “primavera de Praga”, una serie de tímidas reformas propiciadas por el PC de la entonces Checoslovaquia �comprometida, como el resto de los satélites soviéticos, en la guerra fría- pero conseguidas gracias a la contestación y la
En la noche del 20 al 21 de agosto de 1968, hace exactamente cuarenta años, los tanques de la entonces Unión Soviética y unos cuantos de sus aliados del Pacto de Varsovia ahogaban en sangre lo que había sido la “primavera de Praga”, una serie de tímidas reformas propiciadas por el PC de la entonces Checoslovaquia �comprometida, como el resto de los satélites soviéticos, en la guerra fría- pero conseguidas gracias a la contestación y la protesta de una buena parte de la población con sus mejores intelectuales al frente.

Aquel aplastamiento dejó un mártir para la historia: el estudiante Jan Palach, que se inmoló prendiéndose fuego en un personalísimo intento de terminar con la indiferencia generalizada ante lo que allí estaba ocurriendo.

En aquel agosto de 1968 occidente había vivido algunos de sus mejores momentos en los acontecimientos de mayo, pero tenía puesta la vista en la guerra de Vietnam. La reacción ante los hechos de Praga no pasó de una serie de protestas simbólicas, y la Unión Soviética se instaló en una ocupación que después se prolongaría durante más de veinte años.

Ahora, mientras los ojos del mundo entero estaban orientados a los Juegos Olímpicos y, si acaso, alguna protesta por las continuas violaciones de los derechos humanos en la China postcomunista/neocapitalista, los tanques rusos se han estado paseando, y permanecen estacionados, en el suelo de Georgia, y han conseguido expulsar al ejército georgiano de Osetia del Sur y Abjazia.

La historia se repite. El ejército ruso ya no es lo que fue la armada soviética, pero tampoco Georgia es Checoslovaquia. Sin embargo, no hay que ser un genio para encontrar los paralelismos entre ambos sucesos. Georgia, en pleno siglo XXI, lo mismo que Checoslovaquia a mediados del siglo XX, ha pensado que podía escapar a la zarpa rusa; ha caído en la tentación del espejismo de occidente y ha soñado con poder integrarse en sus instituciones: la UE, la OTAN, forman parte de los proyectos de sus dirigentes y -¿por qué no?- de su población.

Pero Georgia forma parte, todavía, en la Comunidad de Estados Independientes impulsada y dirigida por la “gran madre Rusia”, que de ninguna manera parece dispuesta a ceder un ápice en su matriarcado. Ha bastado un despliegue de tropas georgianas en la secesionista Osetia del Sur para que los carros armados rusos se hayan lanzado a una serie de operaciones brutales. Hemos visto a la población herida, muerta incluso, huyendo con lo puesto a pie o en carros destartalados. Les hemos visto delante de sus casas arrasadas, pidiendo justicia y exigiendo un alto el fuego. Y les estamos viendo, resignados, volver al solar donde estuvieron sus hogares y llorar de impotencia al hacer el recuento de los desaparecidos. Como en Checolovaquia hace 40 años. El imperialismo ruso cabalga de nuevo.

El imperio contraataca de nuevo
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