jueves. 25.04.2024

El guardián del caserío (II)

NUEVATRIBUNA.ES - 13.3.2009Fracasado el intento del PNV de formar gobierno, le toca al PSE el turno de intentarlo, sin que este derecho surgido de las urnas y del sistema electoral haya reducido en los jeltzales el intento de quitarle legitimidad. En la Comunidad Autónoma Vasca, como en el resto de España, los ciudadanos no eligen directamente al presidente del gobierno.
NUEVATRIBUNA.ES - 13.3.2009

Fracasado el intento del PNV de formar gobierno, le toca al PSE el turno de intentarlo, sin que este derecho surgido de las urnas y del sistema electoral haya reducido en los jeltzales el intento de quitarle legitimidad.

En la Comunidad Autónoma Vasca, como en el resto de España, los ciudadanos no eligen directamente al presidente del gobierno. El sistema es indirecto: los diputados nacionales y autonómicos y, en el ámbito local, los concejales, una vez elegidos directamente por los votantes eligen al presidente, y en el caso de los ayuntamientos, los concejales eligen al alcalde. En todos los casos se estima (la ley no lo prescribe) que el primer nombre de la lista de candidatos más votada será el presidente del gobierno central, autonómico o municipal, pero si la lista no alcanza el quórum necesario para formar gobierno y designar al presidente, entonces el gobierno lo forma quien puede agrupar la mayoría suficiente. Y tan legítimo es un gobierno salido de la mayoría obtenida por un solo partido como el que resulta de un acuerdo entre varios. La legitimidad está en el respeto a la norma. Es legítimo el gobierno surgido de la norma. Y la norma en este caso no se ha vulnerado. Esta es una de las formas de la legitimidad habitual, racional o legal, según la terminología de Weber, en los sistemas democráticos modernos. Lo que ocurre es que en el País Vasco han venido actuando dos ingredientes premodernos -la tradición y el carisma- que han atribuido a la norma un plus de legitimidad. Tanto es así, que se han superpuesto a la norma de tal modo que la norma sólo es legítima si se subordina a estos componentes. La norma sólo es válida si asume los elementos de tradición y carisma representados por los nacionalistas; si no es así, aparece un choque entre la legitimidad de la norma democrática y la otorgada por la tradición y el carisma, que no lo es.

El carisma no reside en los rasgos del candidato a presidente, Ibarretxe tiene poco atractivo personal, sino en el partido, que es el que mantiene la pureza de los mitos y conserva las tradiciones históricas, que en el ambiguo y exagerado discurso de los nacionalistas aparecen como milenarias.

El carisma expresa lo natural, lo étnico, lo cultural y espontáneo, que son anteriores a lo artificial (la política y el Estado), de modo que el sistema político sólo es legítimo si se somete al carisma y a la tradición, que expresan lo natural y permanente del pueblo vasco, frente a lo mudable que es la política, un producto de las convenciones. Estos rasgos están representados exclusivamente por los partidos nacionalistas, que aunque sean violentos gozan de más legitimidad que los que no lo son, porque representan las esencias de lo vasco. El nacionalismo es así una legitimidad auto atribuida con la perversa intención de gobernar en exclusiva; algo así como un traje a medida, confeccionado por quien dicta la moda.

Eso explica el tono plebiscitario que han tenido hasta ahora las campañas electorales de Ibarretxe, en las cuales no se dirimía un cambio de gobierno más que en apariencia, sino que el verdadero objeto era brindar al pueblo vasco la oportunidad de ratificar la deriva soberanista y el frente nacionalista con que ha gobernado el PNV. El lendakari actuaba no sólo como el jefe de un gobierno democrático sino como un hombre excepcional en un partido con una misión providencial: era el profeta que debía conducir al pueblo vasco a construir el país prometido por Arana a todos los vascos y las vascas, naturalmente nacionalistas.

Pero lo que ha sucedido es que el resultado de las elecciones no ha mostrado la inequívoca voluntad del idealizado pueblo vasco, sino la terca diversidad de la sociedad vasca real, y sin que haya desaparecido el sentimiento nacionalista, se abre por primera vez en muchos años la posibilidad de que el Gobierno de la Comunidad Autónoma no responda exclusivamente a la motivación nacionalista. Los nacionalistas aseguran que será antinacionalista, o españolista, pero eso, de momento, está por ver. El nuevo gobierno, sea cual sea, debe tener muy presente que la sociedad es muy compleja, que no puede gobernar contra los ciudadanos nacionalistas, pero tampoco dejar en el desamparo a los que no lo son, que es lo que ha ocurrido hasta ahora.

José M. Roca es escritor

El guardián del caserío (II)
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