viernes. 29.03.2024

El fin del “fin de la historia

NUEVATRIBUNA.ES - 20.5.2009El año 2008 pasará a los anales de la historia como el año en que asistimos a la mutación del llamado “nuevo orden mundial”. Aquel que había resultado de la superación de la Guerra Fría y que los movimientos neoconservadores se aprestaron a bautizar con pasión y vehemencia como “El fin de la historia”.
NUEVATRIBUNA.ES - 20.5.2009

El año 2008 pasará a los anales de la historia como el año en que asistimos a la mutación del llamado “nuevo orden mundial”. Aquel que había resultado de la superación de la Guerra Fría y que los movimientos neoconservadores se aprestaron a bautizar con pasión y vehemencia como “El fin de la historia”. Esta teoría neoconservadora con su profeta particular, el profesor americano Francis Fukuyama, defendía la irrefutabilidad de una nueva era donde el capitalismo y el libre mercado eran los grandes triunfadores tanto de la batalla de la ideas como en el de los hechos. Los defensores del Fin de la historia concluyeron que asistíamos a la victoria de la política y de la economía neoliberal sobre las ideologías utópicas del siglo XX. Ya nada volvería a ser igual. Era el triunfo total del “pensamiento único” acompañado por una potente estrategia de márketing político diseñado y financiado de forma destacada por el proyecto Nuevo Siglo Americano, un think thank formado por personalidades como Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Jeb Bush, Richard Perle, Richard Armitage, Dick Cheney o Lewis Libby. Un movimiento secundado por potentes intereses económicos y financieros que tomaría años después las riendas de la Administración americana bajo la presidencia de George Bush.

Su credo era aparentemente simple y comprensible. No había sitio ya para ideologías alternativas al capitalismo. De hecho ya no eran necesarias, porque la historia del hombre se explicaría en función de la única vía posible, el libre mercado. Un mercado sin controles ni regulaciones de ningún tipo, con capacidad para autoregularse y asignar eficientemente los recursos. Las teorías del “Fin de la historia” parecían anunciar así el fin político de las décadas que marcaron la historia política, económica y social del siglo XX. El historiador Erick Hobsbawn, en su libro “Historia del Siglo XX,1914-1991”, los definió como los actos finales de la historia política del siglo pasado, acuñando además la expresión que muchos hemos utilizado en numerosos textos como “el siglo XX corto”. Con la caída del bloque soviético acababa el orden mundial que “había cobrado forma bajo el impacto de la revolución rusa de 1917”. Se abría paso una nueva era donde la globalización liderada por la política, la economía y la tecnología occidental, y reflejada en el hiper-liderazgo de los EE.UU, aparecían como los triunfadores absolutos de la historia moderna dando paso a un nuevo orden internacional.

Pero los acontecimientos del año 2008, y muy en particular la crisis financiera internacional, ha desintegrado de un plumazo el paradigma neoliberal post-capitalista que parecía ya inmutable. El año 2008 será recordado como el año que certificó “el fin del fin de la historia” y el de su “pensamiento único”. Diversos acontecimientos han hecho saltar por los aires el sistema capitalista neoliberal y ha hecho temblar los cimientos del sistema económico mundial. Así como Hobsbawn proclamó que el siglo XX comenzó políticamente en el año 1917, bien podríamos decir que el año 2008 ha dado paso definitivamente al siglo XXI, culminando una larga transición entre el siglo XX y el siglo XXI desde ya aquel lejano año 2001, el año en el que muchos creímos identificar el cambio de siglo con los terribles atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 a las Torres Gemelas y el Pentágono.

Es probablemente el año 2008 el que se caracteriza por constituir un verdadero “cambio de paradigma” y por tanto de cambio de era en casi todos los ámbitos del mundo globalizado. Un cambio reflejado en la primera gran crisis de la globalización. Se inició con la crisis del alza del precio del petróleo, de las materias primas y de los alimentos. Las llamadas “commodities” aumentaron de precio debido al juego de la especulación de algunos operadores amparados en la falta de transparencia de los mercados, golpeando a las economías de todos los países y a millones de familias y personas de todos los continentes con rentas bajas haciendo más miserable si cabe su ya precaria situación alimentaria.

Ésta coincidiría con una nueva crisis institucional europea ante el “no” irlandés en el referéndum de ratificación del Tratado de Lisboa. Un nuevo traspiés que sumió en la depresión política y la incertidumbre a la Europa comunitaria, abriendo un impasse del que no se dislumbra una salida a corto plazo. Apenas recuperados del shock, y cuando la Presidencia francesa de la UE con el hiperactivo Sarkozy se disponía a concentrar sus esfuerzos en la hoja de ruta que debía encarrilar una solución a una nueva crisis institucional europea, la crisis geo-política derivada de la breve guerra entre Rusia y Georgia de agosto, nos devolvió a escenarios felizmente superados del siglo XX. Emergía entre Rusia y Occidente una especie de “paz fría” aderezada con la discusión del ingreso de Georgia y Ucrania como países miembros de la OTAN como trasfondo. Todo ello al tiempo que China asombraba al mundo con su capacidad organizadora de unos cuasi perfectos Juegos Olímpicos no exentos de polémica por la falta de libertades en el gigante asiático.

En definitiva, el verano de 2008 ha puesto sobre la mesa de forma ya visible, la emergencia de un mundo multipolar con la emergencia de potencias que nos interpela a construir una nueva gobernabilidad global alejada de las componendas y acuerdos únicamente entre europeos y norteamericanos.

Pero este intenso año 2008 nos tenía reservado la madre de todas las sorpresas. El 15 de septiembre, el mundo se sacudió ante la quiebra de Lehman & Brothers y padeció un “tsunami financiero” posterior que fue contaminando a la velocidad de la luz el complejo y sofisticado mundo de las finanzas internacionales. Primero en los EE.UU, con un reguero de intervenciones públicas de urgencia,AIG, Merrill Linch, Goldman&Sachs, Washintong Mutual..., para saltar luego al corazón de Europa obligando a gobiernos de sistemas tan liberales como el británico a nacionalizar parcialmente su banca, o a los gobiernos belga y holandés a salir al rescate de gigantes financieros Fortis o Dexia. Asistíamos atónitos a toda una “tormenta perfecta” que dejaba numerosos cadáveres por el camino, como la bancarrota de Islandia, hasta unas semanas antes el país con los habitantes más felices del mundo.

La crisis ha ido contaminando a todos a modo de pandemia financiera. Tanto a las grandes potencias económicas EE.UU, Reino Unido, Francia o Alemania como a las potencias emergentes como Rusia, Brasil o México que debían intervenir en defensa de sus divisas, y evidentemente a pequeños países como Suiza, Hungría o Portugal. Una crisis financiera peor que la Gran Depresión de 1929 según los expertos, pero que había sido sin embargo percibida y anunciada ya un año antes debido a los problemas derivados de las ya famosas subprimes. En marzo de 2008 asistimos ya al primer gran acto de la tragedia financiera que se avecinaba con el rescate por parte de las autoridades estadounidenses de Bear Stearns -el quinto mayor banco de inversión-, y meses más tarde con el salvavidas multimillonario a los gigantes hipotecarios Freddie Mac y Fannie Mac a principios de septiembre.

Era el anuncio de un cataclismo que nadie supo o pudo atajar a tiempo, y que demuestra lo obsoleto de las instituciones de gobernanza política y control económico tanto a nivel regional (EE.UU o la UE) como a nivel mundial (Fondo Monetario Internacional o Banco Mundial). Una crisis demoledora que se traslada ineludiblemente a la economía real, sumiendo al mundo en una recesión de consecuencias imprevisibles.

El año 2008 ha sido además el año de grandes cambios en la hiper-potencia americana. Las elecciones en los EE.UU han abierto por sí solas la esperanza del cambio tras ocho años de neoconservadurismo militante. Tanto los estadounidenses como la mayoría de gobiernos y ciudadanos del mundo, quieren pasar página lo antes posible de la era Bush. Un Presidente que con sus las limitaciones innatas y sus errores, han hecho del mundo un lugar menos seguro e inestable. La victoria de Barak Obama ha destapado todo un caudal de nuevas esperanzas y de un cambio en la orientación de la política interior y exterior de la administración americana que ponga fin a la llamada revolución conservadora. Un cambio de las políticas basadas en la des-regulación económica y financiera, el unilateralismo, la militarización, por otra que se oriente a la cultura de la cooperación y el liderazgo compartido, la apuesta por el multilateralismo -que aunque liderado igualmente por los EE.UU- trabaje activamente por construir una nueva gobernanza mundial capaz de afrontar los retos políticos, económicos, sociales y medioambientales del presente y del futuro.

Así pues el siglo XXI ha irrumpido de forma brutal en nuestras vidas en forma de crisis institucional, crisis geo-política, crisis financiera y finalmente como crisis económica y crisis social. Una crisis de gran magnitud y en muy poco tiempo que apenas ha podido ser comprendida y digerida, y a la que solo se ha podido responder por parte de las autoridades políticas y económicas con decisiones drásticas para intentar minimizar sus consecuencias. El reto es ahora diseñar todo un abanico de iniciativas políticas, económicas, financieras y sociales que permitan un cambio de tendencia. La urgencia es ahora recuperar la confianza y construir nuevas alianzas y acuerdos globales para volver a la senda del crecimiento a través de la coordinación y la solidaridad mutua.

Y para ello necesitamos una nueva creatividad política y financiera capaz de generar nuevas políticas, nuevos instrumentos, nuevos actores globales y nuevas instituciones. Una “refundación del capitalismo” se dice, pero en realidad estamos hablando de la necesidad de una nueva agenda reformista -ambiciosa pero posible- que apueste por la economía real sobre la especulación financiera, que prime los intereses de las personas y de las empresas antes que la de los oscuros operadores de los circuitos financieros y los multimillonarios beneficios de los altos directivos. Necesitamos en definitiva volver a la apuesta por la economía de mercado con “rostro humano”. Volver a la cultura del diálogo, la concertación y el pacto basado en los intereses mutuos y el interés general. Aquella cultura que hizo posible combinar crecimiento y bienestar social en Europa tras la II Guerra mundial entre las dos principales familias políticas del continente y combinar crecimiento económico sostenible y redistribución a través del estado del bienestar.

Y eso es hoy posible. Las diferentes crisis han mostrado el potencial de la UE como actor global. Fue precisamente la rápida intervención europea la que consiguió parar la guerra entre Rusia y Georgia sentando las bases para una salida dialogada y negociada al conflicto. Por otro lado, la respuesta europea a la crisis financiera ha constituido la verdadera hoja de ruta para estabilizar los mercados y generar un mínimo de confianza que atajara el desastre financiero al que estábamos abocados. El Gobierno americano modificó sustancialmente su estrategia para acabar con la crisis, adoptando medidas en la dirección de las de la UE. Porque más allá de la estéril discusión sobre los distintos formatos de reuniones (G-4, G-8, G-20…) -que son más una herencia del siglo pasado que de las necesidades y realidades del presente siglo-, fue precisamente la reunión de los Jefes de Estado y de Gobierno del Eurogrupo del 12 de octubre a propuesta del Presidente Zapatero, y ratificadas por el Consejo Europeo del los días 15 y 16 de octubre, la que ha sentado las bases de un cambio de tendencia y que ha servido para arrojar algo de luz y tranquilidad al caos de los mercados. Decisiones que no solucionaron el problema, pero que dieron un respiro para poder ganar tiempo y diseñar una estrategia conjunta a nivel global que permita a medio plazo volver a la senda del crecimiento a través de una nueva política global a partir de las orientaciones establecidas en la reunión del 15 de Noviembre en Washington.

La historia nos ha demostrado que de las grandes crisis surgen también grandes oportunidades de cambio y reforma para dar un impulso hacia adelante. Y es precisamente tras este “annus horribilis” el momento ideal para actuar decididamente en la construcción de una nueva gobernanza política, económica y medioambiental global que esté a la altura de la magnitud de los retos del siglo XXI. Para ello será necesario aprender de nuestros errores particulares y colectivos y ofrecer lo mejor de nosotros -con humildad y empeño- para sentar unas nuevas bases y generar un nuevo círculo virtuoso de crecimiento sostenible que aporte seguridad y confianza a las personas, empresas y pueblos del planeta. Pero para poder caminar por la senda de un nuevo ciclo de expansión económica habrá que generar una nueva revolución tecnológica. Una revolución que debe ir acompañada de una nueva cultura política, económica y social a través de la revolución verde. Las “green technologies” nos ofrecen nuevas oportunidades pero requieren de una decidida voluntad política y de masivas inversiones solo al alcance de una acción coordinada de gobiernos y empresas a escala europea y global.

Necesitamos pues respuestas inmediatas y globales. El reto es enorme pero inaplazable, y los gobiernos tienen ante sí un doble reto. Por un lado articular medidas de reactivación económica rápidas, sustanciales y sostenidas que devuelvan la confianza a los mercados y estabilicen a las entidades de crédito para permitir aumentar la liquidez disponible para familias y empresas, así como aumentar las inversiones públicas para generar un incipiente crecimiento y estimular así la creación de empleo. Por otro, hacer pedagogía mediante un discurso clarificador del porqué de ciertas medidas, explicando la necesidad de que el estado vuelva a ser el garante de la supervisión y el control del los excesos del mercado. Tras casi dos décadas de neoliberalismo militante, debemos volver “al máximo libre mercado posible con el suficiente Estado”, pues la presente crisis ha sido consecuencia del “capitalismo casino”, la desregulación y la falta de control de los operadores.

Finalmente ha llegado el siglo XXI. Lo que necesitamos ahora es un liderazgo colectivo capaz de diseñar en los próximos meses la nueva hoja de ruta que nos permita transitar por éste siglo de forma pacífica y serena. Hemos asistimos al fin del “fin de la historia” de forma abrupta. Aquel que parecía ya el relato definitivo para un mundo nuevo no ha llegado felizmente ni a la mayoría de edad. Construyamos pues ahora un nuevo relato, una nueva historia que abarque toda la complejidad de un mundo globalizado y en constante cambio. Un nuevo relato a favor del interés general global, con objetivos, valores e instrumentos compartidos. Y en ese reto la izquierda socialista y socialdemócrata debería estar a la cabeza generando un círculo virtuoso de ideas, proyectos y propuestas que sea capaz de aglutinar entorno a nosotros una nueva mayoría política y social que permita avanzar de forma efectiva en una agenda reformista innovadora, moderna y movilizadora. Para ello la idea de más Europa, de una Europa unida y coordinada es de nuevo una idea fascinante y necesaria. La Unión Europea ha sido y es una historia de éxito que ha sabido combinar crecimiento económico con cohesión y justicia social, las dos caras de la misma moneda. Un modelo que hay que poder exportar al nuevo mundo globalizado.

Las ya inmediatas elecciones al Parlamento Europeo de Junio de 2009 son la primera prueba de fuego. Sin una mayoría clara de las fuerzas progresistas será difícil poder liderar una nueva historia, un nuevo relato, nuevas acciones y nuevas políticas que permitan a la UE actuar como un verdadero actor global ofreciendo y desplegando un horizonte de seguridad y bienestar tanto a sus ciudadanos como al resto del mundo. Pero atención, la derecha empieza a incorporar ya en su discurso parte del vocabulario característico de la izquierda, maquillando su enorme responsabilidad en esta crisis. Debemos pues redoblar los esfuerzos explicando tanto las razones de la crisis como nuestras propuestas de futuro, desenmascarando el gran fraude al que nos ha sometido el neoliberalismo. Propuestas donde la gente sea lo primero y nuestra bandera sea el progreso y la innovación con seguridad personal y colectiva, la solidaridad y la igualdad de oportunidades.

La historia confronta a los socialistas y socialdemócratas a la necesidad de articular una respuesta nueva a los viejos y nuevos problemas. Una vez más la historia da la razón a Willy Brandt cuando acostumbraba a decir que lo más característico de los partidos socialistas es su capacidad de “hacer nuevos inicios”. Hemos asistimos al final del comunismo al final del siglo XX, y al del neoliberalismo al inicio del siglo XXI, y cuando el socialismo parecía estar en sus cuarteles de invierno, asistimos a un nuevo a la necesidad de un nuevo inicio para poder garantizar una respuesta y gestión coherente del mundo actual. ¿Aceptamos el reto?.

Pau Solanilla Franco es asesor en temas europeos. Ha sido Secretario General de los Jóvenes Socialistas Europeos.

El fin del “fin de la historia
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