viernes. 29.03.2024

El fascismo cotidiano

A diario asistimos con estupor e indignación al crecimiento de un rampante y posmoderno fascismo en Europa.

A diario asistimos con estupor e indignación al crecimiento de un rampante y posmoderno fascismo en Europa. Produce escalofríos de miedo (como cuando contemplamos las secuencias de horror de “El Resplandor” de Kubriks) advertir como la xenofobia, el ultranacionalismo y el supremacismo, étnico, religioso y cultural va capturando espacios en la sociedad civil y en el estado, en todos y cada uno de los países europeos. Parecía que Europa tras la devastación apocalíptica de la 2ª.Guerra Mundial había firmado un definitivo “Nunca Mais” al fascismo, pero lo cierto es que cada día recibimos noticias de que el monstruo renace -cual ave Fénix- de sus cenizas. Quien crea que se trata de una hipérbole no conoce la historia e ignora las sabias palabras de Marx: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez, como farsa.” Carlos Marx (En su libro “El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”).

Es cierto que la galería contemporánea de personajes estrafalarios que representan al criptofascismo versión 2.0 europea ( los Le Pen, Bossi, Soini, Wilders, Kjaersgaard, Orban, Thaçi o Kaczynski ) no son meros imitadores de los Mussolini, Hitler, Antonescu, Franco, Petain, Salazar, Horthy, Quisling y demás abyectos caudillos.

Pero es imposible no oler el tufo de los huevos de la serpiente fascista en esa Hungría que, en su nueva constitución, encomienda "a Dios la Corona de Hungría, el orgullo patrio, la cristiandad y la familia tradicional"; en esa Finlandia que unos tipos denominados Finlandeses Auténticos ( o de Base, como precisa algún experto en la lengua finesa) que pregonan que los finlandeses pagan las fiestas y el vino de los vagos meridionales y que los emigrantes son violadores “per se”; en la católica Radio María polaca y el gemelo Kaczynski, embarcados en la divulgación de una teoría de la conspiración más delirante aún que la del 11-M español para incitar el odio contra Rusia; o esos italianos habitantes de esa Ciudad Invisible (como las ciudades inventadas por Italo Calvino) llamada Padania por la protofascista Liga Norte que-entre bunga-bunga, velinas y cohechos -quisieran hundir las pateras atestadas con los nuevos “terrone” tunecinos y libios, además de liberarse de la “insoportable carga” de la solidaridad fiscal con el “mezzogiorno” poblado de gandules y de esa “Roma ladrona, la Lega no perdona”; qué decir de la propuesta, plena de “grandeur” republicana, del “petit” Napoleón que pretende penalizar a las 1900 mujeres musulmanas que usan el horrible burka en Francia, insulta a los jóvenes parados de la “banlieu” llamándoles “racaille” (escoria) y, ya de paso, prohibir el rezo en la vía pública (se supone que a los musulmanes), medida que, por otro lado, nos permite apreciar en España la libertad de que goza la Iglesia Católica cuyos feligreses rezan dónde y cómo les pluge, en la vía pública y dónde consideren conveniente; o ese el neanderladés, Wilders, capaz de proponer la prohibición del Corán, deportar a los “terroristas” callejeros marroquíes y de “raza” negra (incluidos los cristianos de raza negra, se supone); o esos otros suizos, tan amantes de la democracia directa, que mediante referendo (son tan demócratas que hasta 1971 no permitieron votar a las mujeres) votan la prohibición de los minaretes, quizás porque podrían perturbar las plácidas vistas de los megamillonarios que pacen en tan regio lugar arrellanados sobre sus negrísimos botines.

En España -tan europea como los que más- también podemos auscultar el latido de ese fascismo de nueva planta detrás de situaciones como la campaña contra el doctor Montes protagonizada por la radio de la Conferencia Episcopal y por el remunerado calumniador (dígase al menos cinco veces a título descriptivo) Miguel Ángel Rodríguez Bajón; o en esos ideólogos tipo Aznar que se pasan el santo día cobrando honorarios por ser el látigo universal del Islam antidemocrático y filoterrorista a la vez que hace gracietas sobre los valores de los progres, sindicalistas, comunistas, socialistas, ecologistas y demás gente de mal vivir a dúo con ese inefable personaje que es Mayor Oreja (al que, como se decía en un espectáculo del director teatral José Antonio Ortega: no hay que prestarle mayor oreja).

Hay quien sostiene que los brotes verdes del fascismo -sin negar su importancia- no son mas que patologías secundarias de la crisis económica y social que ha provocado la Gran Recesión pero que a, pesar de todo, el proyecto europeo se asienta en sólidos pilares democráticos y de convivencia pacífica. Bueno, vale, pero resulta muy poco consolador ese diagnóstico ya que, precisamente, fue crisis política/económica/social/ de la Gran Depresión de los años 30 la que estuvo en el origen del nazi/fascismo.

Resulta poco tranquilizador que, de nuevo, se repitan- ahora sí en forma de farsa- los mismos ingredientes en los que se fraguó el fascismo: una pavorosa crisis económica (paro, inflación y aumento de las desigualdades); el fantasma de una quinta columna que socava “nuestro modelo de vida” (el Islam y los inmigrantes, en vez de los comunistas y los judíos, aunque los gitanos repiten); un ultranacionalismo etnicista, fanatizado y ridículo (el norte contra el sur, los países -y regiones- ricas contra los pobres y haraganes); símbolos religiosos y folclóricos como fórmula de cohesión identitaria (que prevalecen sobre unos valores comunes de ciudadanía); sometimiento de las instituciones y los recursos del estado a los intereses de las grandes corporaciones (el viejo rollo de los oligarcas que en el mundo han sido del “too big to fail”, que quiere decir en “roman paladino” : cuando hay pérdidas en la empresa que las pague el maestro armero del erario público y cuando hay beneficios nos los trincamos nosotros que para eso son nuestros).

El director soviético Mikhail Romm filmó en 1948 “El Fascismo Cotidiano” la más inteligente y profunda reflexión sobre el horror genocida que había nacido en las entrañas de Europa y devastado medio mundo. El documental nos narra como la ascensión del fascismo en las sociedades europeas no tuvo un solo “Triunfal día D”, sino que su triunfo se labró en la conquista diaria, palmo a palmo, medida a medida, golpe a golpe, de la sociedad civil y del Estado durante años.

Gran parte de la civilizada Europa de entreguerras abrazó con suicida entusiasmo el saludo romano y los correaje paramilitares; una multicolor gama de camisas negras (Italia, Inglaterra, Finlandia), pardas (Alemania), azules (España, Portugal, Francia, Irlanda), verdes (Hungría, Rumania), vistieron a millones de personas; un inmenso aquelarre de cruces y símbolos medievales: esvásticas, malta, celtas, escandinavas, ortodoxas, calatravas, aspas, caravacas, latinas, santos griales, águilas, leones rampantes, yugos y flechas cubrió de trascendencia sobrenatural los crímenes que se perpetraban; las seudoteorías racistas hacían furor dado que proclamaban como verdad científica la supremacía del hombre blanco (no está claro si se incluía en esa categoría a la mujer blanca) como pretexto del rapaz colonialismo e imperialismo; una rabiosa identidad nacionalista nutrió la xenofobia genocida contra el vecino, el extraño y la otredad; la literatura, el pensamiento, el cine o cualquier expresión artística que no se alinease con el fascismo emergente acababa en la hoguera de las nuevas y viejas inquisiciones o en los calabozos de las mil gestapos.

Muchos de los actos de ese “crecendo”, tomados uno a uno, fueron considerados en sus época como ponzoñosos pero no letales para el modelo de convivencia imperante en la feliz Europa de ese tiempo (tan bien descrita por Stefan Zweig en “El Mundo de Ayer”). Quizás algunos solo vieron en cada uno de los acontecimientos de ese tiempo una acumulación de banalidades.

Hannah Arendt cuando asistió al proceso de Eichman en Jerusalén en 1948 escribió sobre la naturaleza banal del mal, es decir que los actos criminales, como los campos de exterminio, fueron ejecutados mediante técnicas organizativas meticulosas, rutinarias y con formas administrativas comunes llenas de albaranes y papeleo. El propio Eichman era un burócrata eficiente y gris muy lejos de ser un superhéroe del mal tipo Darth Váder o el Joker de Batman, es decir, ese supercriminal era un hombre banal, un hombre cualquiera. Esa reflexión de Hannah Arendt fue criticada en su tiempo por los que creían que para combatir el mal era más conveniente identificar a los asesinos como demonios deshumanizados en vez de asesinos de carne y hueso.

Hoy nos puede ser más útil el pensamiento de Arendt que el de aquellos que sólo ven el abominable rostro del fascismo con las anteojeras del pasado y sufren de miopía aguda ante los modernos y campechanos rostros de los nuevos “duces” y sus políticas de odio y división. Esos banales y modernos políticos que se abren paso como alternativa a la Gran Recesión ante el estupor y la impotencia de la izquierda europea.

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