sábado. 20.04.2024

El disputado voto de Joe el Fontanero

En vísperas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, los debates han situado en el ojo del huracán a Joe El Fontanero, un tipo de Toledo (Ohio), que le preguntó a Barack Obama por la rebaja fiscal y que luego se convirtió en la estrella indirecta de la refriega dialéctica entre el candidato demócrata y el republicano, John McCain.
En vísperas de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, los debates han situado en el ojo del huracán a Joe El Fontanero, un tipo de Toledo (Ohio), que le preguntó a Barack Obama por la rebaja fiscal y que luego se convirtió en la estrella indirecta de la refriega dialéctica entre el candidato demócrata y el republicano, John McCain.

En Estados Unidos, el voto más disputado es el suyo, el de Joe, que en realidad no se llama Joe sino Samuel J. Wurzelbacher, que se presentó como ciudadano independiente pero que está inscrito como votante republicano, que arrastra un lío con Hacienda y que además no puede ejercer la fontanería porque carece de licencia. El símbolo del votante medio estadounidense ha resultado un fraude, como la última derrota de los demócratas: en las últimas horas, McCain �extraño apellido para granjearse simpatías entre un electorado tan bíblico�intentaba ganarse los votos de los jubilados de Florida, ese Estado que en época del gobernador Jeb Bush dio la victoria a su hermano, tras un recuento propio de los tiempos españoles de Rodolfo Martín Villa.

La busca del elector perdido recuerda a la célebre novela “El disputado voto del señor Cayo”, que Miguel Delibes publicó en 1978, en plena transición democrática: a un pueblo perdido y semivacío del norte de Castilla, llegan unos jóvenes activistas para hacer campaña en las primeras elecciones generales del año anterior. Pero en el pueblo sólo residen dos vecinos y uno de ellos, el señor Cayo, se les presenta como un robinson rural y sabio, apegado a la tierra y perteneciente a una cultura que ya va dejando de existir, la de la tradición limpia del beatus ille frente al ruido de las ciudades.

En una entrevista publicada en “El País”, Delibes explicó a Francisco Umbral el trasfondo real de aquella obra suya: “�Tú conociste un poco los pueblos en que ocurre esta novela, la he escrito en un año, en Sedano, son pueblos de Castilla, León, Palencia, Burgos, lo que quieras, pueblos con dos vecinos, que encima no se hablan entre sí, o resulta que una es muda, se odian y se ahorcan los gatos mutuamente y se envenenan los perros, que aquí en España llevamos siglos hablando de la envidia nacional, y no es envidia, Paco, es odio �”. Ese odio será lo que, treinta años después de aquellas palabras de Delibes, sigue levantando sarpullidos entre un sector de la sociedad española cuando el juez Baltasar Garzón instruye un sumario contra la dictadura que no sólo fue franquista. Si hubiéramos superado ese odio y ese recelo, nadie tendría la más mínima objeción en que la justicia cerrase sin venganza las heridas todavía faltas de cicatriz de ese conflicto aparentemente eterno.


Los dos vecinos del pueblo de Delibes �que Antonio Giménez Rico llevaría al cine una década más tarde�guardan ahora una cierta relación con el remoto Joe El Fontanero y con sus paisanos de Ohio: unos y otros son víctimas de un sistema económico basado en el expolio de los más débiles y que han llevado hasta sus últimas consecuencias los apóstoles del ultraliberalismo, a lo largo del último cuarto de siglo, desde Margaret Thatcher a Georges W. Bush.

Al son de los tambores de guerras rentables y al rebufo de estrecheces que ya percibían los gringos a comienzos de esta década, los electores estadounidenses decidieron a pesar de todo que ese siniestro personaje sin formación ni escrúpulos siguiese gobernando hasta hoy. Joe El Fontanero y los suyos blanquearon con sus sufragios la deriva lógica de esa enorme fábrica de dólares para pocos y de muerte para muchos, tanto a escala interna como a escala mundial. De ahí que no esté claro si saldríamos ganando el día que en vez de convertirnos en meros títeres de la política de Washington, se nos concediera directamente su ciudadanía y el consiguiente voto en sus comicios. Se me antoja que sería otra la única solución para que el país todavía más poderoso del planeta venteara nuevos rumbos para su anacrónico imperialismo de Winchester y transnacionales y bancos avanzando en caravanas como pioneros hacia cada nueva frontera de la globalización. Sería lo que reclamaba Pablo Neruda hace un universo: que despertase el leñador libertario de Walt Whitman.

Que despierte el Leñador.

Que venga Abraham, que hinche
su vieja levadura la tierra
dorada y verde de Illinois,

y levante el hacha en su pueblo
contra los nuevos esclavistas,
contra el látigo del esclavo,

contra el veneno de la imprenta,
contra la mercadería
sangrienta que quieren vender.


Pero, al contrario que Joe El Fontanero, el ingenuo leñador nerudiano sigue dormido o visiblemente acojonado porque los gobiernos no salgan a inyectarle liquidez al pago de su hipoteca.


Juan José Téllez
Escritor y periodista

El disputado voto de Joe el Fontanero
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