viernes. 29.03.2024

El derecho a la decencia

En esta fiebre de efemérides que nos invade pasa desapercibido que este año se cumplen 125 de la publicación de “El derecho a la pereza” en forma de folleto. El ensayo de Paul Lafargue �a la sazón, yerno de Carlos Marx�negaba que el trabajo fuera un bien en sí mismo, como ingenuamente planteaban los socialistas y anarquistas de su tiempo.
En esta fiebre de efemérides que nos invade pasa desapercibido que este año se cumplen 125 de la publicación de “El derecho a la pereza” en forma de folleto. El ensayo de Paul Lafargue �a la sazón, yerno de Carlos Marx�negaba que el trabajo fuera un bien en sí mismo, como ingenuamente planteaban los socialistas y anarquistas de su tiempo. A su juicio, en cambio, el sistema capitalista iba a desembocar en una escalada de superproducción que paradójicamente causaría paro y miseria entre los proletarios del mundo, tan desunidos entonces como ahora. En las páginas de Le droit � la paresse --que era su título en francés--, alentaba una nueva frontera utópica, la de que mediante la generalización del uso de las máquinas y la reducción de la jornada laboral se avanzara en los llamado derechos del bienestar.

Siglo y cuarto después de Lafargue, durante la jornada del 7 de octubre, casi todos los sindicatos de un mundo globalizado como un traje a medida de los poderosos, apuestan por una jornada de movilización a escala planetaria en la que no se reclama lo imposible sino tan sólo lo indispensable. El movimiento obrero sigue lejos de la bandera de la pereza y, antes bien, la que se enarbola, al menos en el caso europeo, es mucho más modesta: se trata de que la maldición bíblica del trabajo pueda ejercerse con decencia o, quizá mejor dicho, con dignidad.

La Europa de la libertad, la igualdad y la fraternidad, se ha convertido en la de los presidentes que salen como manijeros al auxilio de sus terratenientes bancarios. Es la Unión Europea de la directiva de la vergüenza que permite durante sesenta días como máximo el encarcelamiento de extranjeros, incluyendo a los niños en dicha categoría, antes de su expulsión sumarísima. Y es el territorio en el que también se acepta, mediante otra directiva humillante, que cada particular pueda afrontar la realización de 65 horas de trabajo a la semana, bombardeando dos derechos fundamentales adquiridos por la lucha de la clase trabajadora: el de aquella reducción de jornada que soñaba Lafargue y el de los convenios colectivos, que siguen siendo las principales armas de los obreros frente a la patronal; cada vez más patronal, por cierto, y menos empresaria a medida que avanza la crisis y se le cae definitivamente el antifaz a los neocons superguay.

El día 7, precisamente, cuando el mundo entero guarde silencio a favor de un tiempo distinto a “la vieja costumbre social de la explotación” --tal y como afirma el manifiesto por la dignidad que muchos hemos suscrito--, a orillas del Estrecho de Gibraltar, Andalucía Acoge ha promovido una concentración en memoria de un tipo que murió el domingo cuando pretendía entrar en la fortaleza europea escondido en los bajos de un camión. Como muchos otros que acabaron sus días desnucados, aplastados, atropellados, despedazados o ahogados en esa misma ruta, él no venía buscando ni la pereza, ni la decencia, ni la dignidad. Tal y como las víctimas del primer naufragio de espaldas mojadas acaecido a 1 de noviembre de 1988, tan sólo quería un curro y algo parecido a un salario. Lo peor del caso es que, seguramente, tampoco vendría persiguiendo un sueño. Sino que entre su pesadilla y la nuestra, eligió la que aparentemente resulta un poco más confortable. Lo mismo esta tarde preparo una ouija a ver qué opinan Lafargue, Laurita Marx y su papá de todo esto.

Juan José Téllez
Periodista y escritor

El derecho a la decencia
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