jueves. 25.04.2024

El christma de Israel

Ni el destino es caprichoso ni mucho menos lerdo. Por eso no debe ser nada casual que la masacre israelí contra el pueblo palestino haya coincidido con el clamor de Rouco contra el martirio de los nuevos santos inocentes. Qué oportuno. Claro que al delegado del Todopoderoso en la Plaza de Colón, a pesar de ocurrir en los aledaños de Tierra Santa, esas matanzas, a juzgar por sus homilías, le resbalan por la misma mitra.

Ni el destino es caprichoso ni mucho menos lerdo. Por eso no debe ser nada casual que la masacre israelí contra el pueblo palestino haya coincidido con el clamor de Rouco contra el martirio de los nuevos santos inocentes. Qué oportuno. Claro que al delegado del Todopoderoso en la Plaza de Colón, a pesar de ocurrir en los aledaños de Tierra Santa, esas matanzas, a juzgar por sus homilías, le resbalan por la misma mitra. Él, en sintonía con las grandes preocupaciones que asolan a la Humanidad, se refería a otra cosa o, por mejor decir, a una de las pocas cosas que desvelan sus celestiales sueños.

Mientras unos terroristas indeseables, que sólo se distinguen de Bin Laden en que mudan el turbante por la corbata de Hermes o que de ellos sí sabemos en qué cueva se esconden, asesinaban a discreción a mujeres y niños, monseñor predicaba que no hay peor lacra en el universo que el aborto. Desde luego se le podrá objetar cualquier asunto menos una sensibilidad a prueba de bombas. Por desgracia, nunca mejor dicho.

Que a estas alturas de siglo todavía se cuestione o se legisle sobre una decisión personal ya tiene miga. Que un gobierno arrase a la población civil de una franja de territorio ya de por sí misérrimo es, simplemente, un genocidio que en nada alivia echarse las manos a la cabeza aunque sea en la sede central de la ONU. Mucho menos las medias tintas, las preocupaciones, las exigencias a media voz, las comprensiones veladas cuando no explícitas o las resoluciones internacionales que estos tipos se pasan por el mismo lugar en el que uno les daría una patada sin ningún remordimiento. Por si cabe duda alguna, no me refiero a los tobillos.

Alguien, desde este ejemplar mundo de Occidente, nos debería explicar por qué una matanza de estas dimensiones merece una honda inquietud en Europa mientras que el también nauseabundo crimen de un solo turista de un barrio residencial de Paris o Londres requiere la más enérgica repulsa. Al menos, en la próxima cumbre, habría que pedir que se establezcan y nos faciliten las tablas de equivalencia para conocer cuántas vidas de niños palestinos son comparables en su horror al muñón de un occidental. Sólo así sabremos algo de esa flexible aritmética del terror que honra a unas víctimas como sin duda merecen y recoge como incómoda basura a otras para que no estén demasiado tiempo expuestas al ojo incómodo de una cámara.

Alguien también nos debería contar qué justificación tiene mantener relaciones con el gobierno de un país que convierte la barbarie sistemática y arbitraria en las credenciales con las que luego les recibimos con honores de Estado en nuestras embajadas. Por supuesto que en la franja hay terroristas palestinos que matan, pero creía que habíamos quedado en qué ‘nosotros’ éramos distintos. Ahora ya sé que la diferencia sólo estriba en la aplicación terrorífica de ese milagro que hablaba de la multiplicación de los panes y los peces. Simplemente basta con cambiarlos por misiles.

Germán Temprano
Escritor y periodista

El christma de Israel
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