El casco y los accidentes de trabajo

El casco ha conseguido en los últimos años una fuerza iconográfica impresionante en materia de seguridad y protección de la vida del ser humano. En nuestro país y en nuestro entorno el casco forma parte del imaginario social en la protección de la vida del motorista, del ciclista, del minero, del bombero, del trabajador de la construcción, del soldado.
El casco ha conseguido en los últimos años una fuerza iconográfica impresionante en materia de seguridad y protección de la vida del ser humano. En nuestro país y en nuestro entorno el casco forma parte del imaginario social en la protección de la vida del motorista, del ciclista, del minero, del bombero, del trabajador de la construcción, del soldado. Pero más allá del ocio y del trabajo, a través de la simbología, se nos trata de imponer con elegancia desde cualquier personalidad relevante de visita en una obra, en una industria o en una zona afectada por una catástrofe. Cuando en estas ocasiones en realidad no existe riesgo físico a proteger por el casco, e incluso existen otros riesgos que no se protegen, la imagen cumple un papel sutil, pero fundamental, ejemplo pedagógico.

Sin embargo, los datos nos demuestran que en la construcción, la minería y otras actividades laborales los trabajadores sufren un mayor porcentaje de accidentes, y más graves, por causas que no protege el casco.

La fuerza simbólica alcanzada por el casco en materia de seguridad ha conseguido sintetizar en un solo elemento, a pesar o precisamente por su simpleza, el desideratum de la seguridad. Bajo el casco uno se siente un superman capaz de afrontar todos los peligros del universo y de salvar no solo la propia vida sino la del resto de los mortales. Las imágenes del bombero, del soldado o el minero, con casco, sacando de los escombros al ciudadano o al compañero heridos, sin casco, tienen una fuerza incontestable. El casco, por lo visto, ha dejado de ser y ha pasado de ser un objeto físico a un concepto. Ello ha facilitado la función sintética de la publicidad pero ha generado un gravísimo peligro de llevar a confundir y sustituir el objeto material –casco- por el conceptual –seguridad-.

Sería ingenuo y burdo hacer un análisis simple de este fenómeno. El casco, en tanto que objeto físico, reúne una serie de características singulares que facilitan extraordinariamente el desarrollo y consolidación de su imaginario como objeto de protección física, y no sólo física, del ser humano. En primer lugar porque en sus orígenes así fue concebido para ello. En la lucha, en la guerra, posiblemente se encuentra el origen del casco como protector de una parte especialmente sensible y fundamental del cuerpo. Pero también ahí se inicia su imaginería y conceptualización social. Más allá de su función meramente, aunque esencialmente, física con la adición del adorno y la distinción empieza a sumar un valor de estatus. Todos los cascos tienen la misma función real pero no tienen la misma función social. Hoy, por los colores o por otros detalles, se sigue diferenciando a los seres humanos por sus cascos. Se podría decir “por sus cascos los conoceréis”. Se ha ido pasando del objeto físico al concepto.

El cráneo es una de las partes más sensibles e importantes de nuestro cuerpo. Ha sustituido al corazón a la hora de determinar la muerte. En él reside un cerebro que nos distingue del resto de las especies y es el núcleo de la conceptualización y de la elaboración de las relaciones sociales. Su protección, más allá de lo físico, tiene un carácter social y relacional. Es también el núcleo de la psique y de lo psicológico.

A lo largo de la historia el ser humano se ha cuidado de proteger la cabeza no sólo frente a la violencia física de otros seres humanos sino de las inclemencias naturales: frío, lluvia, granizo, sol.

Sin embargo, el casco no sirve para protegernos de esa otra violencia, la psicológica, que nos daña el cerebro, pero “por dentro”. No sólo eso. En este caso la teoría del casco es la puerta de entrada a la función pensante del cerebro. Esa construcción socio-cultural de un simple objeto material permite hoy una manipulación interesada por parte de algunos empresarios de un concepto mucho más complejo cual es el deber de protección de la salud de los trabajadores. Tan es así que, frecuentemente ante cualquier accidente el representante de la empresa lo justifica ante la prensa “porque el trabajador no llevaba casco”. La publicidad sobre el tema se sigue machaconamente centrando casi exclusivamente en el casco.

La necesaria de-construcción de un imaginario tan arraigado socialmente va a llevar mucho tiempo y ha de hacerse en paralelo con una construcción nueva de un concepto que hoy día debe abarcar una complejidad y diversidad extraordinarias. El casco debe volver a su materialidad de equipo de protección individual necesario ante determinados riesgos, pero siempre parcial e insuficiente incluso en su mera materialidad, ante los riesgos actuales.

El entorno de trabajo seguro, en el que insiste la Ley de Prevención, es la primera obligación del empresario, y entonces, el casco, quedaría relegado a situaciones muy excepcionales de protección individual y parcial en un panorama como el de nuestro país con un millón de accidentes con baja al año, un clamoroso subregistro de enfermedades profesionales y del incremento espectacular de los riesgos y lesiones psicosociales, ante los que poco puede hace el casco, aunque en este último caso los problemas estén relacionados con el cerebro que “protege” el casco.

Pero la teoría del casco sirve eficazmente los intereses y el modelo teórico empresarial sobre salud laboral, que insiste en ir de la exclusiva responsabilidad individual a la culpabilización de la víctima. Es decir, sencillamente, “echarle la culpa al muerto”.

Gregorio Benito Bartres - Analista de Salud Laboral.