viernes. 19.04.2024

El burka y el voto de los parlamentarios católicos

NUEVATRIBUNA.ES - 25.6.2009¿Han visto alguna vez un burka de cerca? Nicolás Sarkozy pretende prohibirlos por decreto en su Francia laica y republicana, tan diferente a un país como el nuestro que sigue oliendo oficialmente a incienso y mitras, a otros velos bien distintos a los que en el mundo islámico se denomina “hiyab” y que, en rigor, alcanza a ocho modelos distintos.
NUEVATRIBUNA.ES - 25.6.2009

¿Han visto alguna vez un burka de cerca? Nicolás Sarkozy pretende prohibirlos por decreto en su Francia laica y republicana, tan diferente a un país como el nuestro que sigue oliendo oficialmente a incienso y mitras, a otros velos bien distintos a los que en el mundo islámico se denomina “hiyab” y que, en rigor, alcanza a ocho modelos distintos.

Al otro lado de los Pirineos, empieza a verse con relativa frecuencia ese tipo de indumentaria que no es propia del islam sino de las tribus pastunes de Afganistán. De allí, surgieron los talibán cuyas mujeres se vieron obligadas a asumir esa curiosa prenda que inicialmente consistía en un velo atado a la cabeza y que cubre el rostro enteramente salvo una pequeña hendidura para ver. ¿Podría interpretarse como una variante del hiyab que recomienda el corán? Incluso su nombre es diferente aunque su significado es similar. Así, el término burka o burqa (del árabe, برقع burqa"), vendría a significar “esconder, ocultar a la vista” o, incluso, “separar”. Es un ámbito semántico al término hiyab (en árabe, حِجَاب ḥiŷāb) que también podría traducirse como "cortina" o "pantalla". Pero, a simple vista, el hiyab que lucen muchas musulmanas del Magreb y que es tan parecido al pañuelo de doña Rogelia o al de la abuela asturiana del anuncio de la fabada, no tiene nada que ver con el burka que cubre todo el cuerpo y tan siquiera con el chador (چادر), que se limita a tapar la cara.

La primera vez que vi un burka fue en Malasia: en unos grandes almacenes de Kuala Lumpur, las turistas ricas de los Emiratos buscaban últimos modelos en ropa, joyas y zapatos, que poder lucir bajo dicha indumentaria, mientras su esposo les escoltaba en calzón corto y sandalias veraniegas. ¿Si tanto aman la tradición, porque no lucían ni siquiera una chilaba o unos zaragüelles fresquitos, o esa larga y recta túnica a la que los diseñadores modernos están añadiendo colorines e incluso orificios para usar ipods?.

Aquí se habla de tradiciones ancestrales que apenas duran desde hace un cuarto de hora. Jon Juaristi lleva años desmintiendo con razón que los colores de los clanes escoceses que coinciden con la gama de sus kilts obedezca a costumbres milenarias sino, simplemente, a las dotes retóricas de unos comerciantes galeses que, en el siglo XIX, supieron desprenderse a buen precio del stock de telas que acumulaban en sus almacenes haciéndoles creer a las distintas familias que no podían decir que no a semejante ganga genealógica. Pues algo así, aunque más grave, ocurre con el burka: de ser una prenda habitual entre los pastunes, a comienzos del siglo XX y bajo el mandato de Habibullah (1901-1919), se convirtió en vestimenta oficial de su harén. De ahí, pasó a la clase alta afgana, como signo de distinción para aislarse del pueblo llano y, apenas hace cincuenta años, terminó generalizándose entre la población que pretendía imitar a las clases acomodadas, propiciando algo tan fashion como meter a las mujeres en una cárcel de tela.

La religión sigue suponiendo un formidable pretexto para que los fanáticos gobiernen la vida cotidiana. Cuando se produjo la invasión de Afganistán en el operativo de la OTAN que todavía sigue vigente, creo que fue Shapiry Hakami, presidenta de la Asociación por los Derechos de las Mujeres Afganas (ADMAF), quien me hizo ver una curiosa paradoja: “Es raro que los occidentales se alíen con los chíies contra los talibán. Los talibán eran muy brutos, pero los chíies eran los que arrojaban ácido a la cara de las mujeres que se atrevían a ir a la Universidad”.

Más que prohibir el burka por ley, tal y como pretende Sarkozy, no conduzca a otra cosa que a un nuevo callejón sin salida en el que vuelva a salir perdiendo el eslabón más débil, en este caso, la mujer, habría que explorar otro camino. Quizá habría que plantear una ofensiva pedagógica más que una artillería de decretos. Cuando la laicidad francesa prohibió los signos religiosos ostentosos en los centros educativos franceses, la feminista árabe Malika Abdelaziz, ya puso el dedo en esa otra llaga al subrayar lo siguiente: “Abrir un debate de este tipo, con la intromisión en ello de los medios de comunicación y su lógica reductora y morbosa, puede difícilmente servir a las mujeres: produce estigmatización tanto de las que llevan como de las que no llevan el pañuelo. Personalmente haría todo lo posible para que este tema no sea objeto de ley, sabiendo que en todo caso se harían más agudos los dilemas “íntimos” e intimidaciones “comunitarias”. ¿Dónde irán a estudiar las chicas veladas si no en las escuelas confesionales muy a menudo integradas en dispositivos del proselitismo religioso retrógrado saudí, egipcio, iraní, etc.? Y ¿Qué habría pasado si por ley se hubiese autorizado el uso del pañuelo? Seguramente se habría dado más argumentos al sexismo anteriormente descrito para presionar aún más a las “musulmanas” no dispuestas a taparse”.

En España, la presencia musulmana es muy inferior a lo que viene ocurriendo en Francia. Y el modelo educativo y social es muy diferente. Cuando a menudo se ha intentado extrapolar a la realidad española la prohibición del velo en los colegios, no falta quien haya exclamado con razón: “¿Van a prohibir que las monjas católicas lleven los suyos en los colegios concertados?”.

En España, ni siquiera la palabra laico significa lo mismo que en francés. Aquí, viene a equivaler, según la Real Academia, a un sinónimo de seglar, en lo que a los individuos se refiere, aunque admite otra acepción relativa a los centros escolares que prescinden de la instrucción religiosa. Nuestro Estado, por lo tanto y hasta ahora, no disfruta del mismo sentido de la laicidad francesa, sino que simplemente es aconfesional: esto es, una viña sin vallado en la que los intereses religiosos suelen superponerse a los colectivos, siempre y cuando la religión sea la mayoritaria, la católica, apostólica y romana.

Claro que a este lado del mundo, diversas reformas y contrarreformas acompasaron hasta cierto punto los hábitos clericales con los del resto del mundo, pero en ciertos aspectos de la vida diaria parece como si el Vaticano quisiera mandar más que La Moncloa, en la cotidaneidad de esta tierra de María Santísima, consagrada desde hace un siglo al Corazón de Jesús. Ahora, sin ir más lejos, los portavoces de la jerarquía eclesiástica recuerdan a los parlamentarios que sus fieles no pueden apoyar la Ley del Aborto. Si sus señorías deciden seguir el mandato de la curia y no la disciplina de su partido, cosa que no creo que ocurra por ottra parte, estaríamos en una encrucijada política por la que quienes no nos identificamos con ninguna fe, tendríamos que exigir listas abiertas y que cada candidato reflejara en las papeletas el sentido de su creencia. Para votarle o no votarle, así de simple.

Lo mismo que terminaremos por hacer en los hospitales si se acepta la objeción de conciencia de los médicos en función de la fe y no de la razón: si quiero morir dignamente, tendré que huir de un médico católico y buscar a alguno ortodoxo, lo mismo que si necesito trasfusiones de sangre, que los dioses me libren de un doctor que ejerza como testigo de Jehová.

En España, la presencia del burka afgano sigue siendo anecdótica, aunque los malos tratos a las mujeres se multiplican escalofriantemente en las estadísticas. Y es que hay otros burkas, quizá menos escandalosos, con los que no sólo el Islam sino otras religiones nos obligan a mirar el mundo desde una rendija o con unas orejeras que nos convierte en carne de rebaño y no en ciudadanos libres, iguales y fraternos como, dos siglos y pico atrás, soñaba la Revolución. Francesa, por supuesto. Sus fanáticos, por cierto, no obligaban a usar el burka sino que se limitaban a cortar cabezas.

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

> Blog de Juan José Téllez

El burka y el voto de los parlamentarios católicos
Comentarios