miércoles. 24.04.2024

El 23F como farsa del verano

Empezar el verano leyendo sobre el 23F en la “Anatomía de un instante” de Javier Cercas, a la vez que una se da de bruces con editoriales de El País que reclaman sin pudor un gobierno de unidad nacional, hace imposible no evocar al joven Marx, discípulo de Hegel, para el que la historia se presentaba como tragedia y se repetía como farsa. Da la sensación de que caminamos a la repetición, como farsa, del trágico momento del 23F.

Empezar el verano leyendo sobre el 23F en la “Anatomía de un instante” de Javier Cercas, a la vez que una se da de bruces con editoriales de El País que reclaman sin pudor un gobierno de unidad nacional, hace imposible no evocar al joven Marx, discípulo de Hegel, para el que la historia se presentaba como tragedia y se repetía como farsa. Da la sensación de que caminamos a la repetición, como farsa, del trágico momento del 23F.

Miguel Ángel Aguilar, desde las páginas del periódico de PRISA, cierra el círculo de la comparación entre los dos momentos históricos, lanzándose a la búsqueda de un nuevo Leopoldo Calvo Sotelo capaz de liderar el, a su juicio, aclamado acuerdo nacional que nos saque de la crisis.

Si se analizan en paralelo la situación española en las fechas previas al 23F y la situación actual, encontramos diferencias y similitudes.

Entre las primeras tenemos el hecho de que, en 1981, el intento de un gobierno de concertación presidido por un militar (que fue el objetivo principal de un golpe con muchos otros objetivos) se concretó en la tragedia del secuestro del Congreso y que hoy la apelación al “gran acuerdo nacional” no es más que una farsa que aspira a ser la guinda del pastel de la gran estafa que está suponiendo la crisis.

Entre las similitudes, destaca que vivimos una crisis económica de tal magnitud que pone en riesgo lo que de verdad preocupa a la gente del Régimen: la unidad de sus representantes y la riqueza y poder de las clases dominantes.

Sin embargo, la diferencia crucial (dejando a un lado la ausencia de ETA) es la sensación de que el Poder esta perdiendo lo que le permitió apostar por un modelo de Europa que, lejos de ser el sueño dorado de la justicia social, se ha revelado como el paraíso de la desigualdad. Aquella hegemonía social sancionada en los pactos de la Transición (y en los resultados electorales) que legitimó a una minoría para gobernar en base a unos intereses que poco tenían que ver con los derechos de las mayorías, se está resquebrajando y hoy los ciudadanos saben que, en el marco político actual, un trabajo digno y el disfrute de los derechos sociales se han convertido en una utopía irrealizable.

Esta sensación de que el poder se mantenga en manos de una minoría ya no es compatible con una mínima redistribución de la riqueza y de que esta imposibilidad empieza a hacer temblar la paz social, es el factor determinante para que la opinión publicada trate, desesperadamente, de ganarse el favor de la opinión pública para justificar sus llamamientos al “gran acuerdo nacional”. Es exactamente el mismo miedo que llevó en la campaña de las últimas elecciones griegas a todos los poderes mediáticos a coaccionar a los votantes griegos pronosticando el caos si la victoria de Syriza se producía.

En este escenario conviene preguntarnos a quien unifica la propuesta de “gran acuerdo nacional”, a quien beneficia y que objetivos persigue.

La primera pregunta es fácil de responder porque los propios promotores del mantra unitario lo aclaran; PP, PSOE, CiU y PNV, es decir, los partidos del Régimen, los cuatro que han tutelado las grandes decisiones de Estado, los responsables políticos de la crisis y mucho más importante aún, los representantes del verdadero poder económico, político e incluso judicial de este país, los que de verdad tienen miedo a no poder volver a la senda del crecimiento, porque si este negro futuro supone la pobreza de los más débiles, no es menos cierto que hace temblar el sustento de su propio poder. ¿Cuál es este poder? Ni más ni menos que ese entramado de amigos empresarios que sustentan a la clase política dirigente de este país; esa que a costa de las concesiones públicas e información privilegiada ha permitido a los “gallitos de provincias” convertirse en grandes empresarios de la economía globalizada.

La imposibilidad real de mantener los niveles de “reparto del botín” de unas arcas públicas dedicadas cada vez más al pago de la deuda, corre el riesgo de convertir a esta casta de empresarios sin emprendimiento en nuevos ricos venidos a menos tras perder todo su dinero en un casino internacional del que nunca entendieron sus riesgos.

Ésta es la verdadera preocupación de quienes desesperadamente llaman a la unidad de las “fuerzas democráticas”. No les preocupa ni la mejora de las condiciones de vida de la mayoría popular, ni salvar a Europa, ni la protección de una democracia desmantelada. Les importa únicamente el mantenimiento se sus privilegios.

La cara de agotamiento y desesperación de Esperanza Aguirre, máxima exponente del liberalismo feudal disfrazado de modernidad tecnócrata y populista en los últimos tiempos así como las dos “pilladas” en televisión donde bisbisea con compañeros de partido buscando desesperadamente que alguien le salve de reconocer el estrepitoso descarrilamiento de Madrid como “locomotora de la economía española”, recuerda mucho a esos bisbiseos conspiratorios de los ministros de Suarez que retrataba Pilar Urbano en las páginas de ABC, en fechas próximas al 23F.

Aquel 23 de Febrero nadie (ni los empresarios, ni la Iglesia, ni los medios, ni por supuesto los militares y la Corona) se atrevió a decir “esta boca es mía” hasta que se supo que el golpe duro fracasaba. Hoy, en este nuevo intento de autogolpe contra la democracia, la de verdad, la del gobierno a favor de las mayorías, tenemos la obligación de decir, antes de que se fragüe el nuevo golpe de timón, que el único gobierno de unidad que podrá sacarnos de esta crisis es el de la unidad de las mayorías sociales frente a la voracidad de una minoría enriquecida a nuestra costa.

El 23F como farsa del verano
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