jueves. 28.03.2024

Egipto, Túnez y las dos orillas

Hace poco tiempo estuve en Egipto y Túnez por razones de trabajo. En esas dos recientes estancias pude entablar conversaciones e intercambiar impresiones con varias personas en su mayoría miembros de organizaciones de la sociedad civil que tuvieron y siguen teniendo una relación muy estrecha con los movimientos de cambio en esos dos países.

Hace poco tiempo estuve en Egipto y Túnez por razones de trabajo. En esas dos recientes estancias pude entablar conversaciones e intercambiar impresiones con varias personas en su mayoría miembros de organizaciones de la sociedad civil que tuvieron y siguen teniendo una relación muy estrecha con los movimientos de cambio en esos dos países.

De entrada es muy importante subrayar el papel de “protectores de la revolución” que siguen ejerciendo con una vigilancia y alerta constantes que mantienen una movilización inquebrantable que ante cualquier intento de distorsión de los objetivos de la revolución, como ocurre en estos precisos momentos en Egipto, hace emerger de nuevo esa dinámica contestataria de dignidad y de lucha, que ya forma parte integrante del consciente y del subconsciente de muchísimos ciudadanos, de aquellos que juraron no dejarse someter nunca más por ningún tipo de dictadura

En Egipto hemos podido apreciar cómo los actores de la sociedad egipcia curtidos en las embestidas de la era Mubarak, continúan su lucha por la libertad y la democracia. Valores de los que los Hermanos Musulmanes se autoproclaman paladines mientras multiplican las actuaciones y decisiones de claro carácter autoritario. Pero el “nunca más” del pueblo egipcio, que ya tiene la lección bien aprendida, les hará recular en sus propósitos totalitarios.

Durante el proceso revolucionario, los sindicatos autónomos egipcios consiguieron introducir una iniciativa legislativa que reconoce la pluralidad y las libertades sindicales, pero dicha iniciativa esta bloqueada en el parlamento porque los Hermanos Musulmanes están más interesados en apropiarse de la estructura del multimillonario sindicato vertical (receptor de los descuentos forzosos realizados en millones de nóminas de los trabajadores) para poder neutralizar a los sindicatos autónomos, faltos de rodaje en los centros de trabajo, dado que sus mayores esfuerzos se centraron en la conquista de la libertad y la democracia y de su propio reconocimiento legal.

La última demostración de estos gestos autoritarios y antidemocráticos es el intento del presidente de acaparar el máximo de los poderes mediante decretazos para luego gestionar los tiempos y las circunstancia al antojo de los idearios de su movimiento.

En cuanto a Túnez, mi estancia coincidió con una brutal campaña de difamación promovida por el partido en el poder y por los fundamentalistas contra Kamal El Jendoubi, uno de los más intransigentes opositores a Ben Alí. Pasó más de treinta años exiliado en Francia, aclamado durante el proceso revolucionario fue elegido por la Alta Instancia para definir y dirigir los objetivos de la revolución, de la reforma política y de la transición democrática y para presidir la Instancia Superior Independiente órgano garante de unas elecciones libres y democráticas. Esa campaña de desprestigio tiene como fin adueñarse de los instrumentos de los que se han dotado los protagonistas de la revolución para teledirigirla y desnaturalizarla.

Tanto en Egipto como en Túnez hemos podido apreciar que los actores sociales están en pie de guerra para consagrar los principios de las primaveras árabes, pero al mismo tiempo hemos podido valorar un inquietante paralelismo entre las fuerzas “ganadoras” en las respectivas contiendas electorales, en su afán común de adueñarse de los logros de las luchas populares, cuando las formaciones islamistas no son precisamente las que más pusieron de su lado cuando la situación lo requería. Antes y después de la revolución el líder del Nahda Tunecino estaba en Gran Bretaña tan pancho y los Hermanos Musulmanes egipcios compartían intereses con la clase dominante durante la era de Mubarak.

De la misma manera y en los dos casos, hemos percibido la perplejidad de la mayoría de la sociedad, protagonista de la revolución y de la instauración de la democracia, ante las iniciativas de las instituciones europeas hacía los actuales mandatarios de Egipto y de Túnez; atiborrando al primero con una donación archimillonaria en euros y otorgando al segundo el estatuto de socio avanzado. Están turbados porque a estos acuerdos se ha llegado con el mayor secretismo, de forma taimada, sin tomar en cuenta o, mejor dicho, despreciando a las sociedades de los dos países, que solicitaban, imploraban, no otorgar a dichos gobiernos ningún apoyo moral ni material hasta que se comprometieran en la instauración de los principios de democracia, de libertad y de igualdad que tantas lágrimas y tanta sangre costaron.

La UE, con Francia a la cabeza, erró otra vez, ha hecho caso omiso a las ansias de emancipación de los pueblos de la orilla sur del mediterráneo y continúa con actuaciones que oscilan entre la ignorancia, la incompetencia y el neocolonialismo.

La población árabe y amazigh del norte de África sabe muy bien que lo conseguido hasta ahora no se lo deben ni a los islamistas, ni a los partidos políticos y mucho menos aun a la UE. ¿Cómo no lo van a saber si cuando Ben Alí sobrevolaba el mediterráneo pidiendo socorro, la ministra de exteriores de Francia le pedía que aguantara un poquito más hasta la llegada de los materiales antidisturbios que le acababa de enviar?

Europa esta viviendo una crisis económica grave pero también una crisis de valores, donde muchos logros históricos se van esfumando día a día y donde, en muchos países europeos y en las propias instituciones de la UE, existen serios indicios de regresión en cuanto a la calidad de las prácticas democráticas.

Existe entre los pueblos europeos una conciencia clara de esas deficiencias y retrocesos, de la misma manera que entre los pueblos del sur del mediterráneo existe la convicción de que el modelo europeo perdió gran parte de su atractivo y ha dejado de ser un referente absoluto para ellos en el camino por alcanzar la libertad y la prosperidad que anhelan.

Mientras, nos encontramos frente a una clara obcecación de los gobiernos de las dos orillas en priorizar políticas de escasa proyección social y exiguo influjo democrático, y a un pronunciado letargo, por llamarlo de alguna manera, de los actores sociales, particularmente de los partidos políticos de izquierdas, para hacer aflorar alternativas basadas en aquellos valores universales que consagran la dignidad de las personas y de los pueblos.

Ha llegado el momento y la situación es de lo más propicia, para que la iniciativa y el devenir de las relaciones entre los pueblos del sur por un lado y los del norte con los del sur por otro, la protagonicen quienes están combatiendo por la democracia en una orilla junto a los que simpatizan con ellos desde la otra, los de este lado, los que luchan para que el estado del bienestar y la justicia social sigan siendo la característica esencial de las sociedades desarrolladas.

Es un momento histórico óptimo, porque nos estamos dando cuenta de que los responsables políticos de las dos orillas están navegando con GPS programados por instancias extrañas y a espaldas de sus pueblos. Ese denominador común hay que fortalecerlo con más cooperación y más colaboración entre los pueblos y los actores sociales. Los que en el sur lideran las primaveras de cambio y los que en el norte encabezan la movilización en contra de la destrucción del estado de bienestar.

Creo firmemente que existe un legado en el norte en el que debemos inspirarnos y en el sur un empuje, una energía, que debe ser aprovechada.

Egipto, Túnez y las dos orillas