jueves. 28.03.2024

Dudosamente ejemplar

La administración de la justicia no parece dispuesta a privarnos ni un solo día del correspondiente disparate. Según la sentencia de un juzgado de Móstoles, un hombre que había abusado de su hija cuando ésta tenía cinco años podrá recuperar la patria potestad de la pequeña cuando cumpla la pena de un año y medio de prisión impuesta por el delito cometido.
La administración de la justicia no parece dispuesta a privarnos ni un solo día del correspondiente disparate. Según la sentencia de un juzgado de Móstoles, un hombre que había abusado de su hija cuando ésta tenía cinco años podrá recuperar la patria potestad de la pequeña cuando cumpla la pena de un año y medio de prisión impuesta por el delito cometido.

Si añadimos que había abusado sexualmente de la hija de su pareja desde que tuvo diez años y hasta los quince, y que ésta, cuando tenía 17 años y tras contar lo ocurrido, se suicidó tirándose al metro, tendremos un cuadro más completo del comportamiento de este sujeto, que ha sido condenado a cuatro años de cárcel por los abusos sexuales perpetrados a su hijastra y a 18 meses más por los abusos cometidos con su hija. La sentencia señala que, si la madre no recurre, el padre podrá recuperar la patria potestad de la pequeña cuando termine la condena, que a cualquiera le puede parecer excesivamente benévola. Ignoro dónde está el problema, si en la ley o en quienes la aplican, pero lo que hoy vuelve a aparecer es una muestra del esperpento en que se ha convertido la administración de justicia en este país, que justifica la escasa confianza que los ciudadanos tienen en ella.

Hace dos días hemos sabido que en los sobresaturados juzgados se almacenan, no sé si este término es adecuado, 270.000 sentencias pendientes de ejecución. Si muchas de las sentencias son como la comentada, casi valdría más que no se ejecutaran, y mucho más valdría que no hubieran sido siquiera dictadas, porque albergo serías dudas sobre la capacidad de juzgar de algunos (ya demasiados) jueces. Seguramente se desenvuelven bien en el abstracto mundo del derecho, saben mucho de leyes y se mueven con soltura en el complicado mundo de los procedimientos judiciales, pero tengo la impresión de que de las personas, de sus sentimientos, de sus aspiraciones, incluso de sus derechos, saben poco.

¿Qué tienen en la cabeza algunos jueces? ¿Dónde se forman? ¿Qué leen? ¿Con quiénes hablan, que no sean jueces, fiscales o abogados? ¿Dónde viven? ¿En qué creen?
De verdad, que me gustaría saberlo, porque no sé si realmente saben en el país y en el siglo en que viven�

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