jueves. 28.03.2024

Dos modelos contrapuestos: Fidalgo y Camacho

NUEVATRIBUNA.ES - 29.10.2010Fue en 1977 cuando Fidalgo, que como su nombre indica era hijo de alguien, como todos, se afilió a Comisiones Obreras, un sindicato comunista que había logrado infiltrarse en las estructuras verticales e imperiales del régimen, un sindicato que había organizado las mayores contestaciones contra el fascismo español en la década de los sesenta.
NUEVATRIBUNA.ES - 29.10.2010

Fue en 1977 cuando Fidalgo, que como su nombre indica era hijo de alguien, como todos, se afilió a Comisiones Obreras, un sindicato comunista que había logrado infiltrarse en las estructuras verticales e imperiales del régimen, un sindicato que había organizado las mayores contestaciones contra el fascismo español en la década de los sesenta. En aquellos años de la “transacción” estaba casi de moda ser comunista, lo eran hasta algunos pijos de la calle Serrano y adyacentes. Para algunos, ser comunista era estar al día, una excusa para salir de cañas, una fórmula para intentar llevarse a alguien al catre o de vivir la vida alegre. Así al menos lo entendieron muchos que pasados los años dejaron Comisiones y el PCE para alistarse en las filas de la derecha más rancia, caso de don Ramón Tamames, por poner un ejemplo significativo y de todos conocido.

Marcelino Camacho luchó contra el fascismo durante nuestra guerra civil, lo siguió haciendo después, durante toda su vida, indomable, fiel a sus ideales. Pasó años en las cárceles de posguerra, en los campos de trabajo franquistas. Exiliado en Francia, regresó en 1957 para fundar Comisiones Obreras sin importarle la feroz represión ni los riesgos que corría en la aventura. En 1967 fue encarcelado, pasando nueve años en la prisión de Carabanchel, de la que salió tras la amnistía de 1976. Fue diputado a Cortes y Secretario General de Comisiones Obreras hasta que vio que el sindicato comenzaba a virar a la derecha, a hacerse más doméstico con la llegada de las nuevas hornadas, más modernas y complacientes. Camacho, que convocó la primera huelga general contra González, siguió siendo durante unos cuantos años presidente honorario del sindicato, abandonando el cargo cuando comprobó que se imponía dentro de él una línea contraria a la que él defendió siempre, la del sindicalismo de clase. Hasta hoy, con noventa y dos años, Marcelino Camacho ha vivido con su compañera en un modesto piso de sesenta metros cuadrados del madrileño barrio de Carabanchel. Todo, hasta su vestimenta, ha sido igual a lo largo del tiempo, no hubo lujos en su vida, no hubo cambios bruscos en su pensamiento, no hubo más que compromiso con la clase trabajadora, con el pueblo puro, coherencia y ética. Por ello, en su rostro se notaba la satisfacción de quien tiene la conciencia limpia y se ha entregado en cuerpo y alma a la más justa de todas las causas. Sin embargo, un deje de tristeza se atisbaba en su mirada, una tristeza que quizá proviniese de comprobar cómo ha cambiado la sociedad de la mano de personajes como José María Fidalgo, de observar desde la atalaya de una vida larga llena de luchas magníficas cómo la izquierda se adomerce en toda Europa mientras avanza el individualismo, la insolidaridad y la reacción, de comprobar cómo tanto esfuerzo, tanto sacrificio, tanta generosidad, puedan no haber servido de mucho para las nuevas generaciones, las encargadas ya de hacer el mundo más habitable para todos. Empero, Marcelino Camacho es un ejemplo de ética, de lealtad a las ideas de progreso, justicia y libertad, Marcelino Camacho es un referente, uno de los pocos grandes referentes que le quedan actualmente a la izquierda europea. Con él no pudo la dictadura, ni sus cárceles ni sus policías ni sus torturadores; tampoco los honores ni los almuerzos de trabajo, ni las reuniones con la “gente bien”. Salió del sindicato tal como entró y hasta los noventa y dos años en que le visitó la Parca, continuó siendo aquel hombre sencillo, duro, abnegado y honrado que siempre fue.

Por el contrario, José María Fidalgo es un hombre grande, un hombre alto y corpulento, moderno, de su tiempo, pero nada más que eso, solamente eso. Delante de mí tengo una fotografía en la que aparecen juntos Camacho y Fidalgo. No hay que fijarse mucho, un vistazo basta para saber quién es el hombre grande de los dos, el ser humano en todo su esplendor. Fidalgo casi le dobla la estatura, pero a mí me parece un personaje menguado al lado de Marcelino, un equidistante que ha hecho de la incoherencia todo un programa vital. No niego a nadie el derecho a cambiar una institución, un partido o un sindicato para adaptarlo, según su propio criterio y el de quienes le apoyen, a los nuevos tiempos: El inmovilismo no es una cualidad envidiable. Lo que si niego rotundamente es el derecho de nadie a jugar con las ideas, a confundir al pueblo, a deteriorar de forma irreparable los medios que los trabajadores tienen para defender sus intereses ante un capitalismo cada vez más agresivo y avasallador.

El viejo republicanismo hizo del imperativo categórico kantiano una máxima que pasaba de generación en generación: “Obra de tal manera que tu conducta pueda servir de ejemplo a los demás”. Sacrificar la vida personal por los intereses generales se daba mucho entre quienes desde la izquierda se entregaban a la cosa pública y muchas brillantes carreras de médicos, fisiólogos, escritores, periodistas, arquitectos, juristas, se vieron truncadas por ese sentimiento ético de la vida. Durante los primeros años de la “transacción”, algo quedaba de aquel espíritu en los abogados laboralistas que defendían causas perdidas, en los obreros que salían a pecho descubierto a enfrentarse contra los grises, en muchos estudiantes y algunos intelectuales, pero ese espíritu se fue diluyendo en las aguas del pragmatismo más indecente y hemos podido contemplar sin demasiada sorpresa como el ex- Secretario General del mayor sindicato de clase del país, fuese contratado por el Instituto de Empresas, organización elitista dedicada a asesorar y formar cuadros directivos para las grandes corporaciones, y por el diario ABC, desde su fundación el periódico preferido por las clases más retardatarias y montaraces del país.

Fidalgo es un hombre grande que ha demostrado su pequeñez. Se pueden nombrar muchos casos parecidos a lo largo de nuestra historia. No merece la pena, son tantos que necesitaríamos varios periódicos para dejar constancia de los más significados. Pero dentro de nuestro pasado más inmediato, lo que hizo José María Fidalgo pasará a la historia como un ejemplo de deslealtad, de incoherencia y de carencia de los principios éticos más elementales. No sé el daño que tal actitud pudo causar en quienes hoy sienten el deseo de rebelarse contra un sistema injusto y caduco, pero barrunto que es mucho. Dejémoslo en la trastienda, dónde se guardan los objetos inservibles, y fijémonos en la figura indómita y admirable de Marcelino Camacho, quien nunca vendió su alma ni a dios ni al diablo. Todo un ejemplo a seguir. Fidalgo siempre creyó que Camacho era sólo un jugador de fútbol.

Pedro L. Angosto


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