jueves. 25.04.2024

Doña Encarna

Para algunos vecinos Encarnación nació adherida a la silla mecedora en la que yace desde el alba al crepúsculo en una suerte de vaivén perpetuo que ahora acompasa la bochornosa brisa de agosto. Incluso hay quienes juran por Dios y María Santísima no haberla visto jamás en otro sitio que no sea esa madriguera abanicada por las hojas de un añejo eucalipto.

Para algunos vecinos Encarnación nació adherida a la silla mecedora en la que yace desde el alba al crepúsculo en una suerte de vaivén perpetuo que ahora acompasa la bochornosa brisa de agosto. Incluso hay quienes juran por Dios y María Santísima no haberla visto jamás en otro sitio que no sea esa madriguera abanicada por las hojas de un añejo eucalipto. “Cuando yo nací, Doña Encarna ya estaba allí”, asegura Manuel, un herrero de medio siglo y manos de gigante que no duda en reflexionar en voz alta. “No comprendo cómo todavía no la han declarado Patrimonio de la Humanidad. O al menos de Interés Turístico”, dice esbozando una carcajada sin eco que se pierde entre las estrechas callejuelas del pueblo.

En ese hueco que el tiempo ha hecho suyo, Encarna corrompe el silencio para inmiscuirse en un mundo que, si bien aún la alberga, ya no considera suyo. Y lo hace recurriendo al mando a distancia que, como si se tratara de una fiel mascota, sostiene entre sus manos con particular celo. Encarna fue monja primero y puta después, cuando el esceptisismo y el hambre arreciaron con sus respectivas consecuencias. Trabajó de sol a sol en diversos campos propios y ajenos, fue enfermera durante la guerra, militante, activista roja y emigrada. De Huelva a Buenos Aires y veinte años más tarde, viceversa. Y más o menos así se escribe su historia. Quienes la conocen insisen en que fue ella misma quien  hace algunos años hizo público este resumen curricular. ¿Que qué edad tiene?. La suficiente como para  haber sido testigo de los modestos adelantos y de los inconmensurables retrocesos que ha experimentado la Humanidad, al menos en el tiempo que cabe una vida, su vida, la vida de Encarna.           

Si bien a golpe de vista parece más frágil que una hoja seca, esta anciana desdentada de piel de uvas pasas conserva intactas las ideas que se han forjado en su interior y que no responden a orden establecido ninguno. “Ni Dios, Ni Amo”, dicen que dice de vez en cuando, reafirmando principios ante una audiencia inexistente. Así ha sido siempre y así será Encarna hasta su último suspiro. Una suerte de bastión impenetrable a cuyos muros no se han atrevido a subir ni siquiera sus más acérrimos enemigos. “Tal vez por eso está más sola que la una”, arriesga Manuel que de tanto en tanto le hace una foto como si Encarna fuera -y en parte lo es- un monumento viviente.

El asunto es que la anciana que ocupa estas líneas ha despertado mi interés de manera notable. Quizás porque he sabido que lleva un diario en el que apunta las noticias que le resultan de mayor relevancia. “Todos los días escribe algo”, aseguran quienes diariamente se turnan para acercarle un plato de comida o las medicinas que ella se niega a tomar. “Lleva muchos años sola. No tiene familia y no conocemos mucho más acerca de su pasado. Llegó en los años '60 y desde esa época ha estado aquí”. Cuentan que hace unos días rió unos minutos luego de saber que el presidente de gobierno había dicho en Almonte que los seres humanos “somos sobre todo personas con alma y con sentimientos y esto es muy bonito y me reconforta mucho”. En un cuaderno repleto de impresiones, Encarna reprodujo las palabras de Mariano Rajoy. ¿Con qué objetivo?. Nadie lo sabe; aunque personalmente desearía ver qué más hay en el diario de esta extraordinaria cronista. De modo que me acerco sin demasiado aspaviento, sin la menor intención de perturbar la meditación que ahora parece ocupar el tiempo de Doña Encarna.

A primera vista la letra es ilegible; pero Carlos toma el cuaderno con sumo cuidado y me dice “Míre, lea lo último que ha escrito”. Con el sonoro acompañamiento del leve ronquido que emerge ahora desde las profundidades de Encarna, leo “Luis de Guindos, el hombre destinado a concretar los recortes presupuestarios más drásticos de la historia de la democracia, acaba de comprarse un ático de lujo valuado en 587 mil Euros”. Y entre paréntesis, justo debajo de esa noticia, Encarna había escrito “(esas son muchas pesetas)”. Una observación tan perspicaz que ni siquiera Matías Prats tuvo en cuenta. 

Doña Encarna
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