jueves. 28.03.2024

Dios en bus

Ya tenemos a Dios paseándose en autobús -Deus in omnibus- también por Madrid. No es que me molesten los paseos urbanos del Ser Supremo por esta ciudad infernal para que vaya tomando nota de cómo nos trata la derecha católica, pero, en tratándose de Dios (o de dios), preferiría no sacarlo a la calle, aunque sea para negarlo.
Ya tenemos a Dios paseándose en autobús -Deus in omnibus- también por Madrid. No es que me molesten los paseos urbanos del Ser Supremo por esta ciudad infernal para que vaya tomando nota de cómo nos trata la derecha católica, pero, en tratándose de Dios (o de dios), preferiría no sacarlo a la calle, aunque sea para negarlo.

No me acaba de gustar la idea de reafirmar públicamente la presencia de Dios aunque sea promovida por sus detractores, pues creo que los ateos deben ser fieles al lema: ni con Dios ni contra Dios; sencillamente, sin Dios; ser más ateos que antiteos, y tratar de vivir como si no existiera. Y, por tanto, que el espinoso asunto de la fe fuera un asunto de conciencia, interior no público, y más que privado, íntimo; un asunto de lectura y reflexión; de conversación a solas con al Altísimo o de simple soliloquio, que viene a ser lo mismo. Pero en España llevamos siglos practicando un catolicismo “ostentóreo”, según la bárbara expresión de aquel presidente del Atleti, de cuyo nombre no quiero acordarme. Es, y lo ha sido mucho más, un catolicismo publicitado, propagandístico, de procesión y novena, de sonoros golpes de pecho, de hábito, rosario y escapulario y de mucho signo visible, propio de un país obsesionado con la limpieza de sangre, cuyas gentes se veían obligadas a hacer públicos alardes de fe para alejar a los seguidores de Torquemada, tan amantes, ellos, de utilizar la tenaza, el potro y la hoguera para perseguir a flojos de fe, presuntos renegados o conversos sospechosos.

Pero, ya puestos a entablar la batalla callejera, donde la Iglesia católica lleva siglos instalada, prefería ir a lo esencial del asunto y no perderme en fantasías; ir contra lo verdaderamente importante, que es la Iglesia y no Dios. Dios molesta poco, mientras que los obispos incordian mucho. El lema exhibido en los autobuses me parece correcto en parte, pero lo corregiría de la siguiente manera: Probablemente Dios no existe, pero los obispos existen realmente. O mejor así: Dios no existe; Rouco sí. O quizá éste, que también podría ser útil a creyentes moderados: Olvídate de Rouco y de Cañizares, aunque creas en Dios.

No entraría a discutir la existencia de Dios, asunto secundario, sino a cuestionar el papel, aquí y ahora, de los que dicen -lo dicen ellos, claro, no Dios- ser los administradores de la hipotética voluntad divina en este mundo y en el otro, porque su celo llega más allá de la muerte.

Repito, Dios no molesta; son los obispos los que no nos dejan vivir ni morir en paz.

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