viernes. 29.03.2024

Dinamarca, ¿ejemplo de civilización?

NUEVATRIBUNA.ES - 24.10.2010Hay días que parece que uno se hallara sumido en un océano de estupefacción, de desidia, de hartazgo cósmico, de locura, de hastío emocional y reivindicativo, pero es que la tortura animal es inescrutable y parece que no tiene fin. En cierto modo, se refería a ello el orador y político romano Cicerón cuando señaló que la historia es maestra de la vida.
NUEVATRIBUNA.ES - 24.10.2010

Hay días que parece que uno se hallara sumido en un océano de estupefacción, de desidia, de hartazgo cósmico, de locura, de hastío emocional y reivindicativo, pero es que la tortura animal es inescrutable y parece que no tiene fin. En cierto modo, se refería a ello el orador y político romano Cicerón cuando señaló que la historia es maestra de la vida. Está claro que la historia sustenta nuestro futuro y, por ende, nuestros valores. Pero el futuro no deja de ser una auténtica quimera cuando los derechos de los animales se pisotean cada día sin que a muy poca gente parezca importarle.

Ya sabemos que la cultura de lo políticamente correcto está demasiado extendida – y la disidencia cada vez es minoritaria-, así que luchar ariamente por los animales cautiva muy poco a nuestras atormentadas consciencias. No voy a entrar en el continuo debate de si realmente los animales tienen derechos en cuanto no tienen deberes. Quién quiera oír que oiga, que decían las sagradas escrituras. Con todo, poco importa la vida de los animales cuando los consideramos como meras cosas al servicio de los humanos y cuya sensibilidad no suscita nuestro interés. Al fin y al cabo, tienen un mayor valor y aprecio cuando están muertos o cuando nos lo pasamos maravillosamente con ellos torturándolos por las calles de nuestras localidades. Y, sin embargo, ¡cuánta hipocresía que destilamos! Es más fácil dejarnos el aliento y la sangre caliente para intentar cerrar las centrales nucleares –cuya opinión me la reservo para no caer en el ostracismo disidente-, cortar carreteras para impedir la interconexión entre España y Francia a través de una línea de muy alta tensión (MAT), manifestarnos por el vergonzoso y aterrador aumento de las mujeres asesinadas víctimas de sus parejas o salir orgásmicamente a la calle para celebrar, en un ambiente erótico-futbolero, la conquista de un título, que denunciar incansablemente, en cambio, el sinfín de barbaridades que el hombre perpetra cada día y que supone diariamente la muerte de millares de animales. Esto lo dejamos para los freaks del tofu, que me dijo cierto día un personaje de cuyo nombre no quiero acordarme.

Huelga decir que no es una crítica feroz a la progresía como única responsable de este silencio. En la tortura animal no hay espectros ideológicos y si los hubiera, el liberalismo y el conservadurismo no le irían a la zaga en complicidad. Pero deberíamos hacer una reflexión colectiva y asumir que ciertos comportamientos chocan frontalmente con los valores entronizados de justicia y de solidaridad y que con demasiada facilidad nos llenamos la boca de pronunciar. Nos conmocionamos ante la tragedia de Haití. Nos llevamos las manos a la cabeza con las inundaciones de Paquistán, las declaraciones del jerarca de la Iglesia Católica que proceda o del hambre atroz de la India. Pero somos incapaces de sobrecogernos con la tortura pública de un animal en España, Francia y Latinoamérica, o con todo el salvajismo que se esconde detrás de los mataderos o con las salvajadas atroces de la matanza de focas en Canadá. No nos engañemos. Somos una sociedad bárbara, que nos creemos los amos del universo y que, a la sazón, por donde pasamos no dejamos bestia viviente, aunque vaya en contra del sentido común y de la ética.

Pero hay que ver qué transversal es la tortura -de la que la Piel de toro no puede presumir en exclusiva-. Llegado el caso sería digno de un estudio antropológico digno del museo de los horrores. En esta competición de la brutalidad hay países que no quieren quedarse atrás. Dinamarca, ese pequeño país escandinavo, espejo de prosperidad y que se jacta de rayar la perfección y ser un paradigma de libertad, esconde una cara oculta, un rostro que muchos desconocen y que nos indica que el eslabón perdido no parece estar tan lejos de ser encontrado. Los daneses son firmes candidatos a llevarse el título a la barbarie nacional para bochorno generalizado.

Cada primavera el mar que baña las costas de las Islas Feroe, se tiñe de sangre –y no precisamente por algún efecto maquiavélico del cambio climático- de un modo salvaje y cruel. Allí los delfines calderones son exterminados sin ningún tipo de escrúpulos, convirtiéndose en un espectáculo siniestro, horrendo y de muy difícil articulación en una sociedad que presume de modernidad. Poco importa, pues, que el Índice de Prosperidad del Instituto Legatum 2009 lo ubique como uno de los mejores países del mundo para vivir. O que tenga los salarios más altos del mundo. O que se encuentre entre los tres países más ricos del mundo, junto con Noruega e Islandia. O que según el Índice de Paz Global 2009, sea el segundo país más pacífico del planeta, sólo sobrepasado por Nueva Zelanda. Cuando acaba el invierno se transforma en el país más bárbaro y cruel del mundo.

Algunos arguyen que se trata de una tradición –como si las tradiciones fueran la coartada y una patente de corso para justificar las atrocidades- y del sustento económico de los lugareños. ¿Puede una tradición justificar un crimen? Poco les importa la respuesta. Esta orgía de sangre nadie se la quiere perder. Y es que debe ser muy divertido ver cómo cientos de cetáceos nobles, con sensibilidad, con una belleza sin igual y con el derecho a vivir, son masacrados por los labriegos de turno. Debe ser fascinante ser testigo de cómo les acuchillan y aplaudir a rabiar a los valientes. Será divertido, pero es una miseria humana sin parangón. Por mucho que presuman de ser el paradigma de la civilización. Y es que la crueldad, aunque se disfrace de belleza escandinava y se bañe entre halagos por doquier, siempre es malvada. Es cierto, por tanto, aquello de que la inteligencia criminal siempre asesina a la inocencia animal. Dinamarca puede impartir una cátedra de ello.

Javier Montilla - Periodista y escritor

Blog: jmontilla.blogspot.com
 










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