viernes. 29.03.2024

Diga treinta y cinco

En el PP están convencidos de que su futuro como partido gobernante pasa por asegurarse la condición de lista más votada.

En el PP están convencidos, tras los resultados de las elecciones autonómicas y locales, de que su futuro como partido gobernante pasa por asegurarse la condición de lista más votada

Para intentar entender -que no compartir- la estrategia del Partido Popular en la recta final ante las elecciones generales de diciembre, hay que cerrar los oídos a sus declaraciones públicas y lograr alguna confidencia privada, contrastarla con las encuestas publicadas, con el recuerdo de voto y con el pronunciamiento de los españoles en cuestiones concretas referidas a aquello que afecta directamente a sus intereses personales. El verano vacacional es un buen momento para reflexionar, mantener algunos contactos distendidos, mirar con cierta distancia el curso de los acontecimientos, y superar los impactos coyunturales de las noticias aisladas para dejar que aflore la imagen completa del relato. Desde esas premisas, se convierte en una obligación moral alertar del riesgo que supone considerar, con simpleza, que en la calle Génova se ha instalado un virus de autodestrucción que le hace tomar medidas que van aparentemente en dirección contraria a las posiciones que defienden el resto de las fuerzas políticas en España. La última y más clamorosa, su propuesta de modificar las competencias sancionadoras del Tribunal Constitucional.

Ocurre -y esto pertenece al ámbito de la confidencia- que en el PP están convencidos, tras los resultados de las elecciones autonómicas y locales, de que su futuro como partido gobernante pasa por asegurarse la condición de lista más votada, con la suficiente distancia respecto al Partido Socialista para impedir que la suma aritmética con otras fuerzas reproduzcan los pactos alcanzados en Ayuntamientos y Comunidades. La barrera estimada para lograr ese objetivo es conquistar, al menos, un 35% de los votos y contar con la predisposición de Ciudadanos a apoyar -con condiciones- al partido ganador. Como en Andalucía o Madrid. Los sucesores de Arriola creen que no será imposible recuperar un millón de los votos perdidos desde 2011 con una política nueva de comunicación y un afianzamiento de su mensaje de nacionalismo español frente a cualquier otro nacionalismo emergente. Artur Mas se ha convertido así en un magnífico aliado para su estrategia de instalar la idea de que el Partido Popular es el más firme bastión, sin complejos, contra las pretensiones secesionistas.

Rajoy admite que su discurso para Cataluña pueda incluso contribuir a generar más votos independentistas. No parece preocuparle en exceso. Su objetivo es fijar la marca y competir con Ciudadanos y el PSC en el arco constitucionalista. Con la red de seguridad que le proporciona la invalidación del proceso independentista sea cual sea el resultado del 27 de septiembre. Y la convicción de que no se quedará solo en ese momento histórico. La apuesta tiene, evidentemente, muchos riesgos. El principal, provocar un ruptura insuperable con una importante proporción de la sociedad catalana. También, deteriorar las relaciones con el principal partido de la oposición, que es indispensable para el mantenimiento de un modelo democrático que precisa de políticas de Estado para afrontar los grandes retos del País, incluida cualquier reforma de la Constitución. Los dirigentes del PP soslayan ahora esos riesgos, porque su máxima preocupación es conquistar los 150 diputados que asegurarían la permanencia en La Moncloa. Han reaccionado como un animal herido ante la pérdida del poder territorial y van a movilizar todos sus recursos para tomarse la revancha a finales de diciembre.

La respuesta –mejor sería haber podido escribir “la iniciativa”- desde la izquierda tendrá que formularse con claridad, sin mensajes contradictorios. Desde la convicción de unas ideas que alimentan los principios de igualdad y solidaridad entre los ciudadanos y los pueblos de España. Un programa que no hay que inventar porque está en la esencia del socialismo y de todas las fuerzas progresistas. Queda poco tiempo, apenas tres semanas, y no puede malgastarse en ensayos de laboratorio y sutilezas argumentales. Olvidemos los calores y las tormentas de Agosto.

Diga treinta y cinco