jueves. 28.03.2024

Democracia o corrupción

Wells, Huxley, Orwell, Ernst Jünger, para no citar más que a los grandes, han advertido acerca de la posibilidad de pasar de la ideología tecnológica al armagedón totalitario, en el que los ciudadanos ya no tienen papel que interpretar. Convertido en instrumento, en medio, y no en fin, el individuo de 1984 es abolido, rechazado a lo abstracto, en un atrezzo impúdico en el que el mercado ha sustituido al hombre como asunto central.

Wells, Huxley, Orwell, Ernst Jünger, para no citar más que a los grandes, han advertido acerca de la posibilidad de pasar de la ideología tecnológica al armagedón totalitario, en el que los ciudadanos ya no tienen papel que interpretar. Convertido en instrumento, en medio, y no en fin, el individuo de 1984 es abolido, rechazado a lo abstracto, en un atrezzo impúdico en el que el mercado ha sustituido al hombre como asunto central. “La cuestión del siglo XX fue: totalitarismo o democracia. La cuestión de hoy es: democracia o corrupción”, escribe André Glucksmann. Y ningún daguerrotipo de la corrupción más plástico que el Estado fallido en el que los derechos cívicos, las libertades públicas, la igualdad son menos importantes que el balance de un banco. Como nos advierte Tzvetan Todorov, se trata de un sistema que “se caracteriza por una concepción de la economía como actividad completamente separada de la vida social, que debe escapar al control de la política”

El acto político queda reducido al sometimiento a esa realidad impuesta como inconcusa de las exigencias del dinero, mientras el valor de cambio se convierte en el único criterio tanto en la gestión de lo público como en el de las actitudes morales privadas. Un escenario propicio para que crezca la corrupción. Ya no existen barreras políticas ni éticas, pues la centralidad autoritaria del sistema favorece que se muestre como irreversible y, consecuentemente, actuar con toda crudeza ante una ciudadanía compelida.

Como ya no es posible un pacto que acoja las demandas de la mayoría social, sólo queda el recurso del miedo como única política. Miedo a la deuda, a quedarse en la calle, miedo al paro y al trabajo, miedo a protestar, miedo a caer enfermo, a no poder educar decentemente a los hijos, miedo a quedarse embarazada. Como anunciaba Hobbes, el terror como piedra angular de la organización de la vida. Quizá la explicación esté en lo que Michel Foucault llama el principio de Solzhenitsyn o del terror: “La gobernabilidad en estado desnudo, en estado cínico, en estado obsceno. En el terror, es la verdad, y no la mentira, lo que inmoviliza”. El Estado “reprivatizado” por intereses organizados, siempre ha sobrevivido a costa de la democracia.

Ante el irracionalismo de la racionalidad del mercado, que sólo ve al hombre como un precipitado de la economía, es necesario clamar por la resurrección de las ideologías, pues en momentos como éste su tarea no sería exclusivamente política, sino también moral.

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