sábado. 20.04.2024

La delgada línea roja

Los políticos no son una “casta”, pero tienen que hacer un esfuerzo constante para no favorecer demagogias...

El lunes 2 de junio de 2014, forma parte ya de la Historia de España. Tras una breve comparecencia del Presidente del Gobierno dando cuenta de la comunicación trasmitida por el Rey anunciando su propósito de abdicar, y las consecuentes medidas a adoptar por el Consejo de Ministros y las Cortes, el propio Monarca se dirigió a la Nación para refrendar la noticia y emitir un mensaje del que se ha subrayado su voluntad de abrir las responsabilidades a una nueva generación, que él simbolizaba en el actual Príncipe de Asturias. La trascendencia del hecho y el impacto añadido por el efecto sorpresa que se diseñó para compartirlo con el grueso de los españoles, ha hecho que cualquier otro de los grandes temas políticos a debate haya pasado a un segundo plano.

Al igual que en otros momentos de nuestra reciente historia, como la dimisión de Adolfo Suarez, la falta de detalles en la exposición de Don Juan Carlos y en la del Presidente del Gobierno han abierto paso a los rumores y las especulaciones. De nuevo son fuentes que se niegan a dar su nombre quienes van construyendo el relato y obligando a algunos protagonistas a reconocer a regañadientes que ellos sí estaban al tanto desde hace meses de las intenciones del Jefe del Estado. Un secreto compartido por más de dos personas no tarda mucho tiempo en dejar de serlo, aunque hay que reconocer que en este caso quienes han apoyado al Rey en la toma de decisión y en el planeamiento del calendario se han comportado con una discreción inédita. Pese a lo cual, no faltaban quienes ya desde el mes de enero estaban en condiciones de saber que las dos grandes formaciones políticas españolas, a través de sus máximos dirigentes, habían abierto un diálogo con la Zarzuela, en el marco de la lealtad institucional, para plantear la conveniencia de una abdicación que permitiera la sucesión de la Corona con el menor traumatismo posible.

A falta de una información completa, exigible por unos ciudadanos que han demostrado una gran madurez democrática a lo largo de las últimas décadas, es normal que proliferen las especulaciones y se abra un debate sobre la oportunidad del momento escogido e, incluso, sobre una cuestión de fondo: la conveniencia de plantear un reforma Constitucional que podría afectar hasta a la forma de Estado. No puede extrañar, ni nadie lo puede impedir, que haya quien vincule la decisión del Monarca al impactante resultado de las elecciones al Parlamento Europeo, que han visualizado un debilitamiento de las dos grandes fuerzas políticas nacionales, ahora convertidas en las principales garantes del Pacto Constitucional. Nadie puede cerrar los ojos, tampoco, al momento decisivo que vive el Partido Socialista, inmerso en un proceso de relevo en su dirigencia en el que se ha colado de improviso, o ha eclosionado, el debate sobre el alma republicana y la praxis constitucional. Ni puede soslayarse la realidad de que los partidos nacionalistas moderados, CiU y PNV, hasta ahora sumados al bloque constitucional, como los herederos del PCE, hayan pasado a engrosar las filas de la abstención o del no a la Ley Orgánica que solemniza la abdicación.

Los problemas que prioritariamente afectan a los españoles y hacen dramática la existencia de millones de ellos, son el paro y la desesperanza sobre un futuro económico que no consagre los contratos abusivos, de mera subsistencia en todo caso. Y la corrupción, que sigue ensuciando demasiadas instituciones. Pero precisamente por eso, la obligación de los políticos con capacidad de gobierno es recuperar la conexión con la calle y hacer partícipes a los ciudadanos de sus decisiones, sin tentaciones de volver a los superados tiempos del despotismo ilustrado, que he denunciado alguna vez en este mismo medio. Los políticos no son una “casta”, pero tienen que hacer un esfuerzo constante para no favorecer demagogias. No pueden convertir en “tabús” reservados para una élite los temas que conciernen al conjunto de un país. En libertad, no hay ninguna otra línea roja que la que marca el cumplimiento de las leyes. Porque, al final, son ellos quienes pueden quedar atrapados en una red de líneas rojas. Y despertar un 25 de mayo en medio de una pesadilla.

La delgada línea roja