jueves. 18.04.2024

De Poznan a Copenhague: un año para el reto del siglo

Poznan, Polonia, primeros de diciembre de 2008, los representantes de 187 países dan vueltas una y otra vez a un texto en el que se pretende recoger un programa de intenciones para reducir las emisiones de gases generadores de “efecto invernadero”, responsables del galopante cambio climático que padecemos, a partir de 2012, en el que expira el Protocolo de Kioto.

Poznan, Polonia, primeros de diciembre de 2008, los representantes de 187 países dan vueltas una y otra vez a un texto en el que se pretende recoger un programa de intenciones para reducir las emisiones de gases generadores de “efecto invernadero”, responsables del galopante cambio climático que padecemos, a partir de 2012, en el que expira el Protocolo de Kioto. Los países industrializados, con un representante de la administración Bush al frente, un tal Watson, prepotente y chulesco, intentan quitarse de encima la responsabilidad de lo que está pasando, exigiendo que sean también los llamados países emergentes los que reduzcan sus emisiones. No quieren compromisos concretos y sobre todo, no quieren pagar. Se niegan a sufragar una parte de los costes de adaptación de los países en vías de desarrollo a los problemas que ya les está causando el calentamiento global. Los países con un desarrollo económico creciente, junto con los más pobres, exigen generosidad de los ricos para reducir su contaminación. La Unión Europea sigue jugando el papel más progresista del bloque industrial, manteniendo su apuesta por el factor 20: 20 % de reducción de emisiones, 20 % en eficiencia y 20 % de energías renovables en el 2020,a pesar de las concesiones a la industria alemana y de las presiones de los antiguos países del Este, encabezados por el presidente checo Klaus, converso al neoliberalismo furibundo, euroescéptico y negacionista del cambio climático a quien, ¡sálvese quien pueda!, le toca presidir la Unión a partir del 1 de enero.

Al final, se resuelve la cuestión con una faena de aliño: los ricos dotarán el fondo para ayudas, en este campo, a los pobres, con una cantidad que puede ir de 80 a 300 millones de dólares anuales y podrán reducir después del 2012 (eso dicen) sus emisiones entre un 25 y un 40 %, mientras que los países en vías de desarrollo, aceptan por primera vez la posibilidad de reducir las suyas entre un 15 y un 30 %.

Ni bien ni mal, han dicho los ecologistas. No se avanza, aunque tampoco se retrocede. Lo que avanza imparable es el calentamiento global y sus efectos, que están produciendo ya millones de refugiados ambientales en muchos países del Tercer Mundo. Esta reunión de Poznan ha sido una cita fallida, pero que ha servido para que el grupo de países en proceso de desarrollo avanzado, encabezados por China e India en Asia y Brasil en América, enseñen los dientes y adviertan a Occidente que la negociación para concluir dentro de un año en Copenhague, no va a ser un camino de rosas. Si las consecuencias del cambio climático las empiezan a sufrir los países más vulnerables por su situación geográfica y su debilidad económica, no están dispuestos a ser ellos los que además paguen los costes de reducir sus propias emisiones de dióxido de carbono “mientras millones de personas pierden sus vidas y sus hogares debido al cambio climático” como dijo el representante de India.

En esto, como en casi todo, se aguarda el santo advenimiento de Obama que anuncia la disposición de EE.UU. a reducir emisiones de manera importante, en la misma línea que la Unión Europea, de aquí a 2020 y más allá, abriendo las puertas a una negociación aceptable para que, por fin, se aborde desde todos los frentes, el reto más acuciante para el siglo XXI: frenar el calentamiento global, que ya supone un factor agravante de la pobreza y las desigualdades que hoy afligen a dos tercios de los seres humanos que habitamos este planeta.

Pedro Diez Olazábal

De Poznan a Copenhague: un año para el reto del siglo
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