jueves. 18.04.2024

De globos a insectos: El desplazamiento del crimen y el narco

nuevatribuna.es | 24.02.2011En un artículo de la revista Nexos de este mes que ha causado ya bastante revuelo (“La muerte tiene permiso”) Fernando Escalante muestra con cifras algo que los críticos de la estrategia de guerra contra el narco del gobierno federal mexicano sospechaba(mos)n voluntariosos: que en la mayoría de los estados donde se han desplegado operativos conjuntos policiaco-militares desde finales de 2006 se rompió una tendencia

nuevatribuna.es | 24.02.2011

En un artículo de la revista Nexos de este mes que ha causado ya bastante revuelo (“La muerte tiene permiso”) Fernando Escalante muestra con cifras algo que los críticos de la estrategia de guerra contra el narco del gobierno federal mexicano sospechaba(mos)n voluntariosos: que en la mayoría de los estados donde se han desplegado operativos conjuntos policiaco-militares desde finales de 2006 se rompió una tendencia a la baja de varios años en cuanto a violencia homicida y se sufrió un repunte alarmante que la frase tan repetida de “se están matando entre ellos” no alcanza a explicar.

Escalante lanza una hipótesis explicativa que sonará a muchos de sus alumnos: la puesta en marcha de operativos militares está trastocando el orden local de los municipios de esos estados. Un orden formado de arreglos complejos (uno de ellos es la negociación del incumplimiento selectivo de la ley), en el que la policía local (más o menos corrupta, más o menos ineficiente) tenía un papel irremplazable en el corto plazo: el de administrar la gran cantidad de mercados informales e ilegales que, como en otras partes del mundo, existen desde siempre e implican una serie de transacciones cotidinas en las que participa buena parte de la sociedad.

En estos estados, además, si antes de los operativos conjuntos la violencia homicida se concentraba en solo algunos municipios, tras la llegada de la “guerra” dicha violencia repuntó no sólo en sus “espacios originales”, sino en prácticamente toda la geografía estatal.

Me interesa un tema que toca este último hallazgo de Escalante y que ha sido tratado más por la prensa nacional que por la academia: el efecto de desplazamiento del crimen. O lo que los medios han llamado, con dudoso gusto, “el efecto cucaracha”. El desplazamiento de la narcoviolencia de un estado a otro, de una ciudad a otra, o de un país a otro como resultado de una reducción inmediata de la violencia en otro punto geográfico. Me parece relevante porque no se trata de una elucubración de algún periodista. Como apunta el profesor Jorge Chabat, sí hubo ya desde el primer operativo conjunto en Michoacán a finales de 2006 un efecto de desplazamiento. A raíz de tal operativo, comenzó a crecer la violencia relacionada con el crimen organizado en estados que no presentaban tal fenómeno de manera tan importante como Sonora, Nuevo León, Veracruz, y Tabasco.

En términos abstractos, la teoría del “desplazamiento del crimen” arguye que con determinadas estrategias anticrimen el delito simplemente se relocalizará y no se eliminará si no se atacan sus causas radicales. Tal desplazamiento puede ser de lugar, de tiempo, de objetivo, de estrategia, o de tipo de crimen.

Todo sea dicho, varios estudios han sugerido que este desplazamiento muchas veces no es total, y en otras ocasiones puede ser hasta benéfico. Sin embargo, el desplazamiento bien puede ser negativo o “maligno” cuando la relocalización incrementa el volumen de crimen, se da un paso hacia nuevos delitos más serios, se vicitimiza a grupos más vulnerables, etc.

Aunque estudiosos como el profesor Rob Guerette de la FIU estiman que la mayoría de las afirmaciones de desplazamiento están basadas en suposiciones más que en evidencia empírica, la hipótesis del desplazamie to se sostiene bastante bien para el tema del narcotráfico y la violencia asociada a este, especialmente en términos de desplazamiento espacial, como muestran algunos ejemplos que a continuación presento.

Lo cierto es que muchos de los estudios que niegan en parte el desplazamiento negativo del crimen lo hacen pensando en crímenes distintos al narcotráfico y la narcoviolencia y se ocupan de un “efecto desplazamiento” producto de estrategias de prevención (reducción de oportunidades del crimen), no producto de estrategias confrontacionales como las que actualmente se utilizan mayoritariamente contra los grupos traficantes. Pienso que, si con métodos preventivos existe desplazamiento, con estrategias como las de la lucha contra las drogas convencional este será mucho más claro y nocivo.

La experiencia internacional

Un poco de atención a la historia del tráfico mundial de drogas ilícitas da cuenta de la relación de interdependencia negativa que ha existido entre los proclamados triunfos del prohibicionismo (siempre a granel: hectáreas quemadas, toneladas decomisadas, capos capturados, pistoleros muertos) y la ampliación del campo de batalla del narco a otras geografías.

En otra ocasión ya hemos mencionado el papel que tuvo el efímero triunfo de la Operación Cóndor (apoyada por Wahington) de fumigación aérea a plantíos de marihuana en el norte de México en la “bonanza marimbera” de Colombia de mediados de los 70. El exitoso ataque a la producción de marihuana en Jamaica en aquellos años también tuvo que ver en este importante repunte de la marihuana andina.

De igual manera, siguiendo la investigación de la profesora del Colegio de México Mónica Serrano, hubo una correlación negativa para el caso de la heroína entre México y Turquía en la misma época: la eficaz proscripción que el gobierno turco impuso en 1971 al cultivo de adormidera abrió una nueva ventana de oportunidad que los productores mexicanos de opio aprovecharon de forma espectacular. En menos de tres años la participación de la producción mexicana en el mercado de heroína de Estados Unidos dio un salto de un promedio de entre 10 y 15 por ciento a cerca del 80 por ciento del total de la oferta. Esta reconocida internacionalista llama a este efecto de desplazamiento el “efecto globo”.

Poco después, en los años 80, los trabajos desde Washington para sellar el paso de cocaína a través del Caribe hacia Florida y los esfuerzos del gobierno colombiano por dar caza a los capos detrás del asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla redundaron en una desviación del eje del tránsito de la cocaína colombiana: del Caribe se pasó a Centroamérica y desde ahi a México, la nueva ruta por excelencia para el flujo de esta droga, y parte de la explicación de la situación actual del país.

De nuevo, a riesgo de ser cansinos en la repetición de ejemplos, cuando los cárteles colombianos fueron reducidos a centenares de pequeñas organizaciones (los famosos “cartelitos”) y sus principales líderes encarcelados o asesinados, el resultado fue el fortalecimiento de las organizaciones criminales mexicanas, que siguieron importando cocaína de Colombia solo que en una posición de superioridad con relación a sus contrapartes andinos... y el aumento de la violencia en nuestro país.

Por último, los enormes esfuerzos desplegados para la erradicación de cultivos de coca por medio de la fumigación en el marco del Plan Colombia han estado íntimamente ligados al resurgimiento del cultivo de coca para fines de narcotráfico en Perú, al aumento del mismo en Bolivia, y a su inusitada emergencia en Ecuador, como señala oportuna Serrano.

¿Qué implica la evidencia del desplazamiento?

No poca cosa. En primer lugar, que un problema inherente a las políticas antidrogas (en un escenario de prohibición y centradas en la producción y el tráfico) es que los esfuerzos de un Estado o región para defender su seguridad frente al narco puede fácilmente minar la seguridad de otros Estados o regiones.

Hay quienes aseguran que estos esfuerzos están indefectibemente destinados a aumentar la vulnerabilidad de otras zonas, a exportar el problema en lugar de resolverlo. Lo cierto es que la ductilidad y movilidad de las nuevas organizaciones criminales ayuda a que simplemente se reubiquen y que sean difícilmente eliminadas. Y estos tránsitos las van dotando de una capacidad de adaptación más rápida y eficaz.
Y en segundo lugar, que las intervenciones en la producción y el tráfico de drogas pueden (en el mejor de los casos) tener un éxito temporal en donde se producen o trafican estas drogas, pero difícilmente incidirán de forma importante en la producción global, pues los circuitos de tráfico se desviarán pero no desaparecerán.

Creo que la pregunta que vale la pena hacerse, y que es posible plantear a través de la evidencia de este pernicioso efecto de desplazamiento, es la que se desprende del trabajo de Serrano: ¿qué tanto y cómo los esfuerzos de una política prohibicionista, desencandenado estos desplazamientos, reactivan constantemente patrones de consumo, mapas de tráfico y rutas de violencia, sumiendo a regiones y países en círculos viciosos?

Es un asunto especialmente relevante para el tema de la cooperación internacional en temas de seguridad: ¿cómo es posible hacer congeniar una cooperación necesaria con políticas cuyos resultados a mediano plazo pueden ser la migración de organizaciones, la apertura de nuevas economías ilegales o el contagio de comportamientos violentos a otros países (vecinos o no)?

Una cooperación en un escenario tal se vuelve compleja, irregular, episódica. No por nada Serrano estima que en el actual paradigma prohibicionista la intensificación de los esfuerzos contra las drogas más que fortalecerlas, podrían contaminar las relaciones entre estados amigos, pues va en ello su seguridad. La cooperación puede volverse así el escenario de reprimendas, y de reproches mutuos. O, en un caso extremo, inhibirse por una acción estatal con buenas intenciones.

Las consecuencias negativas de una estrategia centrada en lo policial/militar y en la oferta en el marco de un paradigma prohibicionista no son pocas. El efecto desplazamiento es solo una de ellas. Y aunque está claro que la indiferencia no es una opción ante el problema del tráfico de drogas, también lo está que las políticas de prohibición tienen costos elevadísimos, cuyos magros triunfos difícilmente compensan. Mientras siga vigente el paradigma prohibicionista, seguiremos caminando en círculos y habrá efectos “cucaracha” y “globo” para rato.

César Morales Oyarvide | Politólogo mexicano

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