sábado. 20.04.2024

De globalización, de jóvenes y de mulatos

Hace tiempo que discutía a menudo con mi profesora de filosofía sobre la globalización, o más bien nos divertíamos , yo al menos. Al final de bachillerato era obligatorio hacer un gran trabajo y ella era mi tutora.

Hace tiempo que discutía a menudo con mi profesora de filosofía sobre la globalización, o más bien nos divertíamos , yo al menos. Al final de bachillerato era obligatorio hacer un gran trabajo y ella era mi tutora. Mi trabajo, que aun sigo sin entender, pero que contaba tanto como para tomárselo bastante en serio, consistía en una video de unos diez minutos, medio borroso y con una música klezmer (música de judíos) que invitaba a la nostalgia sin saber muy bien por qué razón, en el que iban pasando kilómetros, grabados desde la ventana de un coche, carteles de ciudades, y gansos aduaneros. Eso era todo. Al jurado le repartí el trabajo escrito, un tocho de unas cien páginas en el que parecía decir mucho, pero en realidad no decía nada, y unos folletos en los que el día antes había dibujado mi pie andando por el jardín, así era como acababa el video. Supongo que a modo de aclaración.

En la exposición oral, donde no dije nada de lo que me había preparado, hablé del muro de Berlín, de los jóvenes, de los mayores (me faltó decir lo que había comido el día antes), y de la globalización. Y ahí, delante de los tres profesores del jurado, de mis compañeros de clase, de mi padre, y de los padres de L., puse fin a esa tortura con una buena llorera y un par de mocos tendidos. Un horror, desde luego. Me pusieron un diez, eso sí, ¡como para llevar la contraria a un chiflado!

Pero mi profesora y yo discutíamos, sí. Yo defendía la globalización y ella contraatacaba. Porque decía que destruía los valores individuales y acabaríamos perdiéndonos. Y yo le decía que no, que era necesario, que no tenía nada que ver con perdernos, que era más bien encontrarnos. Nunca llegamos a un acuerdo, por mi culpa seguro, porque ni yo sabía lo que quería decir. Pero sabía que había algo que quería decir.

Pues bien, han pasado ya unos cuantos años de eso y me sigo acordando de vez en cuando. Hoy mismo.

Y es que por aquel entonces las cosas iban bien. La única crisis de la que habíamos oído hablar, era la de los cuarenta, años, quiero decir. Se levantaban edificios a las afueras de las ciudades, el Pryca creció y se convirtió en un gran Carrefour, el contacto con Europa eran las alemanas rojas y las rusas blancas de las playas de Salou, Chirac era bueno, odiábamos a Estados Unidos, y nos reíamos de Bush comiendo galletas. Eran días de sol. Pero han pasado ya siete años de eso. Las ciudades han dejado de crecer, el Carrefour se ve obligado a rebajar sus precios a la gente mayor, las alemanas siguen rojas, pero ahora es porque Ángela las tiene acorraladas, las rusas siguen blancas, pero es que como para tener color con la que les viene encima con ese retorno de Pedro el Grandísimo, Chirac ahora es malo, ya no odiamos a Estados Unidos, ni nos importa, y Bush.. Bush que coma lo que le de la gana.

Pues me daréis la razón en que quizás ahora sí tendría sentido tender algún que otro moco. Hoy he leído un artículo en la Vanguardia sobre los jóvenes que emigran, uno de tantos artículos.

Ahora ya sí parece que nos globalizamos. Que los orígenes, la patria (hay que ver lo que se llena la boca al hablar de ella), las tradiciones, las plazas en las que jugamos, y en las que juegan nuestros hijos, … que parece que no vaya a ser demasiado doloroso reducir todo eso al ondear de la bandera sí algún día volvemos a ganar el mundial. Que para lo demás somos jóvenes, que ya no vamos a misa, que somos libres y que si este país es verdad que se está hundiendo en la mierda, ¿qué y quién va a obligarnos a quedarnos?

Y me río de esa maldita llorera.

Que la levedad de las maletas a los veinticinco, es hasta placentera. Que no habría mulatos ni mulatas si la gente no se hubiera puesto en marcha. Que al fin y al cabo, ¿a quién y por qué tenemos que agradecer el qué? Que se nos ha dejado bien claro que ya nada nos pertenece. Que la Constitución, si se me permite la biblia de ateos y creyentes, ya no es más que la novela de la que solo recordaremos que la escribió Robespierre ¿o era Dante? No sé, pero está escrita para teatro y se lee fácil. Una Divina Comedia.

Sin embargo, que es un poco de cobardes el darnos cuenta de esto sólo cuando el agua llega el cuello, eso no lo niego. Pero eso ahora da igual. Es por eso que os ánimo a iros, qué demonios, que yo me voy detrás, y ya que nadie nos avisa dejemos algo claro, ahora tenemos veinte, y nos vamos porque nos han engañado, y porque queremos lo que es nuestro. Pero creceremos. Y los veinte quedarán atrás. Y las cosas volverán a ir bien, Angela se hará vieja y las alemanas rojas volverán a Salou, Pedro el Grandísimo algún día se cansará, digo yo, y las rusas blancas volverán también, Estados Unidos volverá a imponer la paz en algún país y las ciudades volverán a retomar sus obras. Que siempre acaba por ocurrir y España volverá a ser sol y playa.

Y volveremos, esta vez con cuarenta. Y pisaremos la tierra, nos emocionaremos con las cañas en Gran Vía, les contaremos a nuestros hijos –mulatos quizás- lo bien que lo pasamos veinte años atrás. Nos diremos a nosotros mismos que ya es tiempo de volver, que ya lo probamos todo. Y repito, pisaremos la tierra, el barbecho natural quizás, y la volveremos a dejar estéril para las generaciones futuras, que de nuevo no tenderán la culpa de nada.

Es por eso que, hagamos lo que tengamos que hacer, pero seamos consecuentes con ello. Que o somos o no somos., globalizados digo.

Dicho esto, pongámonos en marcha.

De globalización, de jóvenes y de mulatos
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