viernes. 19.04.2024

Cumbre de Londres: mezclarse con la conciencia

NUEVATRIBUNA.ES - 3.4.2009Las informaciones y valoraciones de políticos y medios de comunicación sobre la Cumbre del G-20 celebrada ayer en Londres no dejan prácticamente aire para la duda: ha sido un éxito en todos los terrenos.
NUEVATRIBUNA.ES - 3.4.2009

Las informaciones y valoraciones de políticos y medios de comunicación sobre la Cumbre del G-20 celebrada ayer en Londres no dejan prácticamente aire para la duda: ha sido un éxito en todos los terrenos. ¡Ojalá, a la vista de la que está cayendo sobre las espaldas de la ciudadanía de todo el Planeta!

Sin embargo, creo que es imprescindible, frente a ese auténtico tsunami, buscar el espacio para respirar y hacer una lectura crítica de lo acordado a la vista de la realidad económica que ha provocado la crisis y, hasta la fecha, la alimenta con fuerza, sin visos de bajar la potencia de la máquina destructora de empleos y esperanzas.

Seamos sensatos: no ha sido la avaricia de unos cuantos ejecutivos bancarios ni la irresponsabilidad de un puñado de especuladores financieros ni la existencia de los paraísos fiscales lo que nos ha puesto al borde del abismo. Ha sido algo más profundo lo que nos ha empujado a él: la existencia de un capitalismo desregulado y, por primera vez, hegemónico en todo el Mundo que hemos convenido en llamar globalización neoliberal. La crisis de sobreproducción que estamos viviendo es consustancial al sistema y únicamente cambios estructurales en el mismo pueden sacarnos de ella a medio plazo, no medidas inconexas que ataquen los síntomas de la enfermedad sin ir a las causas de la misma.

Para entendernos, la diferencia es, usando un ejemplo televisivo, muy simple: o bien preferimos ponernos en manos del Doctor House, con su mal genio y sus dolorosas palabras, o a cargo de los atractivos facultativos de Anatomía de Grey, preocupados ante todo por solucionar sus relaciones personales. En caso de elegir, yo no tengo dudas.

Está bien que se dote de más recursos al Fondo Monetario Internacional, pero si es para promover planes de desarrollo económico no basados en su clásica receta de ricino: el ajuste estructural. Es correcto que se provean dineros para la ayuda al comercio, pero siempre que se haga en el marco de una regulación que contemple todas las consecuencias, en el Norte y en el Sur, de hacerlo. Es adecuado que se anime a concluir la Ronda de Doha para el desarrollo (en cursiva, para que resalte su verdadero objetivo), pero hubiera sido mejor poner fechas para conseguirlo y, ante todo, compromisos de contenidos para hacerlo. Es bueno que se decida sacar los colores a los paraísos fiscales �si es que tienen vergüenza-, pero hubiera sido preferible conjurarse para cerrarlos (el Reino Unido lo tiene bien fácil, ¿verdad?). Es excelente que se cree el Consejo de Estabilidad Financiera, pero uno se pregunta por qué es imposible reformar el mandato y el proceso de toma de decisiones de las estructuras ya existentes (por ejemplo, el Fondo) para llevar a cabo esas tareas. Es necesario que el G-20 exista y asuma funciones de dirección política de la economía, pero la duda es por qué es inconcebible entronizar un gobierno económico mundial en el marco de una ONU reformada, único lugar en el que se sientan todos los que no estuvieron en la capital británica.

En fin, la pregunta no es si lo decidido en Londres va o no en la buena dirección, porque en ese caso la respuesta es SÍ con mayúsculas, sino si todo el esfuerzo puesto en marcha en la Cumbre (más el de los planes de estímulo de ámbito nacional o regional) no terminará siendo alimento de un sistema atado a las mismas dinámicas. Barack Obama pedía a los europeos más gasto frente a la crisis, a semejanza de los Estados Unidos. La respuesta, afortunadamente, fue no a ese tipo de gasto, porque en América da la impresión de que el nuevo déficit del estado (¿quién lo pagará, dentro o fuera?) puede desaparecer en el agujero sin fondo de una espiral de crisis que necesita cada vez más recursos para alimentar las mismas dinámicas que la han creado, no para hacerlas desaparecer, porque de la inversión productiva al gasto corriente va tanto trecho como el que media entre la economía social de mercado y el laissez faire-laissez passer con el hombro de lo público para apoyarse cuando vienen mal dadas.

DOS APUNTES MÁS Y UNA CONCLUSIÓN

El primer apunte: la imagen de la UE en la Cumbre de Londres ha quedado hecha fosfatina. Sin voz propia (¡cómo se hecha en falta la Constitución Europea que elaboramos en la Convención!), representada por un primer ministro checo en funciones de un perfil político lamentable, con muchos socios a la mesa (un detalle, sentada para cenar en un extremo de la misma, frente a la ASEAN, ¿demostrando el concepto que el Reino Unido tiene de la Unión?), con algunos organizando ruedas de prensa a dos, nadie se ha acordado de ella como tal, aunque sea el conjunto económico y comercial más potente y sólido del Planeta. Para un federalista como el que escribe, ha sido duro ver cómo retornábamos a hace sesenta años, cuando la Unión no existía, hasta en el lenguaje: ahora se habla de los “europeos”, y no, por supuesto, de la UE.

El segundo apunte: chapeau a la presencia de España en Londres, conseguida con ahínco por el Presidente Zapatero en base a un discurso progresista, constructivo, mediador incluso, nunca en menoscabo de la UE, que ha servido durante la Cumbre a empujar en favor de la adopción de decisiones y compromisos para avanzar. No quiero exagerar, pero tras el ingreso de España en la Unión, nuestra ya indiscutible presencia en el G-20 ha sido el mejor homenaje a la España que hizo todo lo humanamente posible para no salir de la historia precisamente cuando se ha cumplido el 70 aniversario de la victoria del fascismo en la Guerra Civil.

Mi conclusión es que a la Declaración de Londres se le van a presentar dos pruebas de fuego: que funcionen sus contenidos en términos de alivio de la crisis y, sobre todo, que sirvan, en un proceso acumulativo, para reformar a fondo el capitalismo, si no queremos que, una vez pasado lo peor de la tormenta, este vuelva de nuevo a sus peores andadas. En el primer caso, el sueño de esperanza abierto en el ExCel londinense nos abocará a una realidad mejor. En el segundo, nos abocará a una pesadilla. Y si esto último ocurre, habrá quien en Wall Street no tendrá problemas en repetir la respuesta del segundo asesino de Clarence -en el Ricardo III de Shakespeare- cuando el primer asesino le pregunta qué hará si vuelve su conciencia: “no me mezclaré con ella”. No lo dudemos, será así.

Carlos Carnero es eurodiputado y Vicepresidente del PSE

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