jueves. 25.04.2024

Cuando unos lo son y otros no tanto

Decía Pío Baroja que “En España siempre ha pasado lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad, el liberal ha sido muchas veces de pacotilla”...

Decía Pío Baroja que “En España siempre ha pasado lo mismo: el reaccionario lo ha sido de verdad, el liberal ha sido muchas veces de pacotilla”. Es decir, en un lenguaje más ajustado a la realidad de hoy, la derecha lo es, la izquierda, a veces. Y  por si fuera poco, no faltan en la trinchera progresista quienes imbuidos del RH de la revolución, llenan de minas el campo de las izquierdas, repartiendo certificados de ideología decimonónica a los adeptos, y expulsando a los “no creyentes”. De esta forma, al “ser o no ser”, sumaríamos el sempiterno mal del sectarismo dogmático, que anida a uno y otro lado de las izquierdas históricas.

Comparto la necesidad de que las izquierdas lo sean y lo parezcan. Que sean leales al código ético de conducta, y que lo hagan a partir de un programa de izquierdas, una estrategia de cambio y unas herramientas que, aunque plurales, no cedan en la defensa de los más desfavorecidos. No es posible, por ejemplo, hacer compatible dinero y democracia, justo cuando el primero pretende devaluar el poder que el voto de la ciudadanía concede a la segunda. Y por supuesto, no aceptará el poder del dinero las leyes de la democracia destinadas a mejorar la vida de la gente con recursos que, mayoritariamente, procedan de las clases y grupos que lo tienen. O de los paraísos fiscales, por ejemplo.

Pero a las izquierdas y a sus proyectos de cambio les hacen mucho daño, los heraldos de la doctrina, los predicadores del dogma y la desmemoria. Está de moda, ahora, renegar de la transición democrática en nombre de cualquier cosa. Y aquí la izquierda también debe ser y reivindicar. Cuando la lucha por la libertad exigió el concurso de los y las mejores, del sindicalismo valiente y la izquierda sin complejos, no hubo tregua ni componendas. Cuando el franquismo -con la ayuda de algún que otro socialdemócrata- quiso atar los perros con longaniza y evitar que el PCE fuese legalizado para que las elecciones quedasen en simulacro y la democracia en un apaño, los mismos de antes volvieron a dar la talla. Y cuando el combate sindical y político, con el PCE y CCOO al frente, vigilaron la transición, la derechona deambulaba agazapada y rumiaba el golpe. La transición a la democracia fue, entonces, con el peaje de 40 años de dictadura, el resultado, principalmente, de un contexto determinado y de una lucha heroica e inteligente. Por eso, constituye una gigantesca miopía que sectores de la izquierda renieguen de su propio pasado y carguen contra su esencia, a mayor gloria de aquella derechona, que ayer conspiró contra la libertad y hoy agita un relato imaginario reclamando la paternidad del cambio.

La retórica contra la transición alcanza el paroxismo cuando pretende explicar los males de la democracia actual (paro, corrupción, recortes, involución política) por “el sesgo liberal y autoritario de aquella”. Semejante disparate no tiene excusa que valga. En el caso de los que tienen edad para recordar, porque supone una revisión indigna de la transición y una desmemoria sospechosa. Por cierto, ¿qué hicieron en los años 70 tantos y tantos radicales de hoy con más de 60 años a sus espaldas? Y si nos referimos a jóvenes activistas de la democracia, a los que nunca conocieron la dictadura, pero hoy militan en la causa de la izquierda o de la indignación, porque hacen gala de una consciente ignorancia que transforman en acusación hacia una lucha política que no protagonizaron. Falta pedagogía.

Pudiera deducirse de mis palabras que se hizo  una transición inmaculada. No. Entonces como ahora, había derecha, derechona, estado social en pañales, derecho del trabajo por construir, derechos civiles a legislar, economía concentrada en grandes familias, ejército desubicado y potencialmente golpista, cuerpos de seguridad autoritarios y una Constitución y un sistema de libertades por aprobar. Pero constatar estos hechos significa valorar también lo conseguido, sabiendo que las cosas no se hacen para siempre y que va llegando la hora de abrir nuevos tiempos y cambiar lo que sea necesario, desde la Jefatura del Estado hasta el entramado institucional, pasando por el mejor apuntalamiento de los derechos.

El compositor, instrumentista y filósofo John Cage afirmó que “no hace falta renunciar al pasado al entrar en el futuro. Al cambiar las cosas no es necesario perderlas”. Yo estoy con él.

Cuando unos lo son y otros no tanto