jueves. 28.03.2024

Cuando la pasión trasciende

Hay veces en la vida que tienes la suerte de compartir unos instantes con un verdadero artista. Con personas que no sólo creen en lo que hacen, sino que son capaces de teñir cada palabra, cada gesto, cada movimiento, con la pasión que ha hecho de ellos las grandes figuras que son. Julio Bocca es, sin lugar a dudas, una de ellas.
Hay veces en la vida que tienes la suerte de compartir unos instantes con un verdadero artista. Con personas que no sólo creen en lo que hacen, sino que son capaces de teñir cada palabra, cada gesto, cada movimiento, con la pasión que ha hecho de ellos las grandes figuras que son. Julio Bocca es, sin lugar a dudas, una de ellas. Comprometido con la danza como pocos, ha dedicado su vida a acercar esa forma de expresión al público, y lo que es más importante, a todos aquellos jóvenes cuyos pies parecen volar cuando la música suena.

El día que Bocca abandonó los escenarios como primer bailarín Argentina se volcó en su última actuación, mientras el resto del mundo suspiraba por ver sus últimas piruetas. Por fortuna los aficionados a la danza no hemos perdido del todo el arte de Julio. Ya hace unos años nos sorprendió con un espectáculo tanguero en el que el deseo bañaba el patio de butacas, y que seguro llenó de nuevos entusiastas las escuelas de tango.

Hoy, de nuevo, Bocca ha enamorado a viejos amores y nuevos escépticos que han compartido noventa minutos de sueño, sudor, pasión y pasos de baile, trasladados a la Argentina del siglo XIX. Como protagonista, una joven de buena familia, víctima de lo que antes se llamaba crimen pasional, convertida en leyenda urbana dedicada a interceder por todas aquellas mujeres que sufren mal de amores. Y en la escena, Cecilia Figaredo en el papel de Felicitas Guerrero, cuya belleza asombró a Buenos Aires, con tan buen hacer que ha puesto en pie a más de un teatro. Y seguirá haciéndolo gracias a contar con la compañía de prodigiosos compañeros como Igor Yebra, o de talentosos directores como Bocca.

“Felicitas, amor, crimen y misterio" no es un montaje perfecto, pocos lo son, pero esos momentos en los que la acción que se desarrolla no engancha al público quedan ampliamente compensados por aquellos en los que el teatro vibra, cuando el patio de butacas contiene el aliento, los ojos abiertos, esperando el siguiente redoble de los Tamboreros del Río de la Plata, cuya actuación potencia el deseo, el dolor, el amor, la pérdida.

Mención aparte merece el reencuentro de Igor Yebra y Julio Bocca después de doce años. Yebra ya no es el que era en aquellos días, y los años han revestido su arte de madurez y técnica, pero sin restarle un ápice del frescor y la vehemencia de sus primeros días. Un estilo que se funde a la perfección con las coreografías de Ana María Stekelman, una de las grandes que ha sabido combinar como nadie la danza clásica, la contemporánea y el folklore argentino. Gracias a ella cada paso expresa no sólo un momento, sino también un sentimiento diferente, saltando de la dulzura e impulsividad de la juventud a la tragedia del abandono y la muerte con una transición perfecta, haciendo bailar a los corazones de los espectadores a un mismo ritmo.

Julio Bocca ha demostrado una vez más que el escenario es su hogar, tanto si son sus pies los que lo acarician como si son sus palabras las que guían a otros. Pero no sólo eso, sino que ha elevado la habilidad de rodearse de los más adecuados en cada faceta del espectáculo a unos niveles que pocos pueden alcanzar. Porque es difícil que cuando alguien destila pasión por sus creaciones no consiga contagiar su entusiasmo a todos aquellos que le rodean. Aunque sólo lo hayan hecho durante un instante�

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