sábado. 20.04.2024

Crisis y cambio: una oportunidad histórica

NUEVATRIBUNA.ES - 1.7.2009 Creo que los momentos que vienen son los más oportunos para el cambio, para inyectar mecanismos de transformación en las instituciones económicas y sociales. Y lo son por eliminación. Veamos: 1) no lo son los momentos de auge económico, los momentos de las vacas orondas porque no se percibe la necesidad sociológica del cambio dado que, en esos momentos, todos -o casi todos- ganan algo o tienen perspectivas de hacerlo.
NUEVATRIBUNA.ES - 1.7.2009

Creo que los momentos que vienen son los más oportunos para el cambio, para inyectar mecanismos de transformación en las instituciones económicas y sociales. Y lo son por eliminación. Veamos: 1) no lo son los momentos de auge económico, los momentos de las vacas orondas porque no se percibe la necesidad sociológica del cambio dado que, en esos momentos, todos -o casi todos- ganan algo o tienen perspectivas de hacerlo. Digamos que es un momento sociológico malo; 2) tampoco lo son los momentos de crisis donde aún no se perciben señales de su salida y la angustia se instala en la sociedad, especialmente en los asalariados por el temor de que una decisión ajena a ellos –la de sus jefes, directivos, patrones, etc.- les haga perder el puesto de trabajo. En estos momentos todas las soluciones son defensivas, buscando atenuar y/o paliar la crisis y sus efectos.

Son justamente los momentos de salida de la crisis, momentos que atravesaremos dentro de un año o quizá algo más, cuando los sindicatos y los partidos de izquierda pueden recordar constantemente a sus afiliados, a las clases sociales a las que dedican su tarea prioritariamente, quiénes fueron los culpables de su situación; recordarles que esta se deriva en gran medida –pero no toda ni siempre- de una política general que tiene unas creencias, que tiene padres, nombres y apellidos. En el caso de la actual tiene estos nombres: desregulación, “economía del sólo mercado”, “el problema es el Estado y el mercado la solución”, especulación inmobiliaria, Irak, Tatcher, Reagan, Bush, Blair, Aznar, Partido Popular en España, etc. No son abstracciones, sino doctrinas, creencias, que se concretan en leyes, normas, en falta de leyes, en ausencia de normas desde lo público.

¿Por qué son propicios estos momentos? Porque la memoria es frágil. Si cada uno de los votantes americanos –de USA-, españoles, franceses, alemanes, ingleses, italianos, etc., recordaran o supieran quién, cómo -y quizá porqué- estuvieron en el origen de la crisis del 29 –la más parecida a la actual-; si reconocieran quienes actualmente defienden las mismas o parecidas doctrinas que las defendidas por sus ancestros ideológicos en los años 30, nunca hubiera ganado ni gobernado la derecha en estos países. En España, además, tras los casos de corrupción de Camps, Correa, Bigotes, o espionaje en Madrid; tras la oposición a ultranza de cualquier pensamiento liberal o simplemente moderno sobre la vida, la sexualidad o el matrimonio, el Partido Popular hoy día estaría en trance de desaparecer. Pero la desmemoria y su aliada, la ignorancia, obran el milagro de que estos partidos de derecha –algunos tan reaccionarios como el P. P.- ganen las elecciones.

Los próximos años son los propicios para que –simultáneamente- se luche para mantener el empleo lo máximo posible, para allegar medidas que lo palien en gran medida –pensiones no contributivas sin límite temporal- y para que los sindicatos y la izquierda se pongan manos a la obra para insertar mecanismos de transformación.

No bastan que las opciones ideológicas del enemigo hayan sido derrotadas por ellos mismos, es decir, hayan fracasado, porque la derecha en versión neoliberal del “todo a través del mercado y nada de Estado” renace siempre de sus cenizas para mentir, calumniar y endilgar a la izquierda la causa de los males que ellos mismos han creado, con el cinismo de quienes defienden que los pecados son posibles y necesarios porque luego se curan en el confesionario (a que sí, Sr. Trillo). Ahora hay que ser activos, creativos en lo ideológico y, sobre todo, en lo programático, huyendo de las dos orillas perniciosas: la del catecismo válido para todo tiempo, lugar y circunstancia; y de la otra, la del posibilismo, la de recoger las migajas en lugar de participar de la hogaza directamente. En mi opinión, el próximo futuro es un tiempo propicio para las siguientes transformaciones que tienen el fin de mitigar las consecuencias de las próximas crisis, de dotarnos y dotar al sistema económico e institucional de instrumentos que palíen sus consecuencias, de que se aplanen los ciclos y de evitar desaguisados como el actual desde lo privado incontrolado. Veamos las imprescindibles en España.

A) Resolver el problema de la dualidad del mercado laboral, consistente en que un 30% de la población ocupada tiene un contrato temporal sin costes de despido. Somos el país de la Unión Europea que más empleo crea en la época de las vacas rollizas, pero que más empleo destruye y en poquísimo tiempo cuando las vacas enflaquecen. Este empleo destruido se ceba en la contratación temporal, en los trabajadores extranjeros, en las mujeres y en los jóvenes, con sus solapaciones pertinentes. No es el momento de la crisis el más propicio para introducir modificaciones legales favorables porque la correlación de fuerzas lo hace imposible; es un momento defensivo, pero superados los momentos críticos, hay que ir a una reforma laboral contraria a la del despido barato. La solución que aquí se propone es la de encarecer notablemente la contratación temporal; que su conste medio sea al menos el doble del coste salarial de la contratación indefinida; que se cree un salario mínimo para la contratación temporal que sea 3 veces superior al salario mínimo de la contratación indefinida.

Nunca hay que hacer las leyes cuyo cumplimiento dependa de la bondad de los corazones de los que las van a utilizar en su provecho: de ser así no se habría inventado el Código Penal; tampoco hay que hacer leyes cuya inercia lleve a su perversa utilización pensando que se puede contrarrestar con inspecciones, porque esto lleva al fracaso y a la melancolía: es una ley histórica. No apelemos al corazón de empresarios, directivos, contratadotes, patrones o simples capataces; apelemos, por el contrario, a su bolsillo, a la cuenta de resultados, al ya mencionado Código Penal, a la sombra fresquita de la cárcel. Si no se cumplen las leyes laborales en cualquier medida, cárcel; si se defrauda a la Seguridad Social intencionadamente –sea cual sea la cantidad-, cárcel; si no se cumple las leyes y normas de prevención de riesgos laborales –sean cual sean los resultados, sus consecuencias-, cárcel. Sin grados. Hay que cambiar muchas leyes y convertir muchas sanciones en delitos.

Con una reforma así no habría -como ahora ocurre- una modalidad de contratación que tienes todas las ventajas (la temporal) para el contratador y ninguno de los inconvenientes de la indefinida.

B) El tamaño de lo público. El sector público español, medido por la participación de los presupuestos de la Administración Central del Estado, de las Comunidades Autónomas y de los Municipios en el PIB, no llega al 38% del PIB; en presión fiscal sobre PIB (37,2% para el 2009) estamos detrás de los países grandes de la U.E., con la posible excepción del Reino Unido. Además, el tamaño del presupuesto o de la fiscalidad es sólo una primer aproximación de este hecho, porque lo que de verdad importa es la cuantía de “la toma de decisiones desde lo público en relación con lo privado”, de la gestión de los servicios públicos con criterios de universalidad, gratuidad y no discriminación, y no tanto la cuantía manejada. Un ejemplo lacerante: en la C. A. de Madrid ya no podemos hablar de Sanidad Pública, porque las decisiones de gestión y prestación de servicios se hacen cada vez más desde lo privado, financiado –eso sí- con dinero público. La Sra. Aguirre entiende -desde su analfabetismo funcional- que la Sanidad es pública porque la pagamos los madrileños con los impuestos de la Comunidad y de la Administración Central del Estado (LOFCA). Es urgente que algún sindicalista le diga a esta señora que lo público se caracteriza por los elementos aludidos –universalidad, no discriminación, prestación y gratuidad- y por su gestión desde estos criterios. Algo parecido ocurre y ha ocurrido en la C. A. de Valencia (fracaso de la privatización del hospital de Alzira).

Debemos llegar a una participación de lo público en el conjunto de la toma de decisiones lo más cercano posible al 45% en menos de una década. De lo contrario tendremos un Estado de Bienestar en precario, porque la Sanidad Pública de calidad, la Educación Pública de calidad, las pensiones suficientes y dignas, las rentas no contributivas dignas, la ley de la dependencia, y la necesidad –por último y por ahora- de una vivienda digna, no se pueden financiar desde un exiguo 37% de fiscalidad. Estas cosas no son cuestiones políticas, no son meramente presupuestarias. Es verdad que no se deciden en la negociación colectiva, pero ocurre que hoy día es más importante el salario social que se obtienes desde lo público, desde la política, que el salario nominal que se decide desde la negociación aludida. Los tiempos han cambiado y esto es así, se maneje cualquier cifra que se maneje.

C) El modelo de estado creo que no es satisfactorio. Al menos no lo es su financiación. Esta se basa en la Ley de Financiación de la Comunidades Autónomas, en la institución del Consejo de Política Fiscal y Financiera, en lo acordado en los Estatutos de Autonomía. Todo el modelo se basa en una supuesta “corresponsabilidad fiscal” que hace aguas por todos los lados; es un instrumento para la derecha para pedir más dinero al Gobierno de la Nación –a ¡Zapatero actualmente directamente, de su bolsillo!- pensando sus demandantes, los del P. P. allí donde gobiernan, que sus votantes son estúpidos e ignorantes y no saben nada de estas cosas, y que el gobierno financia alegremente, discriminatoriamente, las CC. AA. Es una mentira que da votos al P. P., reconozcámoslo. Existen impuestos propios, cedidos y compartidos; en cambio los gastos son autónomos en las Autonomías. No hay corresponsabilidad fiscal sino “cinismo fiscal”, principalmente del P. P., pero también de CiU, incluso alguna vez, de algunas comunidades gobernadas por el propio PSOE (Rodríguez Ibarra, en su momento, en Extremadura). Y no hay solución para ello ni a medio ni largo plazo. Creo que debemos ir a un modelo de “fiscalidad federal”, tipo alemán, donde cada Autonomía tenga sólo impuestos propios -ni cedidos, ni compartidos- para que los ciudadanos sepan que si en una Comunidad no hay dinero para Sanidad no es culpa del Gobierno de la Nación, sino de una decisión premeditada de la propia Comunidad.

Con esto además acabaríamos con los privilegios del foralismo, porque todas las Comunidades serían forales y mataríamos dos pájaros de un tiro (perdón por el refrán).

D) Nacionalización de la redes. Este es un grave problema que no se percibe. Los monopolios privados tienen la ventaja para la cuenta de resultados de las empresas que lo detentan de que pueden manejar el precio –si no está regulado- hasta maximizar sus ingresos reduciendo su producción, su investigación y su inversión. Nunca como en este caso los intereses privados se contraponen al intereses general, dejando al Sr. Smith y su Riqueza de las Naciones (Investigación y Causa…, 1776) por los suelos. Como norma general –y sin llegar a caer en catecismos- habría que partir del siguiente paradigma: de haber monopolios, que sean públicos. Además, los monopolios privados se convierten para sus directivos en un poder político por la vía del chantaje y la mentira sin electores a los que rendir cuentas. Segundo paradigma: operadoras, todas, tanto públicas como privadas, operando en el mismo mercado, es decir, con las mismas normas y posibilidades. No hay manera de regular satisfactoriamente un monopolio, ni históricamente ni teóricamente (véase cualquier manual de Microeconomía, o de la Teoría del Equilibrio General; véase la dificultad de regular y compaginar los intereses privados y generales en las farmacéuticas; véase la solución para las eléctricas de las ¡subvenciones¡ para “los costes de transición a la competencia”, véase el atraso en España del ADSL a causa de la privatización de Telefónica por Aznar para regalársela a su compañero de pupitre, el Sr. Villalonga; véase qué hacer con los residuos nucleares que no se han contabilizado en los costes eléctricos; véase el cambio climático como una cuestión de Estado y no de mero negocio). Nacionalización de todas la redes petroleras, eléctricas, energéticas en general, gasísticas, del agua.

E) Las tareas anteriores son estratégicas, es decir, a medio plazo al menos. Son tareas que sólo se podrán conseguir con una acción conjunta de movilización y de gobiernos de izquierda. Mi opinión es que el sindicato, los sindicatos tradicionalmente de clase deben “sociopolitizarse”, implicarse en la política, en las elecciones. No pude ocurrir que sea una cualidad y signo de pluralismo sindical la existencia de asalariados, incluso de afiliados, que votan al P. P. y, en general, a los partidos de la derecha, como oía yo decir en una charla a un sindicalista. La tarea de transformar la sociedad -a la par que reivindicar derechos y mejoras en la existente- es tarea exclusiva de la izquierda, aunque a veces se apunte la derecha por mero oportunismo. Exagerando quizá, pero en el próximo futuro, para la tarea de transformación de la sociedad en una más justa, más igualitaria, con más derechos y con mejores cuotas de bienestar, un voto de un asalariado a la derecha es un paso atrás y –en cierta medida- un fracaso del sindicato. Este planteamiento es novedoso, pero merece meditarlo y extraer las consecuencias. Hoy día hay asalariados –incluso parados-, que en las elecciones europeas han votado al mismo partido que ha defendido la doctrina, el catecismo que ha traído la crisis actual. Esto es un fracaso también del sindicato y no sólo una estulticia del votante.

F) Fracaso de la Teoría Económica. Deben revisarse todos los planes de estudios de las Facultades de Económicas. En éstas –y no digamos en las “escuelas de negocios privadas”- se siguen enseñando cosas que nada tiene que ver con la realidad. Se sigue perdiendo el tiempo estudiando “equilibrios generales”, salvo que se estudie precisamente como crítica a la propia teoría de la formación de los precios y de la bondad de los mercados como asignadores eficientes; se sigue estudiando la teoría de las expectativas racionales, cuando nada hay más irracional que un mercado (un directivo de un fondo de inversiones ha llegado a decir que en esta crisis “los mercados se han equivocado”. ¡Qué mala conciencia debe tener!); se sigue estudiando bajo el paradigma smithiano de que “buscando el interés particular se consigue el general”, cuando las causas primeras –o como diría Aristóteles, “eficientes”- de las crisis son precisamente esta discrepancia absoluta entre intereses particulares y colectivos.

Hasta la crisis del 29 el corpus de doctrina económica que se estudiaba era precisamente la Microeconomía, con algunos añadidos sobre el Bienestar, Crecimiento, etc. De esa doctrina se derivaba la creencia –que no ciencia- de que los mercados, por sí solos, arreglaban las crisis y las depresiones si había –y suponían los teóricos que lo había- flexibilidad de precios y salarios. Todos sabemos lo que pasó y como adoctrinaban los partidarios del “sólo mercado” al presidente Roosevelt para hiciera el Tancredo, es decir, nada. Afortunadamente el presidente demócrata no hizo caso a sus áulicos consejeros e impuso el “New Deal”. Y sin embargo, no se pudo evitar la catástrofe, porque de aquellos barros vino el lodazal apocalíptico de la Segunda Guerra Mundial.

Hoy, los partidarios de la desregulación, del “sólo mercado”, del “Estado cuanto menos, mejor”, deberían pedir perdón y retirarse a formar las colas del paro (Y si se quieren suicidar, están en su derecho). ¿Qué les contarán ahora los profesores a los alumnos en las “escuelas de negocios”, en los “mba”, de lo que ha pasado? ¿Cómo explicarán esta crisis? ¿Con que elementos teoréticos lo abordarán? ¿Dirán que la “teoría” es correcta pero que lo equivocado es “la realidad”?

Sólo queda la “Macro” de raíz keynesiana/kaleckiana, la teoría de los ciclos y poco más. Pero faltan algo más; falta reconocer que las bases del Análisis Económico que se estudia en las Facultades están equivocadas y que el moralista Adam Smith se equivocó en este punto –el más importante- y que, sobre todo, se equivocan los que le rezan, le invocan y pasan a los libros una teoría basada en un error gigantesco (por ser benevolente, no digo en una mentira intencionada).

Todo esto lo he dejado para lo último porque quizá a un parado de ahora le importe poco. Y tiene razón, no importa nada. Sólo es un problema de despilfarro, pero no me lo podía aguantar.

Antonio Mora Plaza es economista.

Crisis y cambio: una oportunidad histórica
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