viernes. 29.03.2024

Corea del Norte, una dictadura banalizada

NUEVATRIBUNA.ES - 26.9.2010En su mítico libro La Política, Aristóteles plasmó un sublime análisis de los diferentes arquetipos de regímenes gubernativos, siendo especialmente crítico con las tiranías. El filósofo las definió como el ejercicio del poder de un modo autoritario.
NUEVATRIBUNA.ES - 26.9.2010

En su mítico libro La Política, Aristóteles plasmó un sublime análisis de los diferentes arquetipos de regímenes gubernativos, siendo especialmente crítico con las tiranías. El filósofo las definió como el ejercicio del poder de un modo autoritario. Por tanto, para el sabio griego, la tiranía se encarnaba en la corrupción de la monarquía de la época, que reinaba no en provecho del pueblo, sino en el suyo propio. Y no sólo eso, apuntaba las claves y las recomendaciones para eternizarla como técnica de poder. Soberbia lectura que continúa teniendo vigencia en la actualidad, sin duda. Cualquier parecido con la realidad es una mera casualidad, dirán los mal pensantes.

Quizás como antídoto ante la incredulidad sería conveniente analizar en los textos de los autores clásicos, los antecedentes a las versiones modernas del totalitarismo, de cuya fuente se nutren ciertos líderes a ambos lados del espectro ideológico. Pensemos si no en todas aquellas dictaduras que, por su evolución histórica, han sido un claro ejemplo de exterminio, violencia y sangre. Sin embargo, ¿por qué no nos preocupamos tanto por aquellas tiranías o dictaduras opresoras que han sido o son mortíferas y que se han disfrazado con piel de cordero? Corea del Norte es un buen ejemplo de ello.

Hace escasas fechas, vi un reportaje en la televisión francesa que se hacía eco de la monstruosidad de la autocracia de Kim Jong II, el dictador norcoreano, cuya cara más sanguinaria es, sin duda, la existencia del mayor campo de concentración que hay en Asia, el tamaño del cual es comparable a Los Ángeles. Las imágenes de los disidentes y ese negro horizonte me remitían, sin duda, a un universo medieval, desmedido y repugnante. Un universo reservado para aquellos que se niegan a doblar la rodilla ante el tirano. Un infierno donde los prisioneros son obligados a trabajar quince horas diarias y malviven en la más profunda desnutrición.

Que exista un gulag asiático, donde más de 200.000 personas permanecen encerradas en unos campamentos conocidos por el régimen como Zonas de control Total, cuyo fin es mantener el control sobre la población, no es solamente un modelo repugnante de tortura y una clara vulneración de la libertad y los derechos humanos. Es también un fracaso colectivo como sociedad. ¿No tuvimos suficiente con la Shoah que permitimos que en pleno siglo XXI continúe sucediendo con total impunidad y con un repugnante silencio el exterminio de seres humanos?

Con todo, ese es el lado invisible del horror. Pero, por fortuna, los dictadores son incapaces de maquillar sus fechorías a tiempo total. Es cuando menos un arte demasiado agudo para ciertos entusiastas del odio a la libertad. Así que, hay otra cara, más visible pero igual de infecta, que debería estremecernos. Me refiero al hecho de que el sátrapa pseudoestalinista castigara a su selección de fútbol por haber fracasado en el Mundial de Sudáfrica, al que no se clasificaba desde 1966. Como lo oyen. El equipo perdió los tres partidos que disputó, a pesar del esfuerzo realizado. No contento con ello, obligó a los jugadores a estar inmovilizados durante seis horas delante del Palacio de la Cultura Popular de Pyongyang para que la muchedumbre, nostálgica de la Edad Media, los insultara. ¿De qué se les acusaba? De traicionar, supuestamente, la confianza del líder.

Pero como este señor campa a sus anchas por los desaforados destinos de los norcoreanos, cuan marioneta nostálgica del bolcheviquismo, obligó, además, a los jugadores a cargar duramente contra el seleccionador, de igual modo que la mayor parte de las hordas exaltadas y reunidas en la plaza para lapidar dialécticamente a los nuevos villanos del régimen. Como consecuencia, el técnico Kim Jong-Hun ha sido el chivo expiatorio de los delirios faraónicos del dictador y ha sido expulsado del Partido de los Trabajadores, obligándole, asimismo, a trabajar en el gremio de la construcción.

Huelga decir que hay ciertos comportamientos que, además de ser enfermizos, suponen un escarnio de inigualable dimensión. Sin embargo, es increíble como hay personajes que parecen tener patente de corso para humillar y aplastar a sus ciudadanos sin que ningún estamento internacional mueva un dedo para acabar con sus perversidades. No estamos ante algo baladí. Estamos ante una  dictadura terrible que mantiene un nivel de desinformación, de pobreza y de opresión brutal sobre sus ciudadanos. No nos engañemos. Cualquier régimen político que cercene la libertad individual y triture a pedazos la dignidad del individuo es absoluta y completamente execrable, por no hablar ya de punible. Desgraciadamente, hay dictaduras que no tienen altavoces en las terminales mediáticas internacionales por falta, quizás, de interés económico y social. Es quizás esa la razón por la cual me avergüenza que hayamos banalizado tantas dictaduras de la forma en que lo hemos hecho.

Está claro que la banalidad del mal es infinita. Ya se refería a ello Hannah Arendt cuando describió la actitud de Eichmann y otros nazis que durante su juicio se declararon libres de culpa porque sólo habían obedecido órdenes. No es necesario ir tan lejos, en mi opinión. Banalizar el mal es no aprender de los errores. Con todo, siento que la peor banalización es la indiferencia y ahí todos somos culpables.

Javier Montilla - Periodista y escritor

Blog: jmontilla.blogspot.com

Corea del Norte, una dictadura banalizada
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