sábado. 20.04.2024

Convergencia empequeñece a Cataluña

No lloréis más el templo que fue derruido. Hacia poniente os esperan libres caminos de mar. Salvador Espriu.(La Pell de Brau). El día 4 de septiembre, Artur Mas, Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya, presidió junto al Obispo, una legión de curas y autoridades civiles y policiales, la procesión dedicada a la inmaculada Virgen de Cinta, patrona de Tortosa.

No lloréis más el templo
que fue derruido.
Hacia poniente os esperan
libres caminos de mar.
Salvador Espriu.(La Pell de Brau).

El día 4 de septiembre, Artur Mas, Molt Honorable President de la Generalitat de Catalunya, presidió junto al Obispo, una legión de curas y autoridades civiles y policiales, la procesión dedicada a la inmaculada Virgen de Cinta, patrona de Tortosa. Me encontraba de viaje por tierras catalanas y tuve la oportunidad de presenciar, extasiado, como después de siglos la complicidad entre el poder civil y religioso sigue intacta en toda la piel de toro. Ver a Artur Mas portando el estandarte de la archicofradía de esa virgen me trajo a la memoria de inmediato escenas de mi niñez, cuando la patrona de mi pueblo iba custodiada por miembros de la guardia civil, la procesión era presidida por algún notable del régimen y la banda de música entonaba algún chundachunda pretendidamente ceremonioso. Aburrimiento, caspa, beatería, olor a calcetín sudado, a cera, como si el tiempo se hubiese detenido en algún agujero negro del que somos incapaces de salir.

Hacía tiempo que no estaba en Cataluña, tierra que he visitado y seguiré visitando tanto como mis posibles me permitan, porque lo tiene todo, porque es bella, porque es alegre, acogedora y creativa aunque algunos se empeñen en reducirla a la categoría de aldea. Sin embargo, desde la última vez, hará ya diez años, algo ha cambiado, no su hermosura indiscutible, tampoco la amabilidad de sus gentes, que sigue siendo tan distante a lo arisco de que algunos hablan como la Tierra del Sol. Antes de comenzar el viaje, pensaba que encontraría un país enfurecido contra quienes han hecho una Cataluña a su imagen y semejanza y nada más regresar al poder que les es innato emprendieron el mayor asalto contra la educación y la sanidad pública que se ha efectuado en toda España desde que existe la democracia borbónica. Pensé que los maestros y los trabajadores de la sanidad estarían en las calles apoyados por los ciudadanos contra quienes se dirigen esas decisiones basadas en la más estricta ortodoxia neoconservadora, pero no, no era ese el problema de Cataluña según la propaganda nacionalista, ni tampoco el paro desmesurado, ni la ociosidad perpetua de cientos de miles de inmigrantes que vagan por las calles sin más esperanza que poder llevar algo de comida a sus casas. No, el problema principal de Cataluña era el ataque que Castilla, utilizando como instrumento al Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, había lanzado contra la política de inmersión lingüística, hecho que había propiciado la movilización de diversas entidades oficiales y ciudadanss bajo el lema "Per un país de tots. L'escola en català", lema que aparecía en pancartas y carteles de muchas escuelas colocado en lugar preferente.

He de reconocer que me resulta muy doloroso hablar de esto, sobre todo porque temo que se me malinterprete y porque soy un defensor absoluto de la lengua catalana, de la obligación de aprenderla para todos los que viven en esa Comunidad y de expandir su conocimiento al resto del Estado. Empero, hoy en Cataluña no existe problema lingüístico alguno salvo para una minoría de oligofrénicos de Norte o del Sur del Ebro. La inmensa mayoría de los catalanes hablan perfectamente catalán y castellano, se manejan en ambas lenguas más en otras muchas a las que les obliga el turismo, la inmigración y la necesidad de formarse adecuadamente para el mundo en que nos ha tocado vivir. En ningún caso, lo diga el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, lo diga Onmium Cultural, el Abad de Montserrat o el Arzobispo de Toledo, el problema de Cataluña es su lengua ni la salvaguarda de su cultura, que gracias al esfuerzo de todos no necesitan ya muletas para caminar y las necesitarían menos sin el aldeanismo derechista de personajes como el President de la Generalitat, un mediocre opuesto radicalmente a la aspiración universalista del genio creativo catalán.

Por el contrario, Cataluña tiene problemas gravísimos, no siendo el menor de ellos el que se deriva de que hayan sido políticos nacionalistas de derechas, muy de derechas en muchos casos, quienes hayan intentado conformar, a imagen y semejanza de su corto pensamiento, el carácter de todo un pueblo: A estas alturas resulta difícilmente digerible que tres de cada cuatro calles catalanas lleven el nombre de un santo, de un mosén o de un meapilas cualquiera que todo lo que hizo en su vida fue rezar el rosario y escribir terribles poemas para los juegos florales. Pero con ser eso grave, no es, ni mucho menos, lo peor que ahora mismo ocurre en tierras catalanas. Al igual que en otros lugares de nuestro Mediterráneo, una parte considerable de la Cataluña antigua está en ruinas, el cartel que más se lee es es llogue (se alquila), los centros históricos de muchas de sus espléndidas ciudades han sido abandonados al calor del ladrillazo, que también allí ha dejado una huella difícil de borrar: Los habitantes autóctonos de esos barrios, que son el alma verdadera de las ciudades, los abandonaron para trasladar su residencia a bonitas urbanizaciones del extrarradio, mientras que los inmigrantes que acudieron para trabajar en el ladrillo han ido ocupándolos conforme el estado de los inmuebles iba siendo más ruinoso y el precio de los alquileres más bajo, de modo que el alma de muchos pueblos y ciudades catalanas se ha evaporado de su lugar original mientras miles de espectros pasean por sus calles sin saber qué hacer ni a dónde ir. Por otra parte, Barcelona, la parte de Barcelona que no es obrera, absorbe una cantidad cada vez mayor de las pernoctaciones de los turistas que visitan Cataluña, acapara servicios, congresos y convenciones de todo tipo en detrimentos de otras ciudades y comarcas, dentro de una estrategia que lleva camino de dejar en mantillas el maldito centralismo madrileño. No hay centralismo madrileño en Cataluña, el Estado apenas está presente más que en las grandes infraestructuras, lo que si existe en un nuevo centralismo barcelonés, pero no de la Barcelona viva, sino de aquella que sigue oliendo a cera y a alta burguesía naftalinosa, una alta burguesía en muchos aspectos parecida a la que actúa en otras partes de España.

Por si esto fuera poco, el gobierno de Artur Más, siguiendo una política ultraliberal y salvaje, se ha decidido a cargarse la enseñanza y la sanidad pública. Al cierre de hospitales, de quirófanos, de ambulatorios, al despido de sanitarios y maestros se une una carga de profundidad que puede tener efectos catastróficos en un futuro muy próximo: La enseñanza concertada, es decir, pagada con fondos públicos pero clasista, confesional y racista, educa –es un decir- a más de la mitad de los niños catalanes y las clínicas privadas concertadas se encargan cada año de atender, también es un decir, a un porcentaje mayor de la población. Si se cierran hospitales, se despiden médicos y maestros, la ciudadanía –que debería protestar hasta romperse la garganta- no tendrá más remedio que acudir a las escuelas y las clínicas privadas, estén o no concertadas, consiguiendo de esa manera que servicios públicos esenciales que deben estar por encima de la ambición de lucro, se conviertan en maravillosos negocios para quienes siempre han sabido sacar de lo público lo que han querido. Cada cual, como hoy ocurre en los Estados Unidos, tendrá, entonces, la sanidad y la educación que se pueda pagar, ni más ni menos.

Ante esta situación alarmante, ante esta agresión incalificable hacia lo público, Artur Más y su gente, hacen lo que siempre han sabido hacer a la perfección, manejar la política del agravio para tapar con cortinas de humo la tremenda fechoría que están perpetrando y que amenaza con convertir a Cataluña en un país socialmente desestructurado, eso sí, tan católico, apostólico y romano como el resto de España. Para ese viaje, no hacían falta alforjas.



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