viernes. 19.04.2024

Construir una izquierda reflexiva

Resultó sorprendente para cualquier interesado en política, lo que supuso de renovador,  el movimiento 15-M, planteado en principio como una espoleta para regenerar la democracia.

Resultó sorprendente para cualquier interesado en política, lo que supuso de renovador,  el movimiento 15-M, planteado en principio como una espoleta para regenerar la democracia. Resultó sorprendente por su oportunidad (en medio de una campaña electoral de las municipales), por su composición (convocado, aparentemente por personas ajenas a los partidos políticos), pero sobre todo por su concreción: sus demandas que pasan esencialmente, por una profundización de la democracia existente en España.

Y no hay ninguna duda de que era necesario para impulsar el debate en la sociedad. Los partidos políticos habían matado la vida civil, han colonizado instituciones, han abortado  el intercambio  por la imposición de mensajes  simplistas y vacíos. Partiendo, la mayoría de ellos, de una situación desesperada por carecer de empleo y no poder desarrollar sus proyectos vitales, han localizado el problema fundamental y primigenio: La política es, desde su perspectiva, una actividad perversa porque se ha convertido en una carrera paralela y en ocasiones alternativa a la vida laboral por parte de quien la ejerce. Así las cosas, a la vida política (en todos los partidos) acceden personas sin ningún tipo de preparación en comparación con otras miles de personas que, teniendo carreras, másteres, o incluso, hablando idiomas, no encuentran trabajo. Esta comparativa es una situación lacerante, pero lo que la convierte en sangrante, es la acción que toman estos políticos (profesionales) y de los partidos políticos, ahora devenidos en agencias de colocación: nos referimos al ensimismamiento y el narcisismo que arrastra su discurso, las prevenciones que tratan de tener frente a los colectivos que pueden ya no amenazar su privilegiada situación, sino simplemente denunciar esa situación. Algo similar sucede con los sindicatos: generalmente compuestos por gentes que renuncian a trabajar y se “liberan” de la carga, para estar, corporativamente, en un organismo que sin lugar a dudas no ha ofrecido amparo a los desempleados abandonándolos a su suerte. Salieron a la calle demasiado tarde y casi obligados por las circunstancias, para cumplir el expediente, pero no han sido un instrumento eficaz para defender a los parados. Todo ello, convierte en necesarias algunas de sus demandas: listas abiertas (para controlar, en la medida de lo posible, el acceso a la actividad política), limitación de mandatos en la vida pública y en los partidos políticos (para que la política no se convierta en una actividad substitutoria del trabajo), reforma de la ley electoral (para que, en la medida de lo posible, el valor de un voto de una persona valga lo mismo en todas partes y todos los partidos tengan una representación proporcional), y también, un gobierno político de la economía, para generar oportunidades de empleo.

Pero lo que empezó siendo  un profundo movimiento cívico con ideas regeneradoras y profundamente plural, ahora, sin embargo,  la galaxia juvenil que gira alrededor de los indignados considera que la Puerta del Sol es su territorio, de la misma manera que los descamisados peronistas creían suya la plaza de Mayo de Buenos Aires. Esta es la evolución que está teniendo el 15-M a la espera de los acontecimientos de otoño. Lejos de centrarse en un programa de mínimos (y negociar con sindicatos y partidos)  –con la consiguiente eficacia política–, cada vez engulle más malestares, hasta que la sobrecarga lo hará estallar. Además, han desarrollado un peligroso concepto patrimonial de la política y, sobre todo, de la soberanía nacional que es totalmente rechazable por intolerante y sobre todo, porque bajo la consigna de despreciar a PP y PSOE, se están olvidando que la representación de esos partidos en las instituciones es el resultado soberano del pueblo. Solo teniendo en cuenta esa premisa y no arrogándose la hegemonía del pueblo sino configurándose como la articulación de alternativa social y ética, el movimiento tendrá continuidad. Pero los síntomas de saturación, sobre-explotación, patrimonialización y populismo excluyente, creo que lo están empezando a lastrar, y seguramente, deslegitimar. Y el PSOE no se atreve a decirle que no, que la Puerta del Sol no es suya, porque desde el primer día Alfredo Pérez Rubalcaba vio, con perspicacia, que la reverberación social del 15-M –que existe y sigue siendo amplía– es fundamental para el futuro del Partido Socialista. Pero, en el actual estado de las cosas, seguramente, no terminaremos haciendo daño. Es más, observamos que los indignados han renunciado a buscar la complejidad y los matices (que era uno de sus capitales políticos)  y empieza a resultar agotador todo este tsunami de simplismo, todo este afán de reducir las cosas, de fabricar consignas frente al análisis y  obtener conocimiento mediante la observación, el estudio y el debate complejo. Una situación, la de la izquierda indignada, que ha traspasado al movimiento 15-M colonizando a la sociedad, especialmente a los profesionales del periodismo. Algunos periodistas-comentaristas no paran de lanzar mensajes simplistas y consignas hechas de metáforas absurdas edificadas por el profundo desconocimiento real de la economía, el derecho o la Historia. Es algo que los ciudadanos tenemos que rechazar. Los problemas de las sociedades actuales son multi-causales, inéditos en la Historia y requieren soluciones realistas y  globales, renunciando a la consigna y al maniqueísmo que tratan de imponernos (algunos como meros comisarios políticos de los partidos y otros como portavoces demagogos  de una supuesta deontología independiente, que trata de solidarizar en todo momento con el populismo evitando el estudio y el conocimiento científico de la realidad).  

Cualquier ciudadano con formación cualificada, tiene  la responsabilidad, como integrante y partícipe de su sociedad,  de formarse en la complejidad a través de un sistema de ideas que moldee sus creencias, (al modo que lo expresó Ortega a través de la exposición de estos dos conceptos). Frente a la irracionalidad de la izquierda indignada, propongo el conocimiento maduro de nuestro tiempo a través del estudio y la reflexión. Se trata de la izquierda reflexiva que atiende a las experiencias y las analiza utilizando el conocimiento científico a través de la economía, el periodismo,  la sociología, la historia o el derecho.

En mi opinión, la reflexión y las soluciones deben ir en tres sentidos: promover la igualdad de oportunidades, asegurar la movilidad social y tener una economía de valor añadido para sostener el Estado del bienestar. Se trata de tres objetivos que resultan ajenos a la derecha española, que tiene una concepción elitista de la sociedad, y que prioriza el progreso corporativo,  (especialmente emprendedores – grandes o pequeños, frente a asalariados), y que tiene como máxima el desarrollo de una economía productiva frente a una economía cooperativa que debe propugnar la izquierda.  Estos tres objetivos deben servir para desarrollar la cohesión social que es el instrumento fundamental para sostener y equilibrar las democracias de economía social de mercado europeas. Todo ello  debería abrir debates tan profundos como la concepción del poder de los políticos,  la argumentación y legitimación de los discursos y las políticas, la naturaleza de las instituciones y los servicios públicos, su funcionamiento eficiencia y racionalidad, el gobierno político de la economía (especialmente el control del capital financiero global), medidas para crear valor añadido, etc. Pero también apreciar, valorar, distinguir, jerarquizar los acontecimientos a través del significado substancial de nuestras sociedades en el tiempo:   cómo se estima  la Transición, la Constitución,  qué valor le damos a Europa, etc. Pensar históricamente y éticamente nuestro tiempo, valorando de igual modo principios como el trabajo, el esfuerzo, la tradición, la tolerancia, el diálogo sosegado,  etc.

Tony Judt en su libro póstumo Algo va mal,  lo expresó de manera clara: “Para que se vuelva a tomar en serio, la izquierda debe hallar su propia voz. Hay mucho sobre lo que indignarse: las crecientes desigualdades en riqueza y oportunidades, las injusticias de clase y casta, la explotación económica dentro y fuera de cada país, la corrupción, el dinero y los privilegios que ocluyen las arterias de la democracia”.

Para realizar esos objetivos la izquierda reflexiva, debe tener en cuenta  cómo y de qué manera se determina en las personas la conciencia social. Está claro, que existe una desconexión entre las élites políticas y la ciudadanía. El origen familiar, geográfico, la socialización personal, el grado de madurez individual para la socialización colectiva… son experiencias desarrolladas no solo a través  de las relaciones sociales de producción como dijo Marx para la sociedad del XIX. Las nuevas relaciones de sociedad en el siglo XXI  (consumo, red, viaje) determinan y condicionan tanto la superestructura (las ideas políticas, religiosas, la cultura, el Estado, etc)  como la base marxista; esto es, las relaciones sociales de producción. En el presente, son esos espacios de las relaciones de sociedad los que marcan también conductas y prácticas que no son más que respuestas a vivencias.  El nuevo papel que ha de cumplir el Estado es el de asegurar (al menos tendencialmente) el acceso a la información. Entiendo información como herramientas para el desarrollo personal, esto es, para garantizar la existencia digna de las personas y de las sociedades. La información se genera en la interacción entre: Relaciones de producción; relaciones de sociedad (consumo, viaje y red), esto es, la acción de los sujetos humanos sobre sí mismos (ahora en un ámbito global), y por último, las relaciones de poder; es decir, el nexo entre los sujetos humanos que, sobre la base de la producción y la experiencia, imponen el deseo de algunos sujetos sobre los otros mediante el uso potencial de la vivencia, física o simbólica.

Por tanto, la izquierda tal y como la entendemos actualmente, ha de repensarse y transformar la idea de la sociedad, del Estado y de la política. ¿Qué función queremos que juegue el Estado y las instituciones en el acceso al mercado de trabajo? ¿Cuáles son las políticas que tiene que implementar el Estado para asegurar la igualdad de oportunidades y garantizar la movilidad social? Todo ello pasa desde asegurar el funcionamiento de los servicios públicos, un sistema progresivo de impuestos o políticas de inversión público y privada (a través de impuestos) para garantizar la creación de empleo. Si consideramos el acceso al mercado como de trabajo el principal instrumento para la emancipación y la autodeterminación vital, los Estados deberían adoptar políticas específicas con las empresas y deberían regular ese acceso. Seguramente esto también  pase por cambiar un modelo educativo más destinado a desarrollar las nuevas competencias: el liderazgo, la comunicación, la interdisciplinariedad, el dinamismo personal y de saber transformar conocimiento en valor añadido útil para el mercado de trabajo.

Los nuevos retos del siglo XXI deben entenderse como problemas de nuevas formas de desigualdad de una sociedad que ha cambiado. La izquierda reflexiva  tiene que aprender a crear soluciones propias. 

Construir una izquierda reflexiva
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