jueves. 28.03.2024

Codicia

La gigantesca estafa de 50.000 millones de dólares, perpetrada por el presunto hombre de negocios Bernard Madoff a inversores de varios continentes, es, por ahora, la guinda que colma el pastel de la crisis financiera norteamericana.

La gigantesca estafa de 50.000 millones de dólares, perpetrada por el presunto hombre de negocios Bernard Madoff a inversores de varios continentes, es, por ahora, la guinda que colma el pastel de la crisis financiera norteamericana.

El bien estudiado timo de Madoff revela con claridad meridiana cual ha sido el espíritu con que diversos promotores financieros han colocado en un mercado desregulado pero opaco, la variada gama de productos, subproductos o infraproductos de alto riesgo y dudosa legalidad, que ha terminado con la banca de inversiones, ha llevado a la quiebra al sistema crediticio, primero, y al financiero, después, y amenaza con provocar una recesión mundial.

De todas las explicaciones sobre lo ocurrido, la que más llama la atención es la del ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, que ha dicho que el mercado financiero se ha hundido por la codicia. Preguntado por qué no había intervenido, ha contestado que pensaba que los brokers se iban a limitar ellos mismos.

La respuesta sorprende por varias razones. La primera por su sinceridad, pero también por la ignorancia sobre la conducta humana, mostrada por quien es responsable de un organismo esencial no sólo para la economía de EE.UU. sino para la del resto del mundo. Es un ejemplo de ignorancia supina, pues supone desconocer la historia de la humanidad, no sólo la historia económica sino la historia política, la historia de las religiones, la historia del derecho y la historia de la literatura; es decir, de toda materia que trate de las pasiones humanas, de describirlas o de contenerlas, porque la codicia es una de ellas. La confesión sorprende aún más, pues, el neoliberalismo se jacta de propugnar un modelo económico y político basado en los seres humanos tal como son y no en como deben ser.

En segundo lugar, detrás de esta ignorancia cierta o fingida, la opinión de Greenspan revela una contradicción con las medidas políticas adoptadas por ese y otros gobiernos de corte neoliberal y con el clima de opinión dominante, pues no es coherente esperar que individuos que se lucran con la falta de límites, se limiten ellos mismos cuando se suprimen los resortes que facilitarían ese control. Cuando los agentes económicos actúan en un marco institucional ultraliberal, legitimados por un discurso que coloca en el centro del sistema financiero la especulación en bolsa, cuando el desarrollo económico depende exclusivamente de la búsqueda del beneficio privado y cuando el interés particular de los más ricos se pone como condición del interés general, con el hipotético objetivo de que la riqueza se distribuya en cascada por toda la sociedad, es insensato esperar que los codiciosos actúen en el mercado bursátil sin más límite que el que les dicte su propia conciencia, máxime cuando la expansión financiera es uno de los principales factores de la globalización. Y los especuladores codiciosos, devenidos en inexcusables agentes del nuevo orden económico internacional, han entendido perfectamente el mensaje que llegaba desde la Casa Blanca y la Reserva Federal, que les indicaba que movidos por su codicia actuaban de modo patriótico al favorecer la proyección estratégica de Estados Unidos.

En tercer lugar, Greenspan expone de manera clara en qué ha quedado la noción liberal del individuo, una vez desaparecida la contención calvinista que contribuyó a asentar el capitalismo en Estados Unidos: un individualismo patológico que coloca la compulsiva búsqueda de riqueza como meta central de la vida y expresión del triunfo social, y que ofrece como ejemplo al individuo que se jacta de haberse hecho a sí mismo, sin deber nada a nadie, en una continua competencia con todos los demás. Un esperpéntico ser humano movido por un egoísmo desenfrenado, que, contra toda lógica y contra toda experiencia, se ha visto alentado por quienes están encargados de defender los bienes públicos y los valores comunes de toda la sociedad.

Los mandatarios de los principales países del mundo están tratando de encontrar una solución a la crisis financiera para evitar una recesión internacional, y quizá la encuentren, pero el asunto es mucho más grave, pues se trata de una crisis de civilización: las necesidades vitales de millones de personas no pueden depender de los intereses privados del reducido grupo de afortunados poseedores de la mayor parte de la riqueza mundial, y mucho menos, estar determinadas por la ilimitada codicia de sus gestores.

Fray Anselmo de Laramie

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