viernes. 19.04.2024

Capítulo 32 Madrid-Oviedo. Mayo a junio de 1941

yegua

La pequeña yegua negra daba vueltas por la pista de hípica a trote largo. Levantaba una estela arenosa por el impacto de los cascos. Encima de la montura, Mari trataba de asociar su inercia corporal subiendo y bajando en la silla, a la inglesa, acompañando la oscilación del hermoso animal. Hacía un par de meses que había empezado a recibir clases de hípica en la yeguada militar. Paule era su profesor que, en ese momento, estaba situado en medio de la pista.

–Deja que alargue el trote, luego tira ligeramente de las riendas y, a continuación, golpea con los talones a la vez que le das rienda, simultánea- mente, para que salga galopando.

Así fue como la yegua, al sentir la sacudida de las bridas y, de inmediato, el doble toque en sus laterales, salió al galope.

–Suavemente, sujétala para que sienta el bocado. Galope corto y las riendas hacia las vallas, si no va recortando y acaba haciendo pequeños círculos en el centro de la pista.

Mari seguía las instrucciones con un leve golpeteo de su trasero en la silla, algo más de lo debido por la inexperiencia.

–Ahora retenla poco a poco echando los hombros hacia la grupa para que vuelva al trote… Eso es, en la siguiente vuelta haz lo mismo para que vaya al paso… ¡Bien! Ahora tráetela al centro.

Paule sujetó el correaje junto al freno de la boca para que se mantuviera quieta y Mari pudiera bajar de la montura cómodamente sacando los pies de los estribos y pasando su pierna derecha sobre la grupa para caer limpiamente en la arena.

La hípica estaba en los terrenos de la Yeguada Militar junto a la Casa de Campo. El soldado que hacía de mozo de cuadra se hizo cargo del animal mientras ellos se dirigían hacía un edificio con una pequeña cafetería, junto a los vestuarios.

-Ya podemos empezar a salir al campo. Antes prueba a ver qué tal te manejas con esto –le pidió al camarero un paquete que había dejado con anterioridad y se lo entregó a Mari–. Es un regalo para una buena amazona.

Mari abrió el paquete. Eran unas botas de montar negras con una franja marrón oscuro en la parte superior, y unas espuelas –se sentó para calzárselas–.

-Perfectas, son de mi número. Me tienes cogida la medida.

Sí pero no solo del pie vive el hombre –contestó Galo bromeando pícaramente.

-Gracias, de verdad, lo que no creo que use son las espuelas. Ya sabes, como no controlo aún, me da miedo hacer daño al caballo.

-Ya lo sé. Pero no te has fijado con detalle. Mira bien: las botas son especiales, a juego con las espuelas. Cada una tiene un rebaje interior en el tacón para que engarce en el perno de la espuela; de esta manera, queda fija y se controla con precisión. Y sobre todo observa –dijo cogiendo la espuela–: he hecho limar la punta para que quede roma. Así no puedes herir al caballo; solo sentirá el extremo del acero sin que puedas arañarle.

Mari le agradeció con un beso que, también en esto, respetara sus criterios. De camino a casa fueron concretando los preparativos del viaje.

–Desde el verano anterior a la guerra no he tenido vacaciones –Comen- taba Paule–. Seis años: ya va siendo hora de poder cogerlas. He pedido tres semanas de permiso.

–Es tiempo suficiente para ir a Oviedo a ver a la familia. Me preocupa la enfermedad de mi madre. Lleva mucho tosiendo; yo creo que tiene bronquitis crónica pero ya sabes cómo es; no quiere coger la baja y perder las comisiones de producción. Necesitan el dinero, pero le está pasando factura a su salud. Después de la boda de Adolfo podemos pasar unos días en Gijón; Feli me ha dicho varias veces que vayamos, que hay sitio en su casa. Si hace bueno nos vendrían bien unos días de playa.

espuelas

Fotografía de espuelas para insertar en botas de montar con talonera adaptada.

Oviedo, 14 de junio de 1941

-Ya lo sé doctor, tenía que haber venido antes, pero no encuentro el momento –aceptaba Catalina la “regañina” del médico que acababa de auscultarla.

–¿Pero ve muy avanzada la cronificación de la bronquitis? –preguntó Mari al doctor.

–Lo suficiente para tener insuficiencia respiratoria de por vida. Este clima húmedo que tenemos no  le  favorece nada –contestó a  Mari   y girándose de nuevo a la madre–. Piense seriamente en lo que le propone su hija que sabe lo que se dice. La posibilidad de vivir en Madrid no debería desecharla. Eso no la curará, pero ralentizaría la evolución de su enfermedad.

El día de la boda de Adolfo y Carmina, Catalina se puso un bonito vestido gris que se había cosido ella misma con la ayuda de Ina.

-Hoy me encuentro estupendamente, “fias del alma”, debe de ser la alegría por la boda –dijo sonriendo satisfecha a Ina y Mari–.Y de que hayáis venido casados de verdad Paule y tú de una vez. Ya era hora.

A primeros de abril habían contraído matrimonio, discretamente, en una iglesia de su barrio en Madrid, con dos compañeros de Paule y dos vecinos del barrio como testigos.

-Si hubieseis avisado con más tiempo, me planto en Madrid –continuó Catalina.

-Por eso mismo te escribí con poco tiempo. Ni estás con salud para pegarte un viaje rápido de ida y vuelta, ni para gastar perres. Queríamos hacerlo sin darle “bombo y platillo” y mucho menos casarnos aquí. A nuestros efectos ya lo celebramos en su momento y estamos casados desde entonces.

-¡Anda! Qué bien que se lo he ido diciendo a todes eses muyeres tan sacaveres para que se enterase todo Oviedo.

-Con todo lo que debieron de soltar por esas bocas ha sido una satisfacción poder callarlas. Y al cura le he dicho cuatro cosas: “¿Qué es? ¿Que en Madrid los sacerdotes no son de Dios?” Todavía intentaba revolverse diciéndome, “Catalina, será porque llegó el certificado de viudedad que aquí no llegaba”.

-No merece la pena Mamina; déjalo estar.

-¡No! Si ya se habrán dado cuenta que cuando pasaban el cepillo en misa, que siempre echaba dos reales, se lo he reducido a diez céntimos; van que chutan. La muyer que pasa el “cepillo”, que anda siempre de retortero del párroco... Yo creo que anda detrás de él… o delante, no sé yo; aún me miraba toda descarada la primera vez, pero como le aguanté la mirada, las demás veces no se atrevió. Bien sé yo que le fue con el cuentu al cura de donde más le duele: en les perres. Luego, para que no se enfadara la Virgen, que le tengo pedido por la vuelta de Tinín, sin que me vieran las arpías, encendí una vela.

La boda de Adolfo fue un día alegre, el noviazgo venía desde que eran críos y todo el barrio se lo esperaba para antes o después. Hubo un buen convite. Adolfo ya había tenido que incorporarse a la Guardia Civil y le dieron una semana de permiso antes de ingresar al puesto de Campo- manes, donde estuvo destinado y donde vivieron durante algunos años el matrimonio, junto con su primera hija, Mari Carmen.

Paule y Mari estuvieron una semana en Gijón, disfrutando de la playa. La casa de Feli y Bernardo era como le contaron por carta, amplia y bonita, con un pequeño jardín, en la entrada, donde jugaban Bernandín y sobre todo Fisi.

Bernardo no aparecía mucho por casa. La primera noche, por cortesía, sí estuvo en la cena.

-No se puede consentir lo que está pasando en Europa; España tiene que entrar en guerra incorporándose a las fuerzas del Eje. Alemania e Italia nos ayudaron en la nuestra y ahora nos toca a nosotros devolver el favor –defendía Bernardo.

-Eso no puede resolverse en términos de favores, Bernardo –alegaba Paule.– Aquí el alzamiento lo hicimos por el caos que había y el riesgo de romper España. En Europa no es lo mismo. Para mí Inglaterra no es ningún enemigo. Es un país de orden. Tres años de guerra han sido ya demasiados. El país está exhausto, sin recursos.

-Alemania, Italia y España comparten la forma de gobierno. Líderes que dirigen el país con mano firme, sin sistema de partidos que van cada uno a lo suyo en vez de defender los intereses de España y eso es un caldo de cultivo para los comunistas. Hay que colaborar en hacer de Europa un sitio de orden donde los rojos no tengan cabida.

-Pero Bernardo –acabó interviniendo Mari–. Si España entrara en guerra, a la media hora los ingleses entran por el Peñón de Gibraltar, ¿con que armamento se enfrenta España a su flota y a sus aviones?

-Pues con lo que tenemos y lo que mandarían Italia y Alemania. ¡Qué sabréis de esto les muyeres!

-Parece mentira que seas militar e inteligente. ¡Te pierde la ideología!

–le decía Galo–. Mari lleva toda la razón, Alemania e Italia no están para ampliar más frentes. Y si lo hacen, acabamos como títeres igual que Francia, sin soberanía.

-No se puede ser tan derrotista. Este país tiene que volver a ser una unidad de destino en lo universal con la grandeza que le corresponde.


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Capítulo 31

Pisaré sus calles nuevamente. Todos los capítulos publicados
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Capítulo 32 Madrid-Oviedo. Mayo a junio de 1941