viernes. 19.04.2024

Caperucita Roja y las tijeras del Gobierno

NUEVATRIBUNA.ES - 24.5.2010Hace unas semanas mantuve un intercambio de opiniones –que habrá que retomar- con mi buen amigo Joan Romero, uno de las personas mejor formadas y más activas en el estudio de la realidad social y política en el País Valenciano. El tema del diálogo era el final del relato de la socialdemocracia. Es decir: cómo pueden reformularse los valores, los símbolos, las prácticas y discursos de la socialdemocracia.
NUEVATRIBUNA.ES - 24.5.2010

Hace unas semanas mantuve un intercambio de opiniones –que habrá que retomar- con mi buen amigo Joan Romero, uno de las personas mejor formadas y más activas en el estudio de la realidad social y política en el País Valenciano. El tema del diálogo era el final del relato de la socialdemocracia. Es decir: cómo pueden reformularse los valores, los símbolos, las prácticas y discursos de la socialdemocracia. Aludir a “relato” es una forma de reducir la complejidad a un esquema que facilite el análisis y lo haga comprensible, entre otras cosas porque cuando comienzan estas reflexiones siempre aparece quien las clausura apelando, precisamente, a la extraordinaria complejidad del asunto, que queda aplazado para una mejor ocasión que nunca llega. Desde esta perspectiva me atrevo a definir narrativamente lo que está sucediendo con la socialdemocracia, y que es de punzante actualidad tras las medidas de recorte social: “Caperucita Roja se metió en el bosque sin comida ni bebida, se encontró con el lobo feroz y le dijo: “¡Cómeme!”. Y el lobo feroz se la comió”.

Debo enseguida puntualizar: no es de recibo repetir que un elemento nodal de la izquierda es defender la supremacía de lo público-político sobre lo privado-economicista, para adoptar, cada vez que llega el caso, la perspectiva de la derecha. O sea, para no hacer política. Si se intenta legitimar la justeza de los recortes con argumentos técnicos se conseguirá convencer a muchos: pero eso es adoptar la línea de legitimación de la derecha. Lo que en el caso español viene agravado por la incapacidad del Gobierno para elaborar un discurso político medianamente consistente sobre la propia crisis. No es preciso recordar su empecinamiento en negar la realidad durante meses, en los que se podría haber elaborado una malla de solidaridad en lugar de tenerla que imponer ahora a los menos favorecidos. Y aun antes: ¿qué diferencia esencial hay entre los especuladores que ahora nos extorsionan con los especuladores inmobiliarios o financieros de aquí, que alimentaron burbujas y secuestraron la voluntad popular, con los que el Gobierno se mostró tan condescendiente mientras le hacían cuadrar los números y hacer políticas demagógicas, incluyendo la eliminación de impuestos? Incluso ahora: ¿es toda la política posible una política “para la crisis”?, ¿no sería posible enunciar otras disposiciones en materias no-económicas que favorecieran valores o reivindicaciones de izquierda, por ejemplo con reformas institucionales, en defensa del medio ambiente o contra la corrupción?

En lugar de eso el Gobierno articula su discurso exculpatorio en torno a dos ejes. El primero es la recuperación de un patriotismo económico que, europeos al fin, no imaginamos volver a ver. Como siempre, ese patriotismo se distingue por estar a las órdenes de poderes extranjeros –sean políticos o económicos- mientras se alude a un “todos” indeterminado a la hora de hacer sacrificios, intentando esconder que de ese “todos” están excluidos unos cuantos. El otro eje es el de la reiteración autocompasiva en el decir que el Gobierno ha adoptado medidas “difíciles”. No es verdad: el Gobierno ha adoptado medidas muy fáciles –otra cosa es que les sean molestas, en términos de pérdida electoral-. Lo difícil sería buscar un equilibro mejor en el sacrificio, innovar, adelantarse a los acontecimientos en lugar de recrearse en non natos brotes verdes.

Y alguno dirá que sangro por la herida porque soy funcionario. Es verdad y no voy a avergonzarme de ello. Personalmente estaría dispuesto a ver recortado mi salario pues tengo estabilidad. Pero creo que el recorte es desproporcionado y confuso, que va unido a otras medidas más insolidarias e ineficaces, que traiciona acuerdos y, sobre todo, que no puedo aceptar, por dignidad, que yo sufra mientras otros más poderosos se van de rositas. Otro problema: asistimos estos días a un ataque generalizado a la función pública pues parece que los que apoyan las medidas no tienen más recurso que atacar a los funcionarios. Detrás vendrá el descrédito de los trabajadores que tengan contrato indefinido y, luego, un asalto generalizado a toda medida de protección por las que tanto hubo que luchar. Emerge el héroe: el que trabaja 12 horas diarias, el que no tiene vacaciones… Y, por supuesto, un embate a los sindicatos: vituperados, a la vez, por incompetentes y por imprudentes. O sea: por no movilizar y por movilizar. Mientras que de la CEOE y de su Presidente nada debe decirse.

El PSOE ha sido incapaz de generar o mantener una sólida cultura de progreso que se basara en compartir unos valores mínimos de izquierda. Ha sustituido eso por una cultura oportunista del voto: no importan esos valores, sólo importa tener mayoría fomentando el miedo a una victoria de la derecha. ¿Qué queda entonces del relato? Bobbio recordó que el valor predominante de la izquierda, siempre, es la voluntad de incrementar la igualdad. Igualdad no es sólo mantener los niveles de protección social, sino medidas políticas positivas que reduzcan las desigualdades sociales. Eso yace olvidado. Amanece así lo peor: los actuales recortes y su envoltorio de ausencias clamorosas y de falacias argumentales no prefiguran, para nada, una salida de la crisis en la que otra crisis como esta no fuera posible. No estamos cambiando pérdida de calidad del presente por un mejor futuro. La solidaridad que se nos impone supone cambiar pérdida de calidad actual por un mañana de incertidumbres y retrocesos, en el que el único mercado reformado (?) será el laboral. Al fin y al cabo la razón última del relato del Gobierno es la inevitabilidad de sus medidas. O sea: una invitación rotunda a la resignación. Su corolario es evidente: si no hay culpables concretos de la crisis, si está prohibido castigar a los que la produjeron, si aludir a la ética se equipara a demagogia, si no hay un reparto de sacrificios…. el mensaje obvio es: ¡sálvese quién pueda! La salida de la crisis, hoy por hoy, solo apunta a que, patrióticamente y a la orden de los mercados, debemos ser un pueblo de cínicos.

Manuel Alcaraz Ramos es Profesor Titular de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y Director de Extensión Universitaria y Cultura para dicha ciudad. Ha militado en varias formaciones de izquierda y fue Concejal de Cultura y Diputado a Cortes Generales.

Caperucita Roja y las tijeras del Gobierno
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