viernes. 19.04.2024

Blues

Una mujer se desagra en Memphis. Es la noche del 26 de septiembre de 1937. El coche en el que viajaba acaba de dar varias vueltas sobre la autopista 61, muy cerca de la localidad de Clarksdale. Los servicios sanitarios no demoran en llegar al sitio del siniestro. Sin embargo los médicos observan a la mujer herida, constatan su color de piel y se retiran del lugar argumentando su imposibilidad de atender a la víctima porque ésta es negra.

Una mujer se desagra en Memphis. Es la noche del 26 de septiembre de 1937. El coche en el que viajaba acaba de dar varias vueltas sobre la autopista 61, muy cerca de la localidad de Clarksdale. Los servicios sanitarios no demoran en llegar al sitio del siniestro. Sin embargo los médicos observan a la mujer herida, constatan su color de piel y se retiran del lugar argumentando su imposibilidad de atender a la víctima porque ésta es negra. Ellos pertenecen a un hospital para blancos y consideran que hacen lo correcto al no involucrarse, al no prestar atención a la mujer que se desangra. Minutos después llega una segunda ambulancia, pero por la misma razón los enfermeros tampoco pueden asistir a la herida que horas más tarde muere en un hospital para negros, mientras que la vida de todos los implicados continúa con total normalidad.

La trascendencia de este hecho se debió únicamente a que la víctima fatal no era una “negra cualquiera”, sino que se trataba de la dueña de una voz inconfundible que estremeció a los habitantes de esa norteamérica retrasada de principios del siglo pasado y cuya tumba en el cementerio de Pensilvania no tuvo lápida ni identificación alguna hasta que en 1970 la mismísima Janis Joplin contribuyó a cambiar esa suerte de doble ofensa. “Aquí yace Bessie Smith. La más grande cantante de blues de la historia”, reza la lápida de la conocida como Emperatriz del Blues.

Las diversas biografías publicadas años más tarde recogen testimonios que señalan la “normalidad” de esta clase de sucesos. “Si un negro tenía que ser atendido de urgencia más le valía que estuviera cerca de un hospital para negros. Porque ser admitido por un centro de salud para blancos era impensable”. Parece imposible que estas cosas sucedieran hace apenas setenta años, pero así fue. Lo que ahora nos parecería una aberración, era absolutamente corriente por aquellos días en los que el ser humano aún tenía por delante largos años de luchas en pos de necesarias conquistas. Sin embargo el titular de las noticias de ayer nos retrotrae a aquellas épocas en donde la dignidad era una cuestión de color o de procedencia. “Los inmigrantes ilegales no tendrán asistencia médica a partir de septiembre”. 

Esgrimiendo la infame excusa de que “los inmigrantes colapsan los hospitales públicos” (o peor, que hacen “Turismo Sanitario”), el gobierno de Mariano Rajoy se las ha ingeniado para retroceder más de setenta años en la historia de la humanidad. Y con una medida surrealista vuelve a atentar contra los derechos básicos de todo individuo. “Los inmigrantes hacen abuso de la sanidad”, sostienen desde el Partido Popular que de popular sabe el diablo lo que tendrá. Los bautizados por la prensa, los políticos y otros dignos retrógrados como “ilegales”, deberán abonar la suma de 710 Euros al año por tener acceso a la sanidad. Y esto sólo lo podrán hacer aquellos inmigrantes que lleven un año empadronados en España.

La falsedad de los argumentos con los que desde el gobierno se defiende esta medida ya fue constatada por medios de comunicación, médicos y directores de hospitales públicos. “Los inmigrantes ilegales no sólo no hacen abuso de la sanidad sino que son muy reacios a acercarse a un hospital si no les es estrictamente necesario. Imagínese que en la situación en la que están, lo que menos desean es exponerse inútilmente ante ningún funcionario público”, señaló uno de los profesionales consultados por La Sexta Noticias.

El blues sigue siendo el mismo; apenas cambia el paisaje. Los campos de algodón son ahora ciudades españolas. Los señores del látigo están en el gobierno y deciden quién, cómo y cuándo merece dignidad. Sin embargo -con un poco de suerte y viento a favor- la historia hará que la voz no calle y que la responsabilidad de este nuevo acto criminal suene como un blues que se repite. Las consecuencias de este atropello sonarán con nombres y apellidos. El estribillo será demoledor y se oirá con tanta fuerza que su eco llegará a oídos de futuras generaciones; para que a nadie se le olvide quienes han cometido este nuevo atentado contra la dignidad humana. 

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