martes. 23.04.2024

Basura

NUEVATRIBUNA.ES - 16.9.2009Hace unos meses hubiera afirmado que la televisión basura había sido un fenómeno, una enfermedad motivada en la lucha por la audiencia y el reparto de los ingresos por publicidad. Estabilizado el número de seguidores de las diferentes cadenas y el reparto del mercado publicitario, este tipo de programación parecía haber pasado a formar parte de la historia de la televisión.
NUEVATRIBUNA.ES - 16.9.2009

Hace unos meses hubiera afirmado que la televisión basura había sido un fenómeno, una enfermedad motivada en la lucha por la audiencia y el reparto de los ingresos por publicidad. Estabilizado el número de seguidores de las diferentes cadenas y el reparto del mercado publicitario, este tipo de programación parecía haber pasado a formar parte de la historia de la televisión.

Este verano, sin embargo, una parte de la televisión basura, quizás la más evidente, la que fluye desde la mañana a la noche en diferentes cadenas nos ha llevado de nuevo a la representación de la realidad que los programadores fabrican, en buena medida, para ofrecerla como si fuera la realidad misma. Se ha dicho muchas veces, y yo creo que es cierto, que la realidad supera siempre a la ficción, que cuanto más profundizamos en la realidad más cerca estamos de la fantasía. Pero claro, la realidad no puede ofrecer todos los días el nivel de truculencia, de violencia que, al parecer, demanda la audiencia de estas cadenas. Entre otras cosas porque las personas que un día tras otro acaparan la actualidad informativa, como todas las demás personas, no podrían soportar una vida real con ese grado de tensión y de mala ostia. Aunque a veces pienso que sí.

También este verano nos hemos enterado de la detención en un país de América Latina de un tipo, dice que es periodista, que encargaba asesinatos para poder ser el primero en llegar con la cámara al lugar de los hechos, grabar y dar la primicia en su programa de televisión.

Esto puede parecer un extremo que poco tiene que ver con los programas de cotilleo, persecución y lavado de ropa íntima ante los ojos de todo el país. Pero, asistimos a un proceso en el que cada vez se necesita más “sangre” para mantener la atención. La audiencia probablemente tiene que recibir a diario una mayor dosis de morbo y violencia para seguir conectándose a las cadenas protagonistas de esos espectáculos, o eso al menos opinan sus programadores y directivos.

Es importante subrayar algunas de las características de estos programas. Sus presentadores, por supuesto, cobran y cobran bastante. Lo que es necesario recordar es que cada uno de los “informadores” e invitados también viven de esto. De ahí, su disposición a desmenuzar la vida personal e intima de todo el que se pone por delante, su dedicación exclusiva a esta “investigación”, su virulencia al tomar la palabra, pese a saber que con lo que dicen están vulnerando el derecho de la ciudadanía a su buen nombre y a gozar del respeto de los demás.

Si se piensa bien no son programas rosa, sino folletines negros donde lo que hace feliz a los participantes, quizá también a los televidentes, es el fracaso de los demás, sus errores, su infelicidad, sus enfermedades, sus divorcios, sus adiciones, en definitiva su vulnerabilidad. No hay ni un sólo elemento positivo de la condición humana que aparezca en esos programas con vocación de permanencia. Todo lo más ese amor materno/paterno que lo justifica todo, incluso convertir a los hijos y su entorno en tema de tertulia, en comidilla, en centro de atención durante años y años. El asunto de permanente actualidad con el que se lucran las cadenas televisivas, los profesionales contratados para cortar los trajes y quienes lo venden todo para obtener las migajas del negocio, afecta, de manera muy especial a aquellas personas a las que se dice querer proteger o defender.

La ausencia de valores éticos hace posible que el cotilleo se presente ante la audiencia como un acto de generosidad y hasta de solidaridad, de dar la voz a quien no la tiene. Es más, se pretende que el lenguaraz es portavoz de todas las personas que, en una situación de absoluta indefensión, no reciben lo que la ley ha establecido, lo que les corresponde tras un divorcio o una separación. Pero eso es una perversión de la realidad, es un montaje, una adulteración y un malísimo exponente de lo que de verdad sufren miles de mujeres y con ellas sus hijos e hijas por la irresponsabilidad de unos padres que se niegan a contribuir a la manutención y educación de los niños.

En realidad, lo que se está haciendo es ningunear a las instituciones, a los poderes que configuran un estado de derecho. Si es en televisión donde se denuncian y solucionan los problemas de los niños, ¿qué papel ocupa el estado? ¿En qué lugar queda el parlamento o representación del pueblo? ¿Qué valor tiene la legislación cuando las cosas que afectan a la vida diaria de las personas se expresan a gritos con argumentos cuya base es el insulto, la ofensa y hasta la mentira?. Asistimos a una espiral de despropósitos en el que de una manera u otra se ven involucrados muchos colectivos, asociaciones, instituciones y particulares que sufren las consecuencias de la incontinencia verbal de quienes han convertido el dedo acusador en una forma fácil de ganarse la vida, para ellos ya la única. Lo del trabajo y otras zarandajas queda para los “pringaos”.

Para vivir sin trabajar, todo vale. No existen códigos deontológicos. Estamos ante unos programas en los que incluso los periodistas, que siempre han sido testigos y nunca o casi nunca protagonistas, al menos protagonistas voluntarios, también se someten del mejor grado a las preguntas personales del presentador, lloran como desesperados y presentan su lado más “humano” a la vista de sus seguidores, o sea de los televidentes.

Si estos programas siguen necesitando devorarse y devorar todo cuanto queda a su alcance, las organizaciones de periodistas han de desmarcarse de esas prácticas y considerarlas contrarias o al margen de esta profesión. Los periodistas, como individuos tampoco podemos asistir indiferentes a la barbarie, aunque esta tenga pretensiones informativas y usen a su favor el falso argumento de que las críticas contra ellos van en detrimento de la libertad de información. ¿Alguien se cree a estas alturas que lo que hacen es informar? La libertad de información, como expresión de valores de convivencia tiene a sus enemigos más encarnizados en esa patente de corso que utilizan sin ambages los colegas que se forran a costa de convertir este país en un mal espectáculo circense. Con parada de monstruos incluida.

Considero innecesario en este terreno más legislación y absolutamente necesaria la autorregulación. Autorregulación que ha de ser capaz de marcar definitivamente las distancias entre lo que es el periodismo, y lo que ya nadie llama con otro nombre que el de programación basura. Existe normativa suficiente y códigos de ética periodística en el ámbito español y europeo. Lo urgente es que se cumplan o, en su defecto, que se hagan cumplir.

Y con el fin de que a los televidentes tampoco se nos pueda usar como coartada, aquello de “este programa existe porque tiene una audiencia que lo respalda”, sería saludable para los individuos y los colectivos, dejar de ver esos “culebrones”, pasar a convertir la máxima audiencia en la audiencia inexistente y con ello desintoxicarnos de tanto bulo y la tensión que lo acompaña. Ganaremos todos y, sobre todo, no tendremos que oír más aquello de “hacemos estos programas porque nos debemos a los telespectadores”. Programas que, por cierto, ocupan largas franjas horarias repitiendo las cosas cuarenta veces como si además de televidentes sólo tuviéramos la memoria de una mosca. Vergüenza tendría que darles.

Carmen Rivas es periodista. Directora del Observatorio de Medios de Comunicación y Sociedad de la Fundación 1º de Mayo de CCOO.


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