viernes. 26.04.2024

Austeridad

Hay que reconocer que en determinadas circunstancias de tiempo y lugar resulta difícil la crítica ante determinadas propuestas, sobre todo, cuando enlazan con un sentimiento común y compartido. Es el caso de las palabras de José Bono, Presidente del Congreso de los Diputados y primer sueldo oficial de este país. Ha dicho Bono que el es partidario de congelar los sueldos de los señores parlamentarios para dar ejemplo de austeridad.
Hay que reconocer que en determinadas circunstancias de tiempo y lugar resulta difícil la crítica ante determinadas propuestas, sobre todo, cuando enlazan con un sentimiento común y compartido. Es el caso de las palabras de José Bono, Presidente del Congreso de los Diputados y primer sueldo oficial de este país. Ha dicho Bono que el es partidario de congelar los sueldos de los señores parlamentarios para dar ejemplo de austeridad.

Nada que objetar, aunque haya que advertir que la mayoría de las propuestas de austeridad en los salarios públicos, en los de los altos cargos públicos es, al final, el chocolate del loro. Pero también es cierto que tiene un efecto ejemplificador sobre los ciudadanos que, al menos, pueden ver que lo de apretarse el cinturón no va sólo contra ellos. Si ése es el efecto buscado, vale.

El sueldo de los diputados siempre ha estado bajo sospecha, sobre todo, porque es de los pocos sectores que tiene la facultad de revisarse el sueldo por sí mismo. Pero dicho eso, también hay que reconocer que los emolumentos de nuestros padres de la patria tampoco son para tirar cohetes. Con las matizaciones pertinentes y, según con lo que los comparemos.

Las palabras de Bono no son reprochables en ese sentido, sino fuera porque huelen demasiado a oportunismo y a disparos con pólvora de Rey. La austeridad en tiempos de crisis habría de venir por otro lado y no como una medida puntual. A lo mejor sería más efectivo revisar unas administraciones en las que, cada día más, el gasto se dispara en materias que tienen poco que ver con la calidad de vida del ciudadano, propaganda, por ejemplo, estudios, asesores, consultores, expertos y especialistas de todo tipo. Sin contra con que el propio aparato del Gobierno aumenta alegremente cada vez que se avecina una nueva remodelación.

Habrá que convenir, en cualquier caso, que un ahorro efectivo no viene de congelar los salarios a, más o menos, medio millar de personas. Aunque podamos aducir aquello de que, al fin y al cabo, todo se aprovecha para el convento. En todo caso, ya puestos a ello, habría que preguntarse si el control de determinados dispendios (regalos, protocolo, gepeeses y otras minucias que alegremente se entregan a los señores parlamentarios) no sería también una buena forma de ahorrar en el sector público.

La propuesta de Bono, con esa bondad que tienen las propuestas gratuitas, se unen a esa recomendación del Gobierno a los Ayuntamientos pidiendo mayor austeridad. Unos ayuntamientos a los que, por cierto, ya se les ha advertido que no van a tener en éste y próximos ejercicios ni siquiera lo que se les debe. En ese paquete terrorífico del gasto corriente de los Presupuestos, no sé yo, ni me atrevo a calcular, el ahorro que suponen estas manifestaciones de bondad e igualdad evangélicas, pero presumo que poco.

En cualquier caso, con estas propuestas, seguramente, se acallen conciencias y mucha buena gente aplauda una medida que, pensándolo bien, no deja de ser lo que castizamente se conoce como un brindis al sol.

A lo mejor es porque la diferencia entre quienes proponen una cierta austeridad y quienes la viven es como que contaba Mario Benedetti:


Ustedes cuando aman
exigen bienestar

una cama de cedro
y un colchón especial
nosotros cuando amamos

es fácil de arreglar
con sábanas qué bueno
sin sábanas da igual

Austeridad
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