viernes. 29.03.2024

Atención, peligro de italianización

NUEVATRIBUNA.ES - 17.6.2009¿Pero no recordáis acaso los tiempos en que admirábamos a Italia? En los años 70, Gramsci nos enseñaba que la mejor universidad era la de la calle pero la gran pantalla arrojaba joyas sucesivas de Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini, Lucino Visconti e incluso Bernardo Bertolucci.
NUEVATRIBUNA.ES - 17.6.2009

¿Pero no recordáis acaso los tiempos en que admirábamos a Italia? En los años 70, Gramsci nos enseñaba que la mejor universidad era la de la calle pero la gran pantalla arrojaba joyas sucesivas de Federico Fellini, Pier Paolo Pasolini, Lucino Visconti e incluso Bernardo Bertolucci. Mientras Adamo sujetaba eternamente las manos en la cintura del deseo, Lucio Batisti nos invitaba a cantar libres y la voz aguardentosa de Paolo Conte se hermanaba ya con las de Tom Waitts o Van Morrison. Hasta el Papa Pablo VI, con dos narices, le plantaba cara a las últimas ejecuciones del franquismo.

¿Qué ha ocurrido en dicho país para que hoy sólo componga una caricatura grotesca de aquella alternancia ejemplar entre democristianos y comunistas, entre don Camilo y don Pepone, antes de que cayera el muro, de que Aldo Moro fuese asesinado por las Brigadas Rojas o que los socialistas se echaran a perder bajo una larga tarantella de corruptelas? De aquellos lodos vinieron estos Berlusconis, ese presidente soez y falócrata que coquetea con la estética de Benito Mussolini mientras se hace un traje a medida con el estado de derecho: busca y consigue la expiación de sus pecados judiciales a través de las urnas y cuando ocupa el poder amaña las leyes para que le calcen como un guante.

Populista como es, Il Cavaliere hace bueno el viejo refrán de “cuanto más hambre en el reino más prosperan los bufones”. No sólo las patrullas de justicieros reviven ya en Italia las viejas noches de los cuchillos largos sino que su supuesto paquete de seguridad que tramita en el Parlamento sigue la misma orientación que las medidas legislativas que acabaron por socavar la República de Weimar a mayor gloria del Partido Nazi y de su Tercer Reich. Si, en aquella terrible ocasión histórica, las víctimas propiciatorias eran los judíos, esta vez le toca el turno a los árabes, bereberes y gitanos, un pueblo este último que, por cierto, durante el holocausto, sufrió no menos de medio millón de bajas en paredones, trincheras y campos de exterminio.

La demagogia y su prima la propaganda han trenzado los monstruos de esa sinrazón. Pero había un caldo de cultivo previo, la pérdida de una ética democrática, la inacción de la sociedad civil italiana, la pérdida de masa crítica de creadores e intelectuales, una creciente sequía de sueños y una falta de pedagogía política que acrecienta una debilidad colectiva sin demasiadas oportunidades, al carecer de instrucción pública y andar sobrados de pensamientos bajos en cafeína, discursos sin oraciones yuxtapuestas, dogmas de fe sin la necesaria gama de grises que hagan de la duda razonable una buena señora de compañía para el ejercicio no autoritario del poder.

La izquierda española suele reprocharle a su electorado que se muestre más crítico con sus errores de lo que los votantes del Partido Popular manifiestan ante el lado oscuro de las fuerzas conservadoras. Aunque no le falte una pizca de razón a quien formula semejantes comparaciones odiosas, no es buen camino para la regeneración del sistema esa vieja costumbre de poner sordina a los desvaríos de los nuestros y agrandar la paja en el ojo ajeno hasta el rango de una viga. ¿Cuánta confianza popular perdieron los socialistas españoles por aquella ristra de maletines sospechosos, guerras sucias y fondos reservados que sacudieron la realidad española anterior a 1996? Es cierto que durante el largo periodo que fue desde 1982 hasta esa fecha y al que algunos han bautizado con el nombre de felipismo, se alcanzaron retos fundamentales para nuestro país, desde su unánime adhesión a la Unión Europea a su controvertida incorporación a la OTAN, así como la normalización económica y el prestigio planetario de su camino hacia la libertad. Pero aquellas zonas de sombra que tanto perjudicaron a la izquierda y no sólo en número de votos, también incluyeron una desmovilización de sus partidarios, no sólo en las urnas y en las manifestaciones, sino en el día a día de la sociedad civil, en el cierre de los foros de debate, en un tiempo en el que hubiera sido imprescindible que, si citamos a Luis Cilia, la violencia de la idea se impusiera definitivamente a la idea de violencia.

A los socialistas les costó sobremanera reponerse de sus horas bajas y lo hicieron huyendo hacia delante, con un nuevo corpus utópico que, con sus errores y aciertos, personifica más la acción de gobierno de Rodríguez Zapatero que la propia querencia del partido. Se diría que, salvo excepciones, el PSOE ha aprendido de los errores de su pasado. De ahí, quizá, que ZP sea menos vehemente a la hora de defender a Manuel Chaves respecto a las acusaciones del Partido Popular, que la adhesión inquebrantable de Mariano Rajoy ante las dudas razonables que pesan sobre la honorabilidad de Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana en las filas del Partido Popular, o las imputaciones que viajan desde el Tribunal Superior de Justicia de Madrid hasta el Supremo, con nombres tan próximos a su círculo como Luis Bárcenas, tesorero nacional del partido o Jesús Merino, de la dirección del Grupo Popular en el Congreso.

Al no arbitrar medidas cautelares como la suspensión temporal de sus cargos hasta que se resuelva su imputación, no sólo se está jugando el tipo, esto es, su propio futuro político sino que empieza a socavar al partido, ya que ha utilizado diferentes varas de medir con algunos de los responsables municipales ya encausados en el llamado Caso Gürtel. Si finalmente la justicia les exculpa, podrá sacar pecho. Si no lo hace, intentará salvar los muebles hablando de una conjura judeomasónica de los rojos contra el PP. Y, desde luego, intentaría blanquear cualquier posible condena con una victoria electoral que actuase como río del olvido, como un nuevo jordán en el que ese pecado original sea lavado por la amnistía de los votos.

No me gustó lo que ocurrió en el PSOE antes de 1996. Ni me agrada lo que está ocurriendo en el PP en los días presentes. Pero lo que menos me interesa en el fondo es qué ocurrirá con dichas formaciones, sino qué pasará con la democracia española. No quisiera que ese constante ventilador de la corrupción en el que se convierten a menudo las tribunas públicas y los medios de comunicación, deteriore tanto nuestro sistema que cualquier día nos italianicemos; que pierdan fuelle los comunistas, los socialistas y los democristianos a merced de algún mesías con pintas de Berlusconi. Que entre en liza y tome el poder cualquier asaltacunas con priapismo que nos distraiga mientras nos manga la cartera. Así llene las pantallas de velinas y las calles de indeseables con bates de béisbol, dispuestos a partirle la cara a los inmigrantes y a destrozar el viejo jardín de los Fizzi Contini, a romper las mejores páginas de El Gatopardo o a prenderle llamas al Cinema Paradiso de la libertades públicas.

Juan José Téllez es escritor y periodista, colaborador en distintos medios de comunicación (prensa, radio y televisión). Fundador de varias revistas y colectivos contraculturales, ha recibido distintos premios periodísticos y literarios. Fue director del diario Europa Sur y en la actualidad ejerce como periodista independiente para varios medios. En paralelo, prosigue su carrera literaria como poeta, narrador y ensayista, al tiempo que ha firmado los libretos de varios espectáculos musicales relacionados en mayor o menor medida con el flamenco y la música étnica. También ha firmado guiones para numerosos documentales.

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